¿Dónde está el baño? Por Marcos Vieytes

El protagonista de Burning, la última película de Lee Chang-dong, es un pibe del campo que se ha mudado a la ciudad para ser escritor y en un momento dice: “Sobran Gatsbys en Corea”. Uno sospecha que la historia de estos tres muchachos que cruzan sus vidas en la actualidad comenta el estado del país y del mundo con deliberación cuando escuchamos frases como ésa o vemos la escena en que Trump habla desde un televisor lateral pero omnipresente. Peppermint Candy lo hacía sin vueltas y su diagnóstico tampoco era optimista, pero su brutalidad era mucho más estimulante que las alusiones y misterios de esta última. Si hasta era capaz de ensuciar la mano de su protagonista y el ojo del espectador con la mierda de un hombre torturado por la policía. Ahora Lee Chang-dong encuentra cosas sólo aparentemente más profundas pero mucho menos físicas en el baño de su película.

En una de las primeras escenas, que parece diseñada para dar esas claves de lectura que los teóricos llaman poéticas, la chica pela una naranja imaginaria y hace la mímica de comérsela. Ante la cara -no se sabe si de asombro o de fastidio- de su interlocutor, ella le dice que no hay que creer que la naranja existe, si no olvidarse de que no está. Durante un rato largo pasará algo parecido con un pozo que la chica siempre menciona pero el pibe no recuerda ni encuentra, y con un gato al que no podemos ver pero suponemos que existe porque parece comer y cagar. En otro momento alguien pregunta qué es una metáfora y no recibe más respuesta que otra pregunta: “¿Dónde está el baño?”. Pero persiste la sensación de que se nos quiere decir algo más importante que lo que la materia filmada muestra a menudo con suficiente consistencia, belleza y seguridad.

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La cámara se mueve mucho menos bruscamente que en Oasis, la obra maestra del director, y sus actores no tienen que desarrollar manifestaciones tan extremas como las de los protagonistas de esa película donde encarnaban a una mujer con problemas motrices y a un muchacho con retraso mental que se enamoraban, es decir que cogían pese a sus limitaciones y nuestra sorpresa cuando no repulsión. Al final de Burning hay una escena en la que el cuerpo reacciona poco menos que autónoma e intensamente contra las violencias recibidas: el actor se desnuda a la intemperie en pleno invierno. Un par de veces antes, el mismo personaje se hace la paja en el departamento de la chica que le gusta mientras ella no está. El paisaje rural, con su paso quemado por la escarcha, se acerca por momentos al de Dirección desconocida, una de las películas más terribles que se hayan filmado en Corea y en cualquier parte.

La luz helada confirma el par de estribillos de la película. Uno es el del incendio: el empresario joven y rico dice que cada dos o tres meses le prende fuego a uno de esos invernaderos abandonados que proliferan a la vera de los caminos coreanos para sentirse vivo o encarnar algo así como una manifestación destructora de la naturaleza, cuando no es otra cosa que la alegoría del funcionamiento psicopático del capital contemporáneo. Más tarde el protagonista, punto de vista humano dominante de la película, sueña con uno de esos holocaustos. El otro motivo también implica luz y calor, pero tampoco calidez. La chica con la que el protagonista empieza a salir le dice que el sol ilumina apenas un rato al día su diminuto departamento. Mientras cogen él ve la pared momentáneamente clara, pero la aparente vitalidad de esa coincidencia es otra manifestación crepuscular.

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Si el sol de Secret Sunshine era delirante, iluminando el duelo de su protagonista en una iglesia evangélica, el de Burning es helado porque se está poniendo siempre. La película es un largo atardecer y su intriga policial, en el mejor de los casos, combustible narrativo. En el peor, diagnóstico social. McGuffin o alegoría. Pero incluso cuando esto último amenaza con coagular en significados e interpretaciones no dejamos de sentir que Lee es un director para los que el plano, el tiempo y la materia continúan siendo potentes prioridades físicas. La escena inolvidable involucra las tres cosas: un plano secuencia flotante en que los personajes fuman porro mientras atardece y la chica baila desnuda. Ni la bandera de Corea del Sur a la izquierda, ni la justo antes mencionada frontera de Corea del Norte a la derecha, ni la función convencionalmente poética de Miles Davis en la banda sonora agotan su sensualidad.

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