Palo bonito, por José Miccio

Una reliquia.

En febrero de 1993 yo tenía 19 años y lo que me encendía el alma era el rock. No trabajaba, no estudiaba: escuchaba música todo el día y trataba de hacer canciones con una Faim que me había regalado una amiga. Los pocos gastos que tenía los enfrentaba con un porcentaje mínimo de la jubilación que me tocaba por la muerte de mis viejos, cuatro años antes. Amaba a Charly y a Spinetta. A Fito Páez y a los Redondos. Pero mi referencia era Palo. Esas canciones quería. Mi propia “Cenizas y diamantes”, mi propia “Tarado y negro”, mi propia “Sangre”.

Por supuesto, no había caso.

Pero al menos el verano venía fácil: a la tarde playa y a la noche recital. En 1993 tuve suerte: alguien (¿Mundy Epifanio?) armó un ciclo en el teatro San Martín al que llamó Rockstock y trajo a un montón de bandas. Fue más bien un fracaso de público. Puedo atestiguarlo porque fui a todas las funciones. Vi a Bersuit antes del salto, a Las Pelotas, a Memphis, a Los Siete Delfines, a Los Insectos, a Zona Púrpura, a Riff y a Pappo’s Blues. (Una tarde llamé a la radio en la que estaban haciéndole una entrevista al Carpo y pedí “Dos bajistas”. Atesoro el casete en el que, antes de que suene su canción, Pappo dice: “Para José”). El mismo año, en Gap, que era un lugar más grande, vi a los Redondos, a Divididos y a Charly. Pero así como yo quería hacer canciones como las de Palo, así mi banda personal, mi banda íntima, era Los Visitantes. Primero, porque su primer disco tenía unas canciones increíbles, a la altura de las de Don Cornelio. Después, porque era poco conocida, y además del orgullo tonto de la exclusividad, que capaz entonces me importaba, habilitaba un tipo de entusiasmo militante que las otras bandas y solistas ya no permitían. Charly era una estrella. Los Redondos ya habían editado La mosca y la sopa. Los Visitantes me necesitaban. Había que decirles a los amigos: che, escuchá esta banda, y grabarles las canciones adecuadas para atraerlos a la Causa. Hoy lo diría así: hay que ser amigos de las cosas que te hablan tan de cerca, y ser amigos significa compartirlas. Recuerdo que por ese mismo tiempo llevé a un programa de radio que escuchaba todas las noches el primer casete de Don Cornelio, que no se conseguía fácil, para que pudieran pasarlo, y recuerdo la emoción que sentí a los pocos días cuando la conductora anunció «Tazas de té chino» y agregó: “Lo escuchamos gracias a José del Centro”. Así que a Los Visitantes los seguí desde Cemento. Lo que en Mar del Plata significa: desde los bolichitos en los que podían tocar.

Y bolichitos es un concepto bien amplio.

En aquel febrero del 93, supongo que por la radio, me enteré de que Los Visitantes iban a tocar en un balneario de Punta Mogotes. Dejé la playa en la que estaba con mis amigos (ninguno quiso acompañarme), tomé el colectivo y ahí fui. Me costó encontrar a alguien que supiera decirme a qué hora era el recital, dónde, si era gratis o no. Nunca había visto en vivo a Palo. Asumí que era una misión. Después de ir y venir, e insistir hasta la molestia, al final encontré a la persona adecuada, que me indicó el lugar y me dijo que faltaba un rato. Era un barcito. Afuera. Pedí una coca y esperé. Tocaron tipo siete de la tarde, para diez personas y un perro. Y para el viento, que se llevaba la música a donde se le antojaba. Fue hermoso y familiar. Como fue siempre Palo.

En aquellos años, en lo que a la distancia percibo como un estado de eternidad, llevaba un diario de recitales: anotaba los temas y algunos comentarios que hacían los músicos (1991, Fito Páez en el Patinodromo, antes de Charly: “No, hoy no fumé nada. Estoy contento no más”). Pero para un obsesivo-retentivo nivel psycho como yo, todo era poco, así que, cuando conseguía, llevaba uno de esos grabadorcitos que llamábamos “de periodista”, para guardar registro del momento. Un día me di cuenta de lo obvio (que me quitaba experiencia, por decirlo como un señor, o que me impedía hacer pogo, por decir la verdad) y abandoné la costumbre, salvo cuando Spinetta tocaba en el Auditorium, teatro serio en el que no se podía dejar la butaca. Grabé muchos recitales de aire. Como había otros que hacían lo mismo, y al verme con el grabador se acercaban, también intercambié algunos. Bersuit por Durazno de Gala. Nunca vendí. Primero, porque habría sido deshonesto: se escuchaban horrible. Después, porque no me interesaba: no era negocio, era comunión. Perdí casi todos esos casetes. Pero tengo todavía el de Mogotes. Lo escucho bien, sin reproducirlo: ahí están el sonido del perro, del viento y de Los Visitantes.

Veo esta cajita hoy, a dos días de la muerte de Palo, y noto tres cosas. Que era tan bruto que no sabía el nombre de las canciones de los Beatles. Que era joven y entusiasta, lo que es casi como decir: que conocía la pureza. Que sordo como era y como soy, estaba lo suficientemente avispado como para reconocer que el tipo que cantaba «Tanta trampa» era un genio. «Sin piedad / por suerte».

Gracias, Palo. Palo bonito.

Palo es.

5 Respuestas

      1. Hay una peregrinación silenciosa y constante al lugar, José. Es muy emocionante. La muerte de Palo reveló que son muchísimas las personas que fueron conmovidas por su arte. Y que Palo es entrañable y decisivo para nuestra vida acá, en común (algo que si confiáramos en la comunicación de masas se nos escaparía por completo).
        Palo es. Palo, eh!
        Abrazo.

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