¿En qué sentido es política la nueva película de Nanni Moretti? Puede resultar más complicado de lo que parece. En términos argumentales, Il sol dell’avvenire cuenta la historia de un director de cine que está filmando una película de época, en la que un miembro menor del PCI (Partido Comunista Italiano), convencido y fervoroso, debe enfrentar la reacción del propio PCI frente a la invasión de Hungría por parte de la URSS en 1956. Ninguno de estos elementos (en rigor, casi nada de lo que compone la película) es nuevo para quien conoce las películas de Moretti: no solo porque el autor hace gala de autorismo y reflota temas y obsesiones recurrentes, sino porque casi todas las escenas/personajes/ideas de la película parecen en mayor o menor medida un refrito de películas anteriores. Más que fidelidad, un greatest hits: el famoso run for cover, en el que las variaciones son mínimas pero, sobre todo, no funcionan del todo bien. Y, si me apuran, más que variaciones, lo que puntúa Il sol dell’avvenire son citas a sus propias películas: en lugar de la vespa, ahora tenemos un monopatín eléctrico (guiño “socarrón” a la modernidad pero referencia clarísima), pero también tenemos la misma manta de cuadraditos al crochet con la que se tapaba Michele Apicella en Sogni d’oro, allá lejos y hace tiempo, otra de las tantas imágenes icónicas modestas que su cine supo construir.

A Moretti parecen empezar a pesarle los años: a su personaje autoreferencial (el Michele Apicella de sus primeras películas, el Nanni Moretti desde Caro diario) los demás personajes ya no lo llaman “Nanni” (apodo que supimos amar, incluso cuando no lo identificábamos como tal) sino “Giovanni”. En el salto del apodo al trato formal no solo median 25 años, lo que hay es un cambio en el juego. Así como no sería razonable criticar a Moretti por ya no ser lo que era, no es menos cierto que es el propio Moretti el que se mete en ese baile, no solo porque vuelve a filmar una película como no filmaba hace décadas, sino porque mientras lo hace parece estar buscando constantemente ese guiño de complicidad con el espectador: las escenas musicales, el personaje cascarrabias, el nombre Budavari, hasta la frase “Ti ricordi? Ti rocordi? Ti rocordi?”, todos índices gratuitos que no hacen más que subrayar referencias a sus propias películas. Si hasta la historia del cuadro inferior seguidor de Gramsci que Giovanni intenta filmar en Il sol dell’avvenire parece casi una cita a la película del pastelero trotskista (mismos colores, misma época, mismo actor) que Nanni Moretti quiere filmar en Aprile. Poco faltaba para que aparecieran un frasco enorme de Nutella o un porro monumental, pero no, hubiera sido otra película, Il sol dell’avvenire es mucho más razonable y responsable que eso.




Si desde Aprile, Moretti no había vuelto a desempolvar su viejo personaje apenas-ficcional (ese con el que, en el fondo, todos esperábamos reencontrarnos) y sus juegos del cine adentro del cine, era porque sus películas fueron buscando nuevos rumbos. Dicho esto, por supuesto, en términos muy relativos, porque, por ejemplo, en Bianca (1984) y La messa e finita (1985) ya había ensayado la forma clásica y el tono oscuro, así como en Mia madre (2015) vuelve al director de cine en crisis mientras filma y en Habemus Papam (2011) vuelve a la comedia. Pero, en términos generales, el siglo XXI fue para el cine de Moretti un tiempo de tonos más graves, de formas más lineales, lo que uno podría llamar una época de madurez, si es que eso significara algo. Ahora, el viejo juega a que está de vuelta.
Pero más allá de los resultados estéticos de esa operación, más allá de las frustraciones y el encanto de volver a encontrarnos con viejas escenas queridas (de envolvernos en esa manta al crochet), y tal vez en contra de lo que pueda parecer por el rumbo involuntario que fue tomando este texto, lo que me importa de Il sol dell’avvenire es otra cosa. Una y otra vez, Giovanni dice que quiere hacer una “película política”. A primera vista, suena razonable: el tema del argumento de lo que se propone filmar concierne a cuestiones partidarias e ideológicas, incluso si todos a su alrededor insisten en hacerle ver que la película, en realidad, va por otro lado (última frustración, lo prometo: el viejo cascarrabias del cine de Moretti podía ser insoportable y un neurótico, pero no por eso dejaba de tener razón; este nuevo Giovanni es simplemente un clown, un boludo al que miramos desde la distancia que nos permite la película al mostrarlo como un individuo cercano a lo idiota; este cambio se registra en la cara de Moretti actuando la máscara de un personaje en el que no cree).
A nadie que conozca el cine de Moretti lo sorprendería la idea de lo político en el cine: desde sus constantes reflexiones partidarias y vitales hasta sus documentales políticos (La cosa y Santiago, Italia), pasando incluso por las intervenciones directas en el campo de la política italiana (el registro del final del PCI, el estreno de Il caimano durante las elecciones que terminó ganando Berlusconi), el cine de Moretti siempre dijo e hizo política. Pero, ¿qué es la política en Il sol dell’avvenire? El título suena muy comunista, los personajes en la ficción adentro de la ficción están afiliados al partido comunista y, hasta cierto punto, la historia y la vida del protagonista de esa ficción se definen por su vínculo con el partido y por su fe en él (y el final de esa fe). Pero bien al inicio de Il sol…, después de esa bella escena ficcional inicial en la que la vida de la gente del barrio de periferia de Roma se ve mejorada por la acción directa del partido en sus vidas, encontramos una escena de la ficción madre (Giovanni explicando a su equipo de producción el trabajo a hacer) en la que se juega un gag un tanto repetitivo y sin demasiado ritmo pero, sobre todo, pesado como una lápida: me refiero al intercambio entre Giovanni y un joven miembro de su equipo de producción. El director explica algo sobre los comunistas en Italia y el joven, que es millennail y por tanto (al parecer) idiota, confunde “comunista” con “ruso” y desencadena un intercambio lleno de condescendencia. Giovanni ilustra, el pibe finalmente se calla y pasamos a otra cosa. Y, sin embargo, lo que queda es un gusto amargo. No porque Giovanni menosprecie a un joven por no conocer la historia del Partido Comunista Italiano (¿a quién podría importarle eso?, sobre todo desde el escudo evidente de que, como dijimos, Giovanni es un boludo) sino porque deja en evidencia que Moretti tiene clara consciencia de que el tema que está tratando es un pedazo de historia, un tema viejo, algo que a quien vive en el presente hay que explicárselo.



