Polvo rigurosamente iluminado, sobre «Oppenheimer», por Marcos Rodríguez

Nuevamente me encuentro frente a una película de Christopher Nolan. ¿Cuántas vi? ¿Cuántas me perdí en el medio? Curiosa virtud del cine del Sr. Nolan: sus películas, artefactos que parecen inventar nuevas formas de la complicación narrativa, de alguna forma logran expandir la densidad de su materia/aburrimiento hasta tal extremo que rozan el infinito y, al estallar como estrellas negras de cine, alcanzan un absurdo tal que hasta resulta difícil contarlas. ¿Cuántas cosas había filmado ese muchacho? ¿Terminaron alguna vez esas películas o todavía las siguen proyectando en alguna sala de la que me fui hace rato?

El principio de Oppenheimer me trajo una revelación curiosa: ahí donde la película parece estar arrancando (en realidad, faltará una hora larga para eso) y el Sr. Nolan empieza a salpicar personajes y líneas narrativas diferentes (alguna en un piadoso blanco y negro para que podamos entender, por lo menos, que eso es “más adelante”), vemos a un joven (¿joven?) Oppenheimer que decide ir a estudiar a Europa para aprender esa nueva teoría emocionante que es la física cuántica. Hay universidades, clases, un contexto y una trama que podrían haber tenido encanto pero que, por supuesto, el Sr. Nolan prefiere no abordar. En medio de todo eso, encontramos primeros planos de Oppenheimer con mirada desencajada, presumiblemente porque el peso de su mente brillante es casi demasiado grande hasta para él mismo. El Sr. Nolan no se dedica en lo más mínimo a explicar qué es la teoría cuántica ni en sus fundamentos más básicos (como podría haber hecho, por ejemplo, Rossellini en una de sus fantásticas biografías de personajes históricos), apenas si se mencionan las palabras “partículas” y “cuerdas” una vez, como al pasar, pero, en cambio, prefiere “mostrarlos”. Quien entienda algo de física podrá captar el guiño, quien no verá unos planos bonitos que se intercalan con los ojos de huevo duro de Cillian Murphy. Es decir, frente a la dificultad de abordar la teoría cuántica desde el cine, el Sr. Nolan prefiere, antes que las palabras, unos planos inestables de polvo flotando en el aire (o gotas de agua salpicando o algunas otras variaciones) que se mueven en un ballet delicado y anticipan la brillantez de Oppenheimer y también su destino terrible; y, luego, algunos planos perdidos de ondas de luz nerviosas, que se sacuden y juntan y separan y, nos queda suponer, no son más que una especie de cine de animación del comportamiento de las partículas subatómicas. Nada se explica pero el montaje describe, en cambio, el tormento de la mente del protagonista, demasiado brillante. El Sr. Nolan está más interesado (y esto es razonable) en los tormentos de su personaje que en la física teórica. Esto es cine, después de todo. Lo curioso del recurso, sin embargo, fue que inmediatamente me hizo pensar en otro director que había hecho algo parecido hace más de 20 años: en Una mente brillante, Ron Howard optó por explicar la brillantez matemática de su protagonista al mostrar una serie de números y símbolos brillosos que flotaban sobre el plano. No estamos muy lejos. Más allá de las preferencias personales (me gustan más los números ingrávidos que las ondas nerviosas, en la medida en la que funcionan como un recurso más claro y simple: muestran al personaje pensar, no la forma constitutiva de la materia), lo curioso es que al momento de enfrentar un desafío cinematográfico (¿cómo se filma la materia teórica?), el Sr. Nolan no tiene más remedio que echar mano de un recurso de biopic de lo más chata y clásica, cuando claramente todo el tortuoso esfuerzo que está haciendo con sus tres horas de “cine” es tratar de alejarse de ese género menor que claramente desprecia, para abordar temas más graves. Pero al final resulta que el sofisticado señorito inglés en realidad es un grasa, lo cual no sería un problema, pero es un grasa acomplejado.

