Sobre “The King of Wuxia”, King Hu y otras glorias, por Marcos Rodríguez

Hay algo que no termina de ser atractivo en The King of Wuxia (al igual que con el juego de palabras de su título), a mitad de camino entre el documental informativo más llano y una leve consciencia formal que no alcanza para darle un peso propio. Sin embargo, la posibilidad de conocer más y mejor a un director como King Hu, al que por lo menos hasta hace poco resultaba tan difícil acceder, pero que deslumbra ya con una o dos películas, bien vale la pena de atravesar las casi cuatro horas que dura la cosa.

En rigor, The King of Wuxia no es una película sino dos: dos partes claramente diferenciadas (que se estrenaron en diferentes momentos) y que abarcan la figura de Hu desde dos perspectivas distintas: la primera parte se centra casi exclusivamente en sus películas, en recolectar anécdotas, en analizarlas, en marcar su importancia, en sumergirnos en su universo; la segunda, una vez despejado el análisis de lo que verdaderamente nos importaba, es una biografía: en el fondo, tal vez sea la parte más interesante de la película, o por lo menos la que uno recuerda más.

Para quien vea esta película desde estas costas, tan lejos de todo lo que retrata The King of Wuxia, ambas partes son por lo menos enriquecedoras: la primera sección no solo aporta todo un contexto y un sentido amplio a las películas que tal vez ya conocíamos, sino que entra en detalle en toda la filmografía de Hu, incluyendo una buena cantidad de películas que hasta hace poco no se podían ver y de las cuales un cinéfilo argentino probablemente no había escuchado ni el título. Por lo menos, es mi caso. Así, uno puede conocer detalles, por ejemplo, de la producción y del éxito de taquilla de clásicos como Come Drink with Me y Dragon Inn, lo cual sirve para entender no solo la importancia de estas películas en la historia del wuxia (más bien, del cine en general) sino también, por ejemplo, cómo fue que Hu logró filmar esa película imposible, obra maestra entre las obras maestras, que es A Touch of Zen.

Por otro lado, como suele ocurrir en este tipo de películas, The King of Wuxia vale también por las entrevistas a quienes conocieron a Hu, a quienes le deben su carrera, a quienes trabajaron con él. The King… es pródiga en anécdotas y eso siempre se agradece, no solo por el morbo coleccionista que suele ser la contracara de la cinefilia, sino fundamentalmente porque ofrece una perspectiva humana e íntima, un detrás de la trama de unas películas que, de tan fascinantes y perfectas, a uno casi le cuesta imaginar que alguna vez no existieron, que casi no existieron.

La biografía de Hu, como decía, termina siendo igual de fascinante, no solo porque ahí sí que la información con la que contábamos era prácticamente nula, sino también porque Hu, como cabía esperar, era un personaje desquiciado y entrañable. En lo más íntimo e inicial, su historia se parece a la de tantos inmigrantes en Taiwán: una infancia (ahora vista casi como idílica) en China, el exilio a Hong Kong y eventualmente a Taiwán, donde filmó la mayor parte de su filmografía. A ese relato de base se suma el ascenso y caída de un artista: desde sus inicios como actor cómico para los estudios Shaw (oficio al cual, como corresponde a todo gran clásico, llegó casi de casualidad), el salto a la dirección, la revelación del genio, el éxito, luego el prestigio internacional y, finalmente, una decadencia lenta, triste y gris. No me puse a revisar la película para contar los minutos, pero uno tiene la sensación de que el segmento dedicado a este tramo final de su vida es mucho más largo que el resto, probablemente por lo triste. Al prestigio le siguen películas más arduas y que no funcionan tan bien en taquilla, a esas películas siguen proyectos cada vez más espaciados y difíciles; los tiempos cambian y los estudios no están interesados en financiar producciones gigantes, meticulosas e incomprensibles para plasmar la visión de un grande. El final solitario se vuelve mucho más punzante cuando la película empieza a contar la historia del último gran proyecto de Hu, un nuevo wuxia que planeaba filmar en Estados Unidos (ambientado en el siglo XIX y protagonizado por inmigrantes chinos que llegaron a la Costa Oeste para trabajar en el tendido del ferrocarril), para el cual, después de muchos años, había logrado asegurar financiación (gracias, en parte, al apoyo de John Woo, su discípulo y amigo). El proyecto, la gran reivindicación del maestro Hu, se ve truncado por su muerte, que ocurre de forma poco clara durante una cirugía cardiovascular que, al parecer, ni siquiera era absolutamente necesaria, semanas antes del inicio de producción. The King of Wuxia nos deja sabor amargo sobre sabor amargo.

Uno de los aspectos que me resultó más interesantes de la película es la medida en la que pone en evidencia hasta qué punto somos ajenos al contexto cultural que le dio sentido original a las películas de Hu. Por ejemplo, cuando los entrevistados explican la influencia de la Ópera de Pekin en el cine de Hu. Al parecer, King Hu era un tipo muy culto, de clase media tirando a alta, que disfrutaba de los grandes clásicos de la cultura china. Para preparar cada una de sus producciones, Hu solía encerrarse en museos para estudiar cuidadosamente las pinturas y pergaminos de épocas antiguas, para entender más cabalmente las formas de vestirse e interactuar de la China de antaño. Como nota al pie: una anécdota encantadora es cuando Hu descubrió a Chun Shih (casi su actor fetiche y casi el protagonista de la primera parte de The King of Wuxia) un día caminando por la calle y lo persiguió y lo convenció de actuar porque, según decía, “tenía cara de escriba”, un rostro clásico que ya casi no se ve. En la película, intercalado con las entrevistas y los fragmentos de películas, se incluyen momentos de un par de actores jóvenes que están ensayando lo que, entiendo, sería una obra de esta Ópera de Pekín: para mi sorpresa, no hay nada de canto, casi no se muestran diálogos, y en cambio vemos a estos dos tipos saltando entre camas elásticas ensayando coreografías con espadas. ¡Casi como ver una de Hu llevada al teatro!

Los estudiosos y los rigurosos probablemente dirían que hay que conocer la Ópera de Pekin para entender cabalmente el cine de King Hu. Puede ser. Definitivamente hay algo ahí que nos estamos perdiendo. Hay un cierto tufillo legitimista en The King of Wuxia en la medida en la que parece preocuparse tanto por subrayar la corrección histórica de las producciones de Hu y su entroncamiento con la prestigiosa tradición literaria y pictórica china. Todo eso está muy bien y será muy cierto, pero no es menos cierto que lo verdaderamente fascinante del trabajo de Hu no es cómo logra recuperar las raíces muertas de una tradición de otras artes, sino la maestría con la que logra contaminar esta arte nueva con formas diversas. En términos técnicos, por ejemplo, una y otra vez la película insiste sobre el trabajo innovador (e increíble) que hacía Hu con el montaje: un montaje que no solo tenía perfectamente planificado al momento del rodaje (y que nadie más entendía) sino que termina por montar él mismo.

El cine de Hu es fascinante no porque resucite escribas chinos, sino porque es un trabajo perfecto, meticuloso, obsesivo, imposible, sobre la forma cinematográfica. Esa forma la podemos leer acá y en todos lados. Y es ese trabajo el que termina por insuflar vida a tradiciones muertas. Su cine, ese que solo podía hacer él, se contamina de otras formas y abre para nosotros puertas que ni siquiera conocíamos.

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