Sobre «Better Man» y «A Complete Unknown», y lo que no se puede explicar, por Marcos Rodríguez

Había vuelto de las vacaciones con la convicción de que ya venía siendo hora de dejar en paz a los biopics, que nunca van a dejar de seguir apareciendo, que nunca aportan nada demasiado nuevo y sobre los que, la verdad sea dicha, ya no tenía mucho para decir. Muy convencido de dejar todo atrás, de pronto veo que se estrenan dos biopics sobre músicos: uno protagonizado por un mono, y otro por Bob Dylan. Y justo cuando uno cree que había logrado escapar, te vuelven a chupar. Tal vez con uno, no me hubiera sentado acá a escribir esto, pero ambos combinados producen algo interesante: primero porque cada uno ofrece (¡maravilla!) un enfoque diferente sobre el género, pero sobre todo porque las búsquedas que plantea cada uno son opuestas. Así que hay algo ahí.

Primero vamos con la biografía de Robbie Williams protagonizada por un mono digital. La idea se vende fácil: en vez de una película sobre Robbie Williams, una película con la voz de Robbie Williams y un mono en pantalla. En líneas generales, Better Man es un biopic puro y duro, de lo más clásico: historia de superación, caída y redención, éxito inevitable, traumas de infancia, etc. Pero el artificio se impone: una historia que ya conocemos, pero con un mono. Algunos espectadores se habrán quedado afuera del juego, me imagino, pero en general es fácil entrar porque a Williams no le falta carisma y además el mono está bien hecho. Es raro al principio, después sigue siendo también raro pero ya nos ablandamos a este tipo de animación casi realista y el personaje y la historia hacen el resto.

¿Por qué hacer una película con un mono en lugar de con un actor más o menos parecido que pueda cantar aunque sea un poco y capaz que hasta liga una nominación al Oscar? En principio, para romper las bolas, lo cual viene muy bien con el personaje de Robbie Williams. Pero también hay una justificación: el propio narrador (Williams) nos dice que va a contar su historia, pero que nos va a mostrar cómo se ve él realmente. O sea, como un mono. Por lo que se dice luego en diferentes parlamentos, el mono vendría siendo el signo de un ser humano “no evolucionado”. ¿No evolucionado en qué sentido? Hay algo de pendenciero, de clase baja, de grasa en su personaje, con lo cual esa evolución podría leerse como “no refinado”, pero la película está llena de personajes de clase baja y solo tenemos un mono. En línea con la lectura más psicologista que propone la película, esa “evolución” que no se produjo en Williams tendría que ver con una especie de no maduración. En un momento, el personaje, que se encuentra en rehabilitación, cita un refrán que dice algo así como que cuando uno se vuelve famoso, se queda congelado en la edad que tenía cuando empezó a ser famoso: o sea, ese huevón adulto en realidad es y seguirá siendo eternamente un pibe de 15. Pero el monito se nos muestra desde que Williams era chico: siempre fue un mono. O, más bien, siempre se sintió un mono: lo que vemos son problemas de autoestima o algo por ese rumbo. Un subproducto interesante de esta línea psicológica es que, mono desde chiquito y mono incluso cuando logra curar ciertas heridas, el juego termina por resaltar algo que escapa a la narración de redención y sanación: no hay una verdadera causa de la moneidad y, al parecer, tampoco habría forma de resolverla. Mono nació y mono sigue, y en el mejor de los casos lo que le toca hacer es aprender a vivir con eso. Bastante lejano de cualquier clímax.

Más allá de lo que quiera decir el mono o no, y de los trucos y juegos que habilita tener un protagonista digitalizado y animalizado, me interesa un aspecto en particular: toda esa atención puesta en el protagonista y su evolución lo que hace en realidad es resaltar un aspecto que siempre fue clave de un buen biopic tradicional pero acá se acentúa al mango: la idea de que lo que se cuenta en esta película no es tanto la vida y los hechos de un ser humano, sino su viaje interior. No una persona sino sus problemas. De hecho, Better man trata bastante por arriba una buena cantidad de los hechos puntuales de la biografía que se supone que está contando (la mayoría, diría) y, en cambio, se concentra en todos los vínculos familiares e íntimos que puedan causar problemas o dolores a su protagonista: el padre, la madre, la abuela, el manager, los compañeros de banda, la novia, los Gallagher, etc. El resto (cómo escribió las canciones, cómo tuvo éxito, los discos que sacó) aparece en pantalla pero como al pasar, siempre pensando en otra cosa o como parte de un número musical que resume con elegancia arcos de historias que en el fondo tampoco nos interesarían tanto. Al ponerse la careta del mono, Better Man se saca la máscara de la seriedad que se supone debería respetar una película que cuenta hechos reales. Y va para otro lado.

