Traducción: Marcos Rodríguez / Préstamo de libro: Alejandro Cozza
Conocí a mi primera prostituta cuando tenía diecisiete años y trabajaba como periodista para la sección de crímenes del New York Graphic. Un periodista veterano me metió en un prostíbulo en la esquina de la 97 y Broadway para darme un consejo sobre ahorrar unas monedas con las llamadas por teléfono. En lugar de usar el teléfono público del quiosco de la esquina para llamar a mi editor, ¿por qué no pedirle a “la chica” si podía usar el suyo? A la madame le resulté simpático y me dejó hacer la llamada. A partir de ese momento, solía pegarme una vuelta por aquella casa de mala reputación cuando estaba por el Upper West Side y necesitaba llamar para avisar de una historia. Era un ambiente fascinante para mis jóvenes ojos. Al principio, mantenía muy poco contacto con las empleadas. Me ponía muy nervioso estar en un lugar como ese. Había escuchado cosas terribles sobre las prostitutas. El Sargento Peacock de la comisaría había intentado asustarme y alejarme de las mujeres de la noche contándome estupideces sobre que se me iban a caer las pelotas si pasaba mucho tiempo cerca de ellas. La sociedad y los medios hicieron que hasta la propia palabra “prostituta” engendrara miedo y asco.
Mi madre también me había llenado la cabeza con idioteces sobre las prostitutas. Casi le da un infarto cuando le dije que usaba un burdel como oficina cuando estaba por el centro. Rebecca lanzó un discurso indignado sobre la inmoralidad y la higiene. La sífilis era un problema grave en aquel entonces: podía dejar ciego e incluso matar a quienes la contraían. Le aseguré a mi madre que nunca había tenido contacto sexual con las chicas. Pero, por Dios santo, le dije, nada me impedía hablar con ellas. Poco a poco fui conociendo a las chicas como personas. Me trataban como a un hermano menor, aunque no eran mucho más grandes que yo. Cualquier impulso sensual que pudiera haber tenido quedó aplastado por el enfoque puramente comercial con el que las chicas encaraban su trabajo. Nunca me tentó acostarme con una prostituta porque las conocía demasiado bien. Me contaron sus vidas y llegué a respetarlas.
Por la mañana, se la pasaban sentadas como monjas en un convento, vestidas solo con encajes y pijamas para atraer a los clientes tempraneros. Si yo pasaba por ahí, me daban algo de plata y me pedían que les trajera café y donas. Cumplía con estos pequeños mandados con gusto. Una vez le llevé café caliente a una chica que se llamaba Helen. Antes de que pudiera tomárselo, la madame la llamó para que atendiera a un caballero que acababa de entrar. Helen me pidió que le sostuviera el café hasta que volviera.
“Va a estar frío”, le dije. “No”, dijo Helen mientras miraba al tipo. “Conozco a mis clientes. Creeme, va a estar caliente”.
Las chicas tenían su propio código ético, sus propios sueños. Muchas de ellas querían tener hijos y formar una familia. Ese era su boleto para salir de esta vida sin salida, de vuelta a la normalidad. Muy pocas lo lograban. La mayoría languidecía en ese limbo en el que la madame proveía todo a cambio de 65 centavos por cada dólar que ganaban las chicas. Desde mi rincón en la oficina de madame, podía escuchar sus conversaciones sobre cuentas de lavandería, tarifas de taxi y dolores de espalda. Cuando Helen una vez se quejó por la comisión exorbitante que le sacaban del sueldo, Madame la miró con ojos gélidos y le preguntó: ¿Querés ser una Lindy?
La amenaza nada sutil de estar en la calle, sola, era una referencia al vuelo en solitario de Lindbergh a través del Atlántico. La vida de una chica independiente era mucho más dura, tenía que ser mucho más astuta para sobrevivir, además de preocuparse por su seguridad física.
Tenían un complejo terrible en relación con su trabajo. Cuando salían, las chicas sentían que todos sabían, con apenas mirarlas, a qué se dedicaban, como si tuvieran la palabra “prostituta” marcada en la frente. En secreto, se aferraban a visiones románticas, con la esperanza de que un cliente adinerado las invitara a un restaurante de moda o a un club. Muy pocas veces pasaba. Las inteligentes guardaban tanta plata como pudieran y luego se mudaban adonde nadie las conociera.
El burdel tenía dos puertas diferentes. Una entrada de un lado del edificio y una salida del otro, para que los clientes no se cruzaran unos con otros. Era obligatorio tener una cita arreglada. La madame organizaba y coordinaba hasta el último minuto. Parte de su éxito se debía, sin duda, a un par de políticos locales que eran clientes regulares. Desde la pequeña oficina de la madame podía ver la sala, si me inclinaba y asomaba por la puerta. Ahí, en un sillón, vi un día a un importante concejal de la ciudad. Había asistido a una conferencia de prensa en el ayuntamiento en la que ese mismo concejal había soltado un discurso en el que condenaba la prostitución en Manhattan. El hipócrita había jurado que la aboliría.
