1. En 1941 Abel Gance estrenó una película de la que ni los cinéfilos más duros parecen acordarse. Su nombre es La Venus ciega. Trata de Clarisse, una mujer que está perdiendo la vista y como no quiere obligar al hombre que ama a cargar con ella le da a entender que anda con otros, para que la odie y no soporte verla más. Lo consigue. Madere (que así se llama el hombre) se embarca como oficial en un crucero y se casa con una mujer interesada e inconstante, ganada por las aspiraciones burguesas. La suerte de Clarisse es más melodramática: después de renunciar a Madere se muda a la taberna donde, con el nombre de Venus, cantaba antes de enamorarse, vuelve a cantar (“Odio a los hombres”), tiene una hija de Madere, la pierde, se queda ciega y finalmente, gracias al pueblo y el poder de la ilusión artística, recupera la vista, regresa con el hombre que ama y cambia la muñeca que funcionó como prótesis de su hija muerta por la niña que Madere tuvo con la otra, fugada de la historia cuando él descuida su todavía reciente posición burguesa (el dinero, la casa con criada, la buena sociedad) y vuelve a la que de verdad es su vida: el barco propio y Clarisse. La película, consagrada a temas como el amor, Francia, el agua y el arte, alcanza los sótanos y las alturas del folletín sublime. Abre con un epígrafe de Séneca y honra el vinculo del cine con el catch, el circo y la canción portuaria. Es una obra maestra por la cual vale mancharse. Está dedicada al Mariscal Pétain.
La dedicatoria dice así: “Es a la Francia del mañana que me gustaría dedicar esta película, pero puesto que está encarnada en usted, permítame humildemente dedicársela, Sr. Mariscal”. A esta inscripción puede sumarse la analogía a la que recurrió Gance cuando presentó la película en Vichy el 14 de septiembre de 1941, ante un público entre el que estaba el propio Pétain: “Para nosotros, los franceses, dos grandes nombres se levantan sobre nuestro futuro: Juana de Arco y Philippe Pétain. Juana salvó a Francia en Reims, y es desde Vichy que nuestro Mariscal salvará a Francia”. Hay quienes dicen que este apoyo, solidario en grandilocuencia con sus pensamientos y películas, era un intento por parte de Gance de resguardarse ante una posible identificación como judío. Hay quienes ponen en duda un reconocimiento a Pétain en tanto líder de la colaboración y señalan en cambio un reconocimiento al héroe de Verdún y a la leyenda del Mariscal, coherente con la idea de los Grandes Hombres a la que Gance era adepto. Y hay, finalmente, quienes no aceptan ninguna explicación de la vergüenza. Una dedicatoria, tres motivos: estrategia, filosofía de la historia, colaboracionismo.

Ahora bien, ¿hay algo en la película que sostenga las palabras de Gance o se trata de concesiones de paratexto y circunstancias? En principio, la historia forma parte, orgullosamente, del melodrama como género popular de los altos sentimientos. Amor, Sacrificio. Mayúsculas y más mayúsculas. Todas cosas que, tal como Gance las trata, enturbian cualquier referencialidad. Pero al mismo tiempo, primero con anuncios tímidos, después pavonéandose, se impone un demonio conocido: el demonio de la tentación alegórica. Todos sabemos de su ocasional inevitabilidad y común avaricia. Nada deja libre. Toda resistencia vence en pos de acomodar los signos a su diseño. Atrapado por él, que opera en sentido contrario al que prefieren las formas, inclinadas al derrame incluso en la austeridad; empujado a la interpretación, o en una palabra: poseído, transité este camino de debilidad.
2. Primero, la sospecha, inspirada obviamente por la dedicatoria, de que el tema último de la película es Francia, y entonces, como lógica consecuencia, la búsqueda de sus imágenes. Pensé inicialmente en Clarisse, que cae en las tinieblas y asciende otra vez a la luz. Pensé después en el Ruidoso, el barco de Madere, arrumbado al comienzo y finalmente listo para volver a navegar. Pensé y me detuve, por último, en la unión de ambos, barco y mujer, no solo cuerpo y alma sino alma doblemente encarnada, porque también el Ruidoso es beneficiario del aliento vital. “Los barcos sufren como los hombres, y también hablan”, le dice Madere a Ulysse, su amigo y subordinado. “¿Y qué te ha dicho hoy el Ruidoso?”, pregunta este último, con gesto risueño y una incredulidad de la que se cura enseguida. “Nada, está llorando”. Gance filma entonces planos del barco quejándose: ruidos de madera, ruidos de metal y una especie de barrito triste, como de elefante que agoniza. Más adelante -insistiendo, como en La rueda, con la representación de la máquina como ente dotado de espíritu y lenguaje- el Ruidoso le dirá a Madere: “No te vayas, no te vayas”.
El barco está dañado, la mujer ciega, en ambos late un corazón que se resiste a morir. Francia está en crisis pero viva. Francia necesita ayuda. Un capitán, un esposo. Madere, claro. Madere-Pétain. Así progresó el demonio alegórico, orgulloso de sí como quien arma un rompecabezas y se complace viendo el progreso de la imagen. Es un demonio representativo, al fin y al cabo. Pero apenas establecida, la correspondencia mostró sus ripios y agitó la búsqueda de soluciones. Un hombre como Madere, cuya expresión brilla cuando se sabe amado pero se vuelve amenazante cuando pierde la certeza, ese hombre inseguro, enfermizamente celoso, que no sabe tratar con sentimientos elevados, ¿puede realmente ser el salvador de Francia? No, claro que no. ¿Será entonces el pueblo portuario, que es generoso y por eso sabe amar? Tampoco, porque si bien el pueblo ayuda con su esfuerzo, no lo hace con su inteligencia, y necesita por lo tanto alguien que lo guíe. Quedaba solo un personaje capaz de salvar a Francia y a la alegoría: Ulysse, el comediante, el segundo de Madere, que ensaya sus números durante toda la película y no consigue más que burlas; el hombre que estropea incluso el éxito, según dice el dueño de la taberna. Ese hombre torpe, en quien nadie confiaría, es el que escribe la obra para salvar a Clarisse. Una obra en la que todos tienen su parte y él dirige con mano ligera, al punto que Madere la empuja más allá del horizonte previsto.