Parte de esa ligereza (¡una película protagonizada por un mono!) también le hace muy bien a la película porque le permite jugar con los musicales: como la historia no importa tanto, ni mucho menos explicar detalladamente cómo pasamos de una cosa a otra, Better Man se permite grandes (y digitales) números musicales que le dan ritmo a la narración, que juegan con las viejas tradiciones del género musical (en un artista que se la pasa constantemente refiriendo a los clásicos como Sinatra) y que hacen que lo que en principio podría ser un gran bodrio de reconciliación con el padre que nunca estuvo a la altura se convierta en un viaje divertido y por momentos hasta conmovedor. No es poco para un biopic.

En el otro extremo de todo esto se encuentra A Complete Unknown, el biopic sobre Bob Dylan, que casi que se gana un Oscar pero al final no. A diferencia de lo que había hecho en Walk the Line, en esta nueva película sobre cantante country/rock James Mangold decide empezar su historia en el momento en el que Dylan llega a Nueva York: es decir, omite toda infancia y toda prehistoria, y con ella cualquier explicación psicológica del talento o de los problemitas que pudiera tener el artista en cuestión. Es una decisión que casi que viene dada por su propio personaje: Bob Dylan es un nombre inventado por una persona que se la pasó mintiendo sistemáticamente sobre su historia y su pasado. La película señala esto en un par de momentos (con el álbum de fotos familiar, y con Joan Baez que no le cree la boludez esa de que creció en un circo), y también con los diálogos que Dylan mantiene con su novia sobre la película de Bette Davies que vieron juntos: que si ella se “redescubrió” o se inventó a sí misma, etc. Para un mejor análisis sobre la película de Mangold, recomiendo este texto de José, que en el fondo es mucho más interesante que la película en sí.

Pero el punto que me interesaba señalar es que así como Better Man casi que se desentiende de la carrera musical de Robbie Williams y se concentra exclusivamente en sus problemas psicológicos, A Complete Unknown casi que se desentiende de cualquier idea de explicación psicológica y se concentra exclusivamente en la música: en tal año tal recital, después de este encuentro aquel otro, después de esa canción la siguiente, tras lanzar este disco vino el otro. Cada nueva etapa en los inicios de la carrera musical de Dylan se analiza con relativa minucia porque en el fondo se trata de un nuevo escalón que el propio Dylan va levantando como proceso para la construcción de una identidad que no existe: Dylan es el que al final se escapa. No se trata de una concepción antipsicologista, ni siquiera de una idea más moderna de la identidad como construcción, la cuestión es que a A Complete Unknown lo que le interesa es la música más que las personas. La libertad de la música.

Casi invirtiendo la lógica del biopic, son las canciones las que hacen a Dylan y no Dylan el que hace las canciones. Esto se explica también a través de los diálogos de la película (por supuesto): una vez que ya logró la fama, el Dylan siempre vagabundo termina por caer en el departamento de su ex, tal vez en pedo pero sobre todo perdido, y lamentándose de sus problemas de artista exitoso, dice algo así como que la gente siempre le pregunta de dónde vienen las canciones, aunque en realidad lo que le están preguntando es por qué las canciones no les vienen a ellos. Las canciones vienen, llegan desde un lugar misterioso que podríamos llamar inspiración, como si eso explicara algo. No hay una razón por la que Dylan (y no otro) funciona como pararrayos de esas canciones que aparecen, pero lo que sí está claro es que la película marca una diferencia: el genio es Dylan y los demás se dedican a mirarlo con la boca abierta. Son particularmente mágicas (y repetidas) las escenas en las que un personaje (se van turnando) escucha por primera vez a Dylan cantar, y la cámara se acerca para intentar capturar en la expresión de ese espectador novato el perfil, el paisaje de la revelación: no importa el contexto y ni siquiera hace falta que cante una canción propia, con el solo hecho de presenciar la música que atraviesa a Dylan, cualquiera se queda clavado al piso. Ni hablar cuando despliega una de sus grandes canciones y el mundo estalla en llamas. Frente al fulgor de Dylan, el opaco mundo de los esforzados y responsables cantantes de la escena folk, a la que él supo insuflar vida y luego tuvo que dejar atrás. De un lado los artesanos, los correctos, los laboriosos, del otro el genio. Es una lástima, por supuesto, que todas estas ideas vengan empaquetadas en una película que es, como mucho, pulida y correcta, encorsetadas en un trabajo actoral tan de mímica, tan de ganas de ser gran actuación, tan biopic.

Más allá de los logros y méritos (y sus evidentes limitaciones), cada una de estas películas propone al menos una mirada diferente sobre la vida de sus artistas. Con la máscara del mono y con la máscara del circo, Better Man y A Complete Unknown se permiten escapar, por lo menos, de la medianía de la explicación fácil del arte.

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