- La boludez de los progres
Por alguna razón, antenoche vi una de esas películas que el oportunismo político anglosajón arropa en cómodas frazadas de seriedad y compromiso. No sé quién dirigió eso, pero se llama: Brexit: the uncivil war (algo así como “Brexit: la guerra poco civilizada”, aunque resulta muy difícil traducir los abismos de conservadurismo y caballerosidad inglesa que esconde la palabra “civil”). El título ya me hizo sospechar, pero preferí hacer como que algo bueno podía pasar después de ese nombre.
Y no es para tanto: la cosa se deja ver, aunque resulte soberanamente aburrida. Sobre todo, hasta cierto punto (relativo, desde ya) la cosa funciona porque termina por crear una criatura endiablada (en la piel de Benedict Cumberbatch, ese actor que los cinéfilos decidieron odiar), destructiva, destructora, brillante (por lo inteligente, no tanto por el carisma, aunque ahí algo aporta Benedicto), el hechicero que abre la caja de Pandora de esa guerra poco civil y permite que entren en la arena pública el Brexit, Boris Johnson y esa chusma que lo apoyó y lo sigue apoyando. Incluso si, antes de que termine la película, el propio personaje se arrepiente de lo que hizo, ya vimos el abismo de frente: la política no va a volver a ser la misma. Además, si Dominic Cummings (Cumberbatch) se arrepiente, no es porque le haya agarrado de súbito un arranque de conciencia democrática y lamente las consecuencias que sus actos trajeron para el civilizado reino de Gran Bretaña, sino, por el contrario, porque descubre que después de su obra maestra de sacudón y cuenta nueva, no hubo nadie digno de levantar el guante del caos y crear algo diferente.
Pero me desvío. El punto es el siguiente: si algo hace insoportable a Brexit (la película, no el hecho político) no es su pulcritud adormecida y adormecedora (después de todo, uno se la pasaría en constante estado de indignación si fuera a poner el grito en el cielo por cada película pulcra y sin vida que nos ofrecen las pantallas) sino la forma insultante en la que retrata a los votantes que apoyan el Brexit. Ese populacho incivil. No se trata, desde ya, de un defecto exclusivo de esta película. Y su menosprecio no se limita exclusivamente a los brutos británicos, ya que la propia película deja en claro que lo que pasó en el Reino Unido fue apenas la antesala de, por ejemplo, la elección que llevó a Trump al poder en Estados Unidos, y uno puede entender que por extensión se aplicaría a casi cualquier manifestación de la ola de populismo derechoso que se extiende por el planeta. Y que incluso llegó hasta estas orillas.
Es absolutamente fascinante ver cómo el progresismo, ese tan correcto, ese que ha ido ganando puestos en las altas esferas del poder (o, por lo menos, en sus cuerpos diplomáticos y de imagen y propaganda), siempre tan preocupado por los derechos, por las minorías, por los pobres y los marginados, por los inmigrantes, por los emigrados, por los refugiados, es incapaz de concebir a sus propias masas empobrecidas con un mínimo de humanidad. Esas masas que les dan vergüencita, que preferirían que no estuvieran. Claro, son las masas que alguna vez detentaron el poder, hasta que el poder empezó a alejarse también de ellos y descubrió que le funcionaba arroparse con los colores de lo políticamente correcto para salir bien en la foto. En Brexit son los palurdos, los semi idiotas, los semi (o no tanto) neonazis, los ex empleados de la minería que hace décadas se quedaron sin nada, toda una miasma de blancos no demasiado educados, conservadores, crédulos, resentidos. Solo esa gente podía hacer que ocurriera algo así. Solo los hijos de puta y los imbéciles podrían haber votado por que Gran Bretaña dejara la Unión Europea (esa panacea, donde claramente no hay ningún problema): los que tienen intereses oscuros y los que tienen el cerebro demasiado reblandecido como para darse cuenta de que los están manipulando con un pop-up de Facebook. No hay otro punto de vista posible. No hay razones propias. O pensás y entendés que la mejor opción concebible es la que ya sabíamos, o no estás pensando. Solo los progres, los que verdaderamente saben qué es lo mejor para vos, los que están defendiendo un statu quo que no supo resolver problemas que vienen desde hace décadas, solo ellos tienen derecho a la verdadera política. Lo demás es estafa.
El punto ciego de los progres es tan ciego que nunca podrán entender por qué fue que perdieron el poder.
Dos notas al margen. Primero: recuerdo, tras la elección de Macri en 2015, la caterva de memes sobre el “pobre facho” que inundaron las redes sociales. Los esclarecidos necesitaban palmearse sus propias espaldas. Segundo: dato de color, al parecer durante la campaña por el Brexit, los pro-Brexit usaron el argumento de la “campaña del miedo” para inhabilitar todo argumento anti Brexit; estrategia casi idéntica a la “campaña Bu” de Macri, quien al parecer (creo haberlo leído alguna vez) usó a los mismos tipos que aconsejaron a Dominic Cummings.
Me dirán que los fachos tampoco son particularmente adeptos a humanizar a sus adversarios progres. Supongo, pero hoy en día las películas están en su amplia mayoría del lado de lo políticamente correcto. Pero, por suerte…
- Cineasta viejo
Ayer vi la última película de Clint Eastwood: El caso Richard Jewell. Nueva maravilla del viejo al que lo único que se le puede reprochar es que produce tanto gran cine que a estas alturas cualquier cosa que filme que no sea una obra maestra rutilante puede parecer un poco poca cosa. Richard Jewell es una película enorme, que capaz no me absorbió tanto el coco como La mula, pero aun así es puro cine. Cine chiquito. Cine humano. Eastwood puede tomar historias de donde sea (no hace muchas películas hasta filmó un musical, no hace muchas películas hasta filmó la biografía de un francotirador del ejército de Estados Unidos), lo importante está en cómo mira. Puede tomar un proceso burocrático/judicial (como en Sully) y hacer una película noble. Puede filmar a un médium y meterte una escena de una clase de cocina. El gran Eastwood sabe por Clint, pero sobre todo sabe por viejo. Y parece que está entrando en ritmo.
Una de las cosas geniales de Richard Jewell es cómo da vuelta el concepto de racial profiling (uf, cuántas expresiones en inglés, pido disculpas por la tilinguería, pero no conozco versiones criollas de ciertas ideas): concepto acuñado por los progres (podría estar equivocado) para definir/atacar el accionar de ciertas instituciones, que actúan sobre determinados individuos asumiendo que responden a estereotipos raciales, más allá de las evidencias. Por ejemplo, la policía yanqui, que asume de entrada que un negro es culpable, por el solo hecho de ser negro. O un latino. O un árabe, que seguro que es terrorista. O cualquiera que no sea blanco/heteronormado.
El viejo Clint, que es facho (y que no me extrañaría que lo apoye a Trump), da vuelta la operación. El procedimiento no es nuevo, la derecha viene jugando el juego de la víctima desde hace tiempo, pero Eastwood acá lo hace con toda la delicadeza del cine bueno. En Richard Jewell el protagonista (un héroe, ni más ni menos) sufre el acoso de las autoridades básicamente porque las autoridades son medio inútiles y no tienen un verdadero sospechoso pero, sobre todo, porque el “perfil” de Jewell da terrorista. Terrorista, por supuesto, en un mundo previo al 11 de Septiembre, se entiende. ¿Qué hace que Richard se parezca tanto a un terrorista? Es patético, es solitario, vive con la vieja, le gustan las armas, admira a las autoridades. El crimen de Richard es que es un ejemplo redondo y rotundo de white trash (uf, de nuevo: “basura blanca”, “blanco pobre”, “palurdo”, “campechano”, “cabecita blanca”, imposible de traducir). Eso, frente a los ojos sofisticados de los agentes del FBI (en la piel del sofisticado Jon Hamm) equivale casi a una confesión. Incluso si la evidencia indica lo contrario. Incluso si para sostener esa teoría hay que inventarle un novio gay al palurdo.
Eastwood es de otra época y no tiene el menor resquemor en ponerse del lado del gordo patético que sueña (con un fervor asfixiante) con ser policía. Eastwood es un recio hombre de derecha, que puede poner en boca de sus personajes con total convicción y sin que le tiemble el pulso esa (ya) cansada frase de los fachos: ¿quién va a querer ser un héroe si después lo único que hacen es investigar al héroe como si fuera un sospechoso? ¿Quién va a querer ser un nuevo Richard Jewell?
Lo más importante: Eastwood, que será un facho pero sobre todo es un grande, sabe que los héroes son personas. Y las personas son criaturas corruptas, feas, falladas. No hace falta ocultarlo. Es más: quien no esté dispuesto a aceptar el costado roñoso y deforme, lo que no cierra, quien prefiere ignorar eso o soñar que no existe, jamás podrá concebir un personaje verdadero. Sino apenas una abstracción. Las abstracciones entran fácil en los esquemas de lo que se supone que deberían ser las cosas, pero tienen poco que ver con la vida y ni hablar con el cine. Richard Jewell es un tipo raro, y hasta bastante incómodo. Es difícil identificarse (por lo menos en mi caso) con alguien que sueña (con semejante grado de ingenuidad, además) con ser un policía y que guarda un arsenal importante de armas en su cuarto. Pareciera a propósito que el viejo traza su personaje con una personalidad al borde de lo idiota. Y, sin embargo, eso no le impide ser un héroe. Eso no le quita su dignidad. Así como el personaje de la periodista borracha, ambiciosa, trepadora y malhablada interpretada por Olivia Wilde también puede emocionarse cuando la escucha hablar a la vieja de Richard, y tener su pequeña lágrima de redención en medio de tanto reviente.
Hay una escena hermosa (entre tantas) en Richard Jewell en la que están entrevistando en vivo por televisión al abogado interpretado por Sam Rockwell, que se subió a la defensa de Richard la noche anterior y no está demasiado preparado que digamos. El entrevistador (negro educado) empieza a hacerle preguntas. Arranca con lo básico: ¿es culpable? No. Y después empieza: ¿conoce los antecedentes oscuros de su cliente, sabía que lo arrestaron? No, contesta el abogado, no lo sabía. ¿E igual cree que es inocente? Sí. ¿Y cómo puede creer que es inocente si usted mismo está admitiendo que hay muchas cosas que no sabe sobre el caso y sobre lo que pasó? Porque le creo.
Hay una ética ahí, por supuesto.
Concuerdo con casi todo. Uno de los males de nuestro tiempo es llamar «facho» a cualquier persona medianamente conservadora. Reconozco que Eastwood es un republicano confeso, pero un «facho» no podría filmar estas películas, no podría filmar al Otro con tanto respeto y humildad como el viejo Clint. Saludos.
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