Una de mis amigas, Dotty, logró salir del burdel y mudarse a un departamento lujoso en el Upper East Side. Mi editor me mandó a entrevistar a Dotty por una historia en la que estaba trabajando. Era casi una prisionera en ese departamento, la tenía con correa corta el hombre que la había rescatado. Respondió a mis preguntas, pero me hizo prometerle que no usaría su nombre en la historia. Sería malo para su nueva vida. Se lo prometí y mantuve mi palabra. Dotty tenía una sonrisa hermosa.
Corte a treinta años después. Me iba a reunir con mi abogado para almorzar en el Beverly Hilton Hotel. Llegué temprano, fui hasta el bar y pedí un Bloody Mary. Alguien me tocó en el hombro. Me di vuelta. A mi lado había una mujer elegante, que me sonreía.
“Me acuerdo de vos”, me dijo. “¿Vos te acordás de mí?”. Miré su hermosa cara pero no podía ubicarla. Sacudí mi cabeza.
“La esquina de la 97 y Broadway”, me dijo. De pronto la recordé. Dotty, la que logró salir. “Le dije a mi esposo que ibas a cumplir tu palabra”, me dijo.
Su marido, un hombre sofisticado y mayor, vino caminando junto con su hija, que ya era una joven dama. El marido era un abogado famoso, que trabajaba para la mafia. La hija se veía igual a su madre cuando la conocí, cuando tenía treinta y pocos. Charlamos un poco y me cuidé de no decir nada complicado. Nos despedimos y me regaló una de sus sonrisas hermosas y misteriosas antes de que me diera vuelta para alejarme.
Estos recuerdos me impulsaron a escribir The Naked Kiss, un cuento sobre una prostituta que decide comenzar de nuevo en un pueblo chico donde nadie la conoce. Cree que podrá escapar de la duplicidad y las mentiras de la gran ciudad. Sin embargo, tendrá que enfrentarse a la misma cantidad de mala voluntad e hipocresía. Mi historia trataría sobre la estrechez mental que señala con el dedo a los pecadores y engendra intolerancia y odio.
Quería sacudir al público como un titular chillón y establecer rápido la personalidad de mi protagonista, Kelly, en la primera escena. Los críticos dicen que esta secuencia es mi escena “característica”. Es una pelotudez, porque cada escena de cada película que filmé tiene mis características. Este es el inicio de The Naked Kiss en la versión final del guión, que filmamos casi exactamente como estaba escrito.
INT. DEPARTAMENTO DE FARLUNDE. NOCHE.
1.UNA MUJER está atacando a un borracho con su cartera. La mujer es KELLY, que rellena de forma exquisita un vestido tubo con tiras spaghetti, que revela una figura despampanante. Su sombrero de moda se posa sobre un peinado precioso: sus rasgos son perfectos. RETROCESO con FURLANDE, el borracho, a medida que ella avanza y lo sigue golpeando. Incluso mientras golpea al borracho indefenso, es la imagen impoluta de la gracia, arreglada como una reina. Al intentar defenderse de los golpes y mantenerse en pie, Furlande retrocede y tropieza con su bar: lanza volando vasos y las botellas chocan contra el piso. En la pared una galería de mujeres observan a Kelly y el borracho en plena batalla. Las cosas se caen. Las sillas quedan dadas vuelta. Él pierde el equilibrio y se arrastra por la sala. Ella lo sigue golpeando con su cartera.
FARLUNDE
Por favor, Kelly. ¡Estoy borracho!
La cartera lo golpea en la cara. Los labios sangran. Tiene los pómulos cortados. Protege su cabeza, se pone de pie, pierde el equilibrio, lanza un golpe, le derriba el sombrero, la toma del vestido y se lo saca de un tirón. Ella queda en corpiño y bombacha, satén negro con encaje. Él la toma del pelo, tira. Se le sale la peluca. Ella es calva. Su mano encuentra la boca de ella, tira. Ella muerde. Él grita, se aleja adolorido, se desploma borracho sobre un escritorio, lanza la lámpara y lo que está arriba del escritorio al piso. La lámpara en el piso sigue encendida. Farlunde cae, su cabeza golpea la pata de la mesa. Queda inconsciente. El único sonido: la respiración agitada de ella. Se lo queda mirando. ¿Muerto? Lo revisa. Alivio. ¡Vivo! Toma un sifón de soda, se sienta sobre su estómago y le lanza agua a la cara. Él se ahoga, tose, recupera la conciencia. Sus ojos se sacuden. Pánico. Ella encuentra su billetera, saca el fajo gordo de billetes. Él intenta recuperar su dinero. Ella lo golpea en la cara. Él lloriquea. Está demasiado borracho para pelear contra ella. Ella cuenta rápido los billetes.
