Resulta muy difícil abordar una película como A river called Titas, primero por simple ignorancia personal (es la primera película que veo de Ritwik Gatak), pero también porque la película en sí desborda cualquier encasillamiento que pudiera facilitarnos creer que entendimos algo.
Una primera impresión puede resultar engañosa: filmada en un blanco y negro muy contrastado, con imágenes que parecen robadas de la realidad social que da marco a la película, A river called Titas puede parecer un ejemplo más de cine neorrealista, una especie de La terra trema en Bangladesh. Hay, por supuesto, algo de eso: un retrato de las penurias e injusticias a las que están sometidos los pescadores pobres que viven a orillas del río Titas, una cierta mirada marxista sumada al complejo sistema de castas, que condena a una vida sin posibilidad de esperanza. Sin embargo, A river called Titas se estrenó en 1973, apenas tres años antes de que muriera Gatak, un momento en que incluso el neorrealismo indio ya había quedado atrás y en la que no es fácil encontrar este tipo de fotografía que parece esculpir con sombras sobre el encuadre perfiles y líneas que componen una fuerza visual evidente. Hay algo en esta película que, en realidad, es atemporal.


La siguiente opción, para quien carga con bastante cine a cuestas, sería asociarla a las películas de Satyajit Ray, sobre todo a la trilogía de Apu pero, especialmente, a Pater Panchali, una película estrenada casi 20 años antes, ambientada en una aldea rural de Bengala, en la que seguramente también debe haber habido algún río por ahí, si bien lo que uno recuerda son los trenes. Ray y Gatak fueron contemporáneos, comenzaron a filmar casi en simultáneo, pero Gatak nunca alcanzó el reconocimiento internacional (ni, entiendo, el local) que tuvo Ray en vida, ni tampoco después. Gatak siempre fue el cineasta secreto, con lo que conlleva esa maldición, si bien el propio Ray siempre habló maravillas de sus películas.
Sin embargo, Gatak no tiene (al menos en esta película) ni la elegancia ni el compás perfecto de Ray, no podría alcanzar nunca sus equilibrios y, en rigor, tampoco los busca. Comparten una cierta idea de perspectiva amplia, de cubrir en el fluir de una película el fluir de los años y las historias (pensando siempre en Pater Panchali, ya que Ray tiene una filmografía amplísima y muy diversa), pero ahí donde Ray retrataba el paso del tiempo en el crecimiento de un niño (al cual seguiría en el resto de su trilogía), Gatak avanza a los hachazos, con montaje violento, y, sobre todo, saltando de un personaje a otro para poblar de historias tangenciales una película que termina casi por quedarse sin protagonista de tanto ir y venir.

Hay, en rigor, una protagonista: Basanti, una mina que aprende a ser fuerte al ir reaccionando a los golpes que le da la vida. Con ella empieza la película y con ella termina, y cada tanto las tramas que se van abriendo terminan por traernos de vuelta a ella, una figura que empieza como la de la doncella buena, obediente y virginal que está enamorada y termina, literalmente, fajando a un tipo como una diosa desbocada. En el medio, ocurre de todo lo que se nos pueda ocurrir: la ambientación de miseria y chozas no le sirve a Gatak como excusa para retratar a sus personajes como simples pobres que sufren. Cada uno de sus personajes (y son muchos, con mayor o menor grado de participación) tiene su personalidad, su historia, que incluye sobre todo historias de amor y, más que nada, tragedias. Las historias son tantas que sería imposible cubrirlas pero, por simple diversión, vamos con un pequeño resumen: la película abre con Basanti, que es una jovencita, apenas adolescente, que tiene dos pretendientes y ninguno se decide a pedirla en matrimonio; pasa el tiempo, ya son más grandes, los dos pretendientes son amigos y viajan en su barca a pescar a otro pueblo cercano y, mientras están ahí, por una serie de circunstancias (que incluyen una guerra intertribal), el favorito de Basanti termina casado con una de las chicas de la aldea, a la cual apenas si le vio la cara; la escena de la noche de bodas (sonorizada con la respiración cada vez más agitada de la novia, que no se atreve a moverse) es una de las maravillas de esta película; cuando los pescadores se preparan para volver a su aldea y llevar a la nueva esposa a la casa del novio, durante la noche, unos bandidos la raptan; el novio se vuelve loco instantáneamente y la joven esposa (que no sabe ni el nombre de su nuevo marido) aparece flotando inconsciente río arriba; pasa el tiempo de vuelta, Basanti al final tuvo que casarse con el otro pretendiente (porque su favorito se había casado con otra y, de paso, se volvió loco), pero su esposo muere a los pocos días de la boda y ella queda como una viuda frustrada, viviendo con los viejos; han pasado los años y la novia del río decide buscar el pueblo de su esposo, con su hijo a cuestas, y llega al pueblo, donde se hace amiga de Basanti, la cual decide echarle una mano porque ella no tiene nada y su hijo literalmente se muere de hambre; la novia del río finalmente encuentra a su esposo, pero este está loco; cuando el loco finalmente la reconoce, pierde el control, lo matan a palos los hombres de la aldea y la novia del río se vuelve loca ella; el huérfano, entonces, pasa a quedar a cuidado de Basanti, pero la madre (una harpía), se la pasa quejándose de que no pueden alimentar una boca más; después Basanti termina por echar al huérfano, se rompen corazones por doquier; un hombre intenta violarla; el prestamista de la ciudad cercana busca vengarse de los pescadores y, para romper su unidad de casta, les ofrecen a los pescadores que participen de una compañía de teatro; todo se va al carajo; en el medio, hay también demandas legales fraudulentas y un estafador que, confrontado con su víctima, de pronto comprende su error y se suicida desde una palmera; el río se seca y, por supuesto, todo termina mal.


Hay más historias que se podrían incluir, aunque esto cubre (creo) las líneas básicas del argumento de la película. En el medio, hay bellísimos planos de festivales y rituales rurales, con una cantidad absurda y desbordante de música. Hay estatuas. Hay planos en los que los personajes hablan mirando directamente a cámara. Hay manifestaciones divinas: literalmente, la novia del río se aparece a su hijo bajo la figura de una diosa cargada de tristeza. Hay planos evidentemente documentales de una carrera de botes. Hay una enorme cantidad de planos en los que los personajes (probablemente, no actores) representan con muecas de mala actuación momentos claves de sus historias (particularmente memorable, el momento en el que el joven esposo se vuelve loco en su barco). Hay una cantidad inverosímil de lluvia y barro. Hay un intento de matricidio filmado en subjetiva. Hay pocos peces, eso es raro. Hay un trabajo exquisito con planos de una enorme profundidad de campo, donde la figura se nos aparece siempre en un primerísimo primer plano, cerca del borde, y al mismo tiempo tenemos espacio para un paisaje significativo.
La poética de Gatak, claramente, está muy lejos del equilibrio: su película va y viene por las historias cruzadas de sus pescadores, trabaja constantemente el plano desde su valor plástico y no desde el realismo, busca estallar y no tiene miedo a la acumulación, al desvío, al desvarío.