Hasta no hace mucho, la política en el cine de Moretti era otra cosa: un asunto urgente, presente, una materia concreta que atravesaba el cine (sea ficción o documental) desde una realidad coyuntural y abierta. Incluso la caída del PCI (registrada en La cosa pero también en Palombella rossa), con toda su carga de melancolía y de final de época, tenía el tono de lo urgente, de lo desesperado, toda la sangre de quien busca y no entiende y elige seguir buscando. ¿Qué sería la política en Il sol…? Hacia el final de la película, cuando se da el giro final de Giovanni que, enfrentado a la crisis y a sus propias falencias, decide cambiar el guion que tenía escrito y, en lugar de presentar la realidad histórica tal como fue (el PCI plegado al estalinismo, lo cual evidentemente considera la madre de todos sus errores), y dar rienda libre a la ficción para reescribir no lo que fue sino lo que debería haber sido (un poco al estilo Tarantino, pero con menos onda), lo que se nos presenta es un colorido, largo y bello desfile por la avenida junto al foro romano, con personajes ficcionales y reales (dentro de la ficción), con elefantes y música, con viejos actores de otras películas de Moretti, con sonrisas y sol, con armonía y un futuro. La placa final cierra con una explicación que indica que ese momento de quiebre entre el PCI y el estalinismo fue el inicio de una utopía comunista que explica el bello presente que existe en Italia. La ironía es clara.
Ese final, que aporta un poco de sol y ligereza a una película que busca presentarse como bastante grave (a pesar del humor), es el gesto político final de Il sol dell’avvenire: una apuesta por la viabilidad del comunismo bien entendido, un gesto de rebeldía (digamos) en un mundo que ni siquiera considera que eso sea una opción. El problema de todo esto es que lo que presenta la película, de forma consciente, es una ucronía: lo que podría haber sido pero no fue. O sea, lo que ya no podrá ser: el PCI no tomó las decisiones correctas y ya no existe. Moretti no está planteando en su película un llamado a la militancia para la refundación del comunismo, sino la idea romántica de lo que podría haber sido si la historia hubiera hecho lo que él considera correcto. Il sol dell’avvenire no es una intervención concreta en la realidad política italiana (a diferencia de su cine anterior) sino una consideración aleccionadora. Menos militancia que diatriba poética.
¿Adónde conduce el desfile final de la película? A ningún lado.
Ahora bien, ¿esto invalida todo Il sol dell’avvenire? Por supuesto que no, pero uno no puede evitar la sensación de que, al igual que el Giovanni ficcional, el propio Moretti no está entendiendo del todo por dónde va su película. Se dedica a burlarse de los jóvenes, a burlarse de Netflix, a criticar (otra vez) la violencia en el cine, a hablar una y otra vez de política como si eso fuera algo que todavía le interesara. En cambio, cuando la película tiene sangre y tiene chispa es en los momentos en los que a los personajes se les permite vivir sus historias sin tener que estar glosando una supuesta realidad que Moretti viene a comentar. El sufrimiento de Giovanni frente a un divorcio que no vio venir, por ejemplo, o la escena en la que, mientras todos los miembros de la producción se van del set al cerrar la jornada de trabajo, el director se queda solo haciendo jueguito mientras suena “Et si tu n’existais pas” están cargados de una potencia que solo el cine puede dar.



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