KELLY
Ochenta dólares.
(contando cada billete con cuidado)
Diez. Veinte.
(Lo golpea en la cara)
¡Parásito! Treinta. Cuarenta. Solo me llevo lo que me gané.
Cincuenta. Sesenta. Setenta. Setenta y cinco.
(Lo golpea en la cara)
No te estoy robando, sanguijuela.
Solo me llevo los setenta y cinco dólares que me gané.
Le lanza el resto del dinero en la cara, guarda los 75 dólares en su cartera, se pone el vestido y arregla rápido la tira. Toma la peluca, el sombrero, busca un espejo y mira su reflejo.
2.PRIMER PLANO
KELLY mira al lente de la cámara (que ahora se convirtió en el espejo) y la angustia se refleja en sus rasgos. Es una imagen desgarrada. Se coloca la peluca con cuidado mientras aparece el cartel THE NAKED KISS sobre su cara con MÚSICA PRINCIPAL. Mientras se arregla la cara aparecen TÍTULOS DE ELENCO Y CRÉDITOS. El toque final es su sombrero. Se aleja un poco para verse mejor. De nuevo es una mujer muy hermosa. Comienza a alejarse, recuerda algo, va a la galería de fotos, arranca su foto, la rompe, tira los pedazos sobre el borracho y sale con orgullo. ACERCAMIENTO a FARLUNDE en el piso, contando borracho su dinero, lloriqueando. PLANO DETALLE del almanaque en el piso. Dice: “4 de julio de 1961”.
FUNDIDO A NEGRO
Tuve la suerte de contar con Stanley Cortez de nuevo como camarógrafo en The Naked Kiss. Para la apertura, Stanley ató la cámara a la espalda de un asistente. En aquella época no existían los steadycam y, créanme, esas cámaras eran pesadas. Otro tipo tuvo que arrodillarse atrás del camarógrafo y sostenerlo de la cintura para que no se cayera de espaldas. Le dije a Constance Towers, que interpretaba a Kelly, que golpeara el lente de la cámara con su bolso como si estuviera golpeando la cara de su proxeneta. En la sala de edición, cortamos ida y vuelta entre ella y el proxeneta que recibía los golpes y luego agregamos la banda de sonido jazzera.
Esa secuencia fue lo último que filmamos, porque quería que Constance se afeitara la cabeza. Lo hizo sin que le temblara el pulso. En Francia, después de la Liberación, me acordé que les afeitaban el pelo a las mujeres que se habían acostado con soldados alemanes. El proxeneta de Kelly le hace esto en castigo por haberse rebelado a su autoridad. Después de la pelea, Kelly se pone la peluca y arregla su maquillaje. De inmediato el público sabe que hay un abismo insalvable entre la dura vida de Kelly y la respetabilidad de clase media. El plano detalle final de la apertura marca el calendario en el piso de la casa del proxeneta. Es el Día de la Independencia de Estados Unidos y el de Kelly. Ella se va.
Cuando era periodista, cubría los suicidios. Muchísimos dejaban notas para sus seres queridos. En general escribían cosas tipo: “Que Dios me perdone” o “No puedo seguir”. Nunca olvidaré una nota escrita con un delineador sobre una bolsa de papel, escrita por una prostituta: “Hoy es mi día de la independencia. Voy a celebrarlo”.
Directores de todo el mundo me han dicho cuánto los influyó la secuencia inicial de The Naked Kiss. Siempre me alegra escuchar eso. En aquel momento, solo pensaba en retratar a mi personaje de forma honesta. Expandir el lenguaje cinematográfico a veces nace de intentar mostrar una cosa verdadera.
The Naked Kiss salta dos años. Kelly vuelve a aparecer en un pueblito típico llamado Grantville. Tienen un pequeño cine en el que están pasando (¿qué más?) Shock Corridor. Tan pronto como Kelly se baja del autobús, Griff, el policía local, la descubre. La busca y se la lleva a su departamento, donde paga veinte dólares para probar el Champán Espuma de Ángel de Kelly, su excusa para la prostitución viajera. Pasan la noche juntos.
Como Kelly, Griff es un personaje complejo que el público no puede entender fácilmente. No hay un romance boludo entre él y Kelly, es una relación profesional. Kelly quiere tener un policía de su lado. Griