¿Para qué la crítica?, por Marcos Rodríguez

Me acuerdo que cuando empecé a escribir sobre cine, allá hace por lo menos quince años, la disolución había empezado pero todavía existían, por ejemplo, los medios en papel y los cines donde se veía cine; Internet existía pero no era lo que es ahora. Por ejemplo, me acuerdo que cuando empecé a escribir, como era el nuevo, en la repartija de privadas (¡las privadas!, escuché que todavía algunas sobreviven en rincones perdidos…) me tocaban esos estrenos de segunda línea que a nadie le interesaba ver: comedias yanquis sin grandes estrellas, películas argentinas medianas, alguna cosa europea de esas que todavía hoy se estrenan. Es decir: lo que se escribía venía dictado por lo que se estrenaba, y lo importante era cubrir. Por supuesto que había lugar para otras cosas, desde ciclos hasta caprichos, pero buena parte de la función de la crítica se medía por su relación con lo que se estrenaba cada jueves en salas.

Las cosas, huelga decirlo, son muy diferentes ahora. Entre otras cosas, por ejemplo, porque ya casi no existen los medios en papel (aunque escuché que todavía algunos diarios se imprimen) y con eso se pierde la noción de espacio compartido: ese lugar donde todos nos cruzábamos para discutir. Ahora reina la (¿ilusoria?) libertad y en Internet todos podemos escribir todo al mismo tiempo: ganamos en pluralidad y las voces se van perdiendo en un océano de textos que se pisan unos a otros. Ganamos mucho pero los críticos perdieron (por lo menos los que la tenían) esa vaga aura de autoridad que les confería su puesto: los que vieron antes, los que vieron más, los que ven mejor. Supongo que debe existir gente que todavía usa frases como “el crítico de tal diario”, pero eso no es más que una costumbre fosilizada y, en todo caso, todos los textos se igualan en un buscador.

Por otra parte, hace tiempo ya que la idea de “agenda de estrenos” apenas se sostiene: porque cada vez se estrena menos, porque cada vez hay menos salas, porque ya no se estrena únicamente en salas de cine, porque los estrenos en sala suelen ser como golondrinas que pasan rápido para migrar hacia otros formatos, porque hay tantas otras formas de ver una película, porque las películas hoy las vemos mucho antes o mucho después de que se “estrenen”, y un largo etcétera. Como contraparte de esta merma del “estreno”, Internet abrió acceso un universo de cine infinitamente más amplio que una cartelera: hoy podemos ver (incluso hasta de formas legales) películas de todas partes, películas de todas las épocas, todas esas películas que fueron quedando tapadas por la hojarasca de la historia. Las posibilidades sobrepasan con mucho las capacidades de escribir sobre todo esto, e incluso si el texto colectivo de Internet llegara a “cubrir” todo ese cine, nadie alcanzaría a leerlo. Ya no podremos abarcar nunca el cine, incluso si en realidad nunca lo hicimos.

Por todo esto, y por varias cosas más, la vieja idea del crítico como aquel que media entre las películas y el público ya tiene escaso sentido: persiste tal vez en la figura del crítico que cubre festivales: ese espacio artificial y mágico donde todavía existen los estrenos, donde todavía puede haber una primicia (el que vio la película primero), donde todavía existe una jerarquía (no cualquiera puede cubrir cualquier festival), donde tal vez todavía sus palabras puedan tener un peso. Pero se trata de invernaderos muy puntuales, que no alcanzan a cubrir ya no digamos el cine, sino ni siquiera la función del crítico.

Si el crítico ya no es aquel que vio primero una película (o, por lo menos, eso ya no importa tanto), no es menos cierto que gracias a Internet ni siquiera es necesariamente aquel que salvaguarda la memoria del cine, sus trayectos pero también sus datos. Ya cuando yo empecé con todo esto esa idea de la información era obsoleta: escuché muchas historias de los críticos de la vieja guardia, que solían armar y guardar fichas con la información técnica de cada estreno que veían, pero yo siempre usé imdb. Con el tiempo, la información digital va llegando hasta los rincones más oscuros y nuestra relación con la memoria cambió. Pero, sostengo, la información nunca fue más que una función tangencial y parasitaria de la crítica, de la cual se ha ido liberando progresivamente. Todavía uno puede leer frases como “el director de Blade Runner” o “quien ganó el Oscar por su papel en…” o cosas por el estilo y está bien porque no todo espectador tiene por qué estar interesado en sostener esas genealogías en su cabeza todo el tiempo, pero quien realmente esté interesado en encontrar información, va a encontrar mejores formas de acceder a ella, y la crítica va por otro lado.

Si nadamos en este océano de películas y textos, y parece haber pocas posibilidades de construir un sentido, ¿por qué seguimos escribiendo crítica?

Escribiendo hoy, en octubre de 2024, en Argentina y a unos meses de iniciado el gobierno de Javier Milei, preguntarse por el sentido de la crítica también tiene un sentido muy concreto y específico. ¿Qué significa escribir crítica de cine en un país en crisis? ¿Qué significa la crítica para el cine cuando el sector está paralizado, puesto en duda, al límite (otra vez) de la extinción? ¿Qué es la crítica en un país en el que más de 9,9 de cada 10 espectadores que van al cine un fin de semana van todos a ver la misma secuela de animación de Estados Unidos? ¿En el que, según dicen, nadie ve cine argentino? ¿Escribimos todos sobre Intensamente 2? ¿Repetimos gacetillas? ¿Cubrimos estrenos? ¿Hablamos sobre películas que nadie va a ver? ¿Seguimos hablando para pocos sobre las pocas películas que todavía nos interesan? ¿Hablamos del INCAA? ¿Cuestionamos la política? ¿Nos preguntamos cómo llegamos acá? ¿Tenemos algo para aportar?