Pero de nuevo: ¿cómo podría salvar a Francia alguien que conoce los poderes de la imaginación pero es débil? ¿Cómo podría si Francia también es el Ruidoso? Gance es el autor de Napoleón y de Austerlitz, una versión de Bonaparte más alegre pero igualmente visionaria (“El cielo me habla”, “En Francia solo admiramos lo imposible”). Es el que proyectó durante años una película sobre De Gaulle, enemigo de Pétain. Gance piensa en líderes. En líderes inspirados, para ser precisos. De esta manera, el panorama se aclara: el salvador es Madere, esposo y capitán. Pero Madere no podría salvar a Francia sin el comediante, que le señala el camino. “El drama de Clarisse”, dice Madere, refiriéndose tanto al sufrimiento de su amada como al que será su remedio, “ha hecho que despertara de mi estúpida vida”. Ulysse escribe la obra de la ilusión. El hombre práctico se inspira por participar de ella y decide entonces hacerla real. Todo el montaje que hacen el pueblo y su director escénico para hacerle creer a Clarisse que está viajando en un barco llamado Primavera por lugares lejanos de África o la India se convierte en un esfuerzo por reparar el Ruidoso para que pueda hacer realmente el viaje. La invención hace la Historia. Estas palabras de Madere son posibles por Ulysse:
“Hasta ahora, amigos, para salvar a una mujer me ayudaron a crear sueños. Ahora debemos fabricar la realidad para que todos podamos vivir (…) Ayúdenme a reparar el Ruidoso, su corazón es bueno, y en cuanto pueda navegar con carga iremos a donde Clarisse crea que estamos. ¡El Ruidoso se reunirá con el Primavera en los Mares del Sur! ¡La realidad atrapará al sueño!”
El capitán-esposo puede convertirse verdaderamente en tal solo después de recibir el soplo del poeta. Porque en realidad Gance no solo filmaba películas sobre hacedores de Historia sino que se veía a sí mismo cono uno de ellos. En el comienzo de Yo acuso se pone en escena como general del cine: dispara un cañón, toca un silbato y da órdenes para que sus soldados formen el nombre de la película. En El fin del mundo interpreta a un poeta y lector de Kropotkin cuya primera aparición lo muestra en el teatro como Cristo crucificado; es hermano de un científico al que inspira como Ulysse a Madere porque “el mundo moderno ha tomado medidas contra lo sublime”. En su libro Prisma escribe: “La primera verdad consiste en saber que no la hay, la segunda vedad consiste en crear una, la tercera verdad consiste en creer ciegamente en aquella que se ha creado, y el arte comienza ahí.”

Finalmente, con la identificación de Gance como legislador secreto del mundo, todo estaba en su lugar. Venus y el Ruidoso son Francia. El pueblo es el pueblo. Madere es Pétain y Ulysse es Gance, sin quien Madere no podría hacer la Historia. Abel Gance, inspirador. Abel Gance, salvador de Francia.
3. Una vez recorrido, el camino de la tentación alegórica se reveló tan cierto como fundamentalmente erróneo. Cierto porque las piezas de reemplazo se acomodan sin esfuerzos espurios en un paisaje coherente. Erróneo porque la preocupación por las sustituciones conduce a la desatención de los elementos presentes, que son los que le aseguran a la película su brillo y persistencia. Una hermenéutica sin sensualidad: he aquí uno de los nombres del enemigo. Pero claro, el cine no es un animal sumiso, así que una vez instituida la alegoría y agotada la posesión por el cumplimiento de su propio proyecto las formas volvieron a la vida como en busca de la restitución de sus fueros, y con ellas esta certeza: es la convicción con la que Gance filma diálogos y situaciones que en otras manos se hundirían en el ridículo la que decide la suerte de La Venus ciega. La que inclina su equilibrio hacia el magma en el que hierven los materiales altos y bajos de la cultura y del que emerge, ídolo de un barro inagotable y continuo, el melodrama portuario como sinfonía del universo. Después de confirmar que la ceguera es inevitable, Clarisse y su hermana Mireille hablan en la taberna. Afuera llueve. Las gotas caen al mismo tiempo por la cara de Mireille, por la ventana y por el puerto. Más tarde, en el Ruidoso, cuando Clarisse deja a Madere, en parte diciéndole cosas que no quiere escuchar, en parte callando ante lo que inventan los celos del hombre, se desata una tormenta. La boya hace un ruido agresivo, el mar y el cielo se vuelven amenazantes, los planos que Gance les dedica empujan las formas hacia la abstracción, de manera similar a lo que sucede con las sobreimpresiones múltiples en algunos momentos de Napoleón. Todo llora por Clarice (que no llora), todo se enfurece con Madere. Una danza de lo animado y lo inanimado en la que nada puede finalmente ser sustituido. Un cosmos solidario. Abel Gance, salvador del cine.