El problema con el Sr. Nolan, huelga decirlo, es que es un grasa muy talentoso. De lo contrario, sus películas serían abiertamente inmirables, pasarían de crípticas a “de culto”, de esos títulos que uno intenta hacer un esfuerzo por ir a mirar durante algún festival de cine, aunque termina por no hacerlo. En cambio, el señor gana millones, gana prestigio (¿de cuál?, ¿qué sería eso?) y, sobre todo, por alguna alquimia secreta de la industria del cine, consigue el presupuesto, los actores y la libertad suficientes para seguir engendrando nuevos monstruos cinematográficos uno detrás del otro. Debe haber una parte de malentendido en todo esto, pero también hay algo evidente: cuando las papas queman, el tipo sabe fabricar tensión, construir suspenso y a veces hasta generar algo parecido a la empatía. Filma raro y filma bonito. Explora personajes y temas que evidentemente resuenan con el público. Y, cuando por algún designio de sus guiones imposibles, la pantalla logra aterrizar sobre una cantidad suficiente de planos encadenados narrativamente hasta constituir una secuencia completa, el Sr. Nolan demuestra que sabe filmar: sabe cómo mirar, sabe cómo construir. Si supiera apreciar y agradecer su talento, hasta podría hacer cine. En cambio, lo jibariza y lo vampiriza porque a él lo que le importa es algo más importante: decir cosas graves. Siempre.

Como corresponde a las películas del Sr. Nolan, Oppenheimer no podía ser una película clásica, y en este caso ni siquiera es una película complicada: es en realidad, por lo menos, tres películas complicadas, encastradas en un artefacto que va y vuelve. La primera película sería, creo, la más interesante: la de la aventura cuántica, el desarrollo teórico, el trabajo colectivo de las mentes, la exploración de lo inexplorado y, finalmente, el desarrollo de la bomba atómica. Ahí había un tapiz fascinante de personajes, pathos para tirar al techo y una historia que nos involucra. La segunda película, que en Oppenheimer funciona como nexo entre las otras dos pero en realidad merecería un desarrollo aparte, es la de la tragedia del propio Oppenheimer: un estudio psicológico de la brillantez y la locura y el descubrimiento de lo político. La tercera es algo así como una película de intrigas palaciegas: el enfrentamiento entre Oppenheimer (el científico que trabaja para el gobierno, gana fama y termina por amenazar con su poder a las figuras de la política) y el coronel Strauss (el político que supo manipular el potencial del trabajo de Oppenheimer pero, al parecer, se quedó ofendido porque una vez Oppenheimer se burló de su posición en público). Esta tercera película es, por lejos, la menos interesante, está llena de burocracia, de tejemanejes legales, de mezquindad, de idas y vueltas. Y es, por supuesto, la que el Sr. Nolan termina por favorecer: no solo porque los dos juicios centrales que la componen atraviesan toda la película y de alguna forma la articulan, sino también porque en el último tercio de la película es cuando se dedica a explicarnos (finalmente, para los que tuvimos la paciencia de llegar hasta ahí) qué eran esos juicios y cómo se relacionaban, y entonces uno termina por quedarse, cuando sale de toda esta cosa que es Oppenheimer, con la duda de si finalmente Strauss en lugar de un hijo de puta no era más bien una diva, o un nene llorón. Como sea, la gloria y el horror de la bomba atómica quedan enterrados por los cálculos y ajustes de cuentas y todo lo que podría haber estallado en esta película del Sr. Nolan termina encorsetado en vaya a saber uno qué reflexión.

2 Respuestas

  1. Avatar de Pedro Bajo Pedro Bajo

    No termine de escribirlo. Creo que eso lo señalan en varias partes y otros aspectos de la teoria cuantica. Born fue uno de los apoprtantes fundamentales a la mecanica cuantica. Creo que es muy dificil explicar esta en un film de ficcion aunque sea un «biopic». Pero hay otro aspecto que Nolan describe bastante bien: es el anticomunismo que se expreso en el macartismo; el film le dedica bastante tiempo, y lo hace objetivamnete. Como viejo marxista conozco el tema y tengo una especial sensibilidad cuando lo tratan Soy cinefilo pero es la primer pelicula de Nolan que vi completa. Intente con Batman, pero si no me habia gustado la historieta 70 años antes menos me gustaria una pelicula sobre el. Un aporte a Marcos Rodriguez: en la epoca de Oppenheimer la teoria de las cuerdas ni siquiera estaba enunciada (aclaro que no soy fisico). Hay un problema en los últimos años a mi parecer, y que se agudiza: la ignorancia, y el periodismo a contribuido mucho a su expansión en casi todos los ambitos. Oppenheimer a mi juicio es una buena pelicula, no es una gran pelicula. Y desde el punto de vista historico y cientifico bastante aproximada a la realidad. Solo hay un aspecto por lo que leí sobre el tema que no esta señalado en toda su dimensión: es el enorme remordimiento de Oppenheimer sobre su creación

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