La discusión sobre la crítica no suele entrar en perspectiva cuando se habla sobre el estado del cine en Argentina. Por diferentes razones, entre las cuales podríamos nombrar por ejemplo el hecho de que la crítica no es una actividad grande ni costosa ni que requiera tantos apoyos como la producción o la exhibición; por no hablar de que no pocos en el sector sienten que la crítica simple y llanamente no debería existir, más que como órgano de difusión en todo caso. Y, sin embargo, es precisamente en un país en crisis, con un mercado chico y cada vez más chico, en el que el público argentino sigue siendo renuente al cine argentino, donde más se nota la importancia de la crítica. Los grandes tanques van a seguir rompiendo récords, acá y en todas partes. Podemos hablar de eso. Confiamos y esperamos que el cine argentino pueda seguir existiendo y que las películas no dejen de seguir naciendo. Tenemos que hablar de eso, de las películas que existieron y que van a existir. Pero donde casi no hay público, donde ya casi no hay encuentros, donde el cruce de las películas con sus espectadores es siempre difícil, la crítica abre diálogos: el diálogo de la película con el espectador, de la película con otras películas, de la película con su tiempo. En ese microclima siempre un poco extraño que es el ámbito del cine en un país donde casi no hay industria, la crítica de alguna forma completa el círculo y habilita esos vasos comunicantes. Muchas veces las perspectivas sobre el cine se abren desde la crítica.

Bastarda, multiforme y efímera, la crítica de cine siempre existió en un ámbito pantanoso, a mitad de camino entre la difusión de prensa y el texto académico, entre el periodismo y el diario personal, entre la evaluación por listado de rubros técnicos y el capricho. Atrapada en la red de Internet, hoy a la crítica la corren desde otros lados: sus límites los pisan las promociones empresariales apenas disfrazadas, los contenidos de redes sociales, los discursos éticos de lo que debería ser, la academia con complejos, los fans autoproclamados expertos y una larga lista mutante de nuevas cosas que van apareciendo. Nada es mejor, todo es igual. Y, sin embargo, nos obstinamos en escribir. Nunca debe haber habido tantos críticos como hay hoy.

Por mi parte, nunca lamenté haber dedicado mi tiempo a la crítica, porque sé que es mucho más lo que ella me ha dado que lo que yo haya podido aportarle. Me refiero a todo lo que aprendí leyendo crítica, que me enseñó cosas que no sabía, que me formó en una pasión, pero me refiero también a todo lo que aprendí escribiendo. Siempre sentí que una crítica vale y sirve por la fuerza de sus palabras y no por lo acertado de sus argumentos, pero al mismo tiempo, desde este lado de la pantalla, también sentí siempre que el texto que yo terminaba escribiendo importaba menos que el proceso que me llevó a plasmarlo: como si la crítica no fuera más que la huella de un diálogo interno, el surco que permitió recorrer un camino. Es esa pelea con las palabras, cuyos rastros se pueden seguir por los renglones publicados, las palabras que fueron esas pero podrían haber sido otras, las que me permiten descubrir a mí un poco más qué es todo esto que me pasa con esa cosa que llamamos cine. Poco importa en realidad que estas palabras terminen por naufragar en la red y no las lea nadie; en el fondo, esa escasez de comunicación provocada por el exceso no es esencialmente diferente a lo efímero que marcó siempre a la crítica. Pocas cosas más viejas que el diario de ayer. Pocas ideas menos acertadas que las que yo mismo dije en el pasado. La crítica nació para perderse en un instante: es una parte constitutiva de su naturaleza como texto. Es parte de su fuerza. No venimos acá para descubrir grandes verdades. No dedicamos minutos de nuestras vidas a leer críticas porque creamos que vamos a encontrar más que un par de ideas esbozadas al paso. Estamos acá para dialogar. Con el cine, con otros, con el pasado, con lo que deseamos. Y el diálogo, como todo, dura apenas un instante.

A pesar de ese lugar común que nunca va a morir, a pesar de toda la evidencia que parece indicar lo contrario, un crítico no se sienta a escribir porque crea que la tiene más clara que todos, porque se siente un iluminado con derecho a juzgar o porque se sienta más poronga, inteligente o importante que una película o un director o un actor o quien sea. Pelotudos hay en todos lados, desde ya, pero incluso cuando supuramos por la boca, cuando la ironía se afila en el desprecio más frío, cuando gana la rutina y la mala leche, incluso en esos puntos más bajos, un crítico escribe porque ama el cine. Tal vez crea que el cine es esto y no debería ser aquello, tal vez suspire por un paraíso perdido que por supuesto nunca existió, pero si odiamos una película en el fondo no es más que porque sentimos que no le hace justicia a todo lo que el cine podría ser, debería ser, ese horizonte lejano siempre tan al alcance de la mano y siempre tan falso. Para el crítico, el cine es pasión. Por supuesto, la pasión pocas veces es razonable y probablemente nunca pueda ser justa. Pero pocas cosas matan más a la crítica que lo ecuánime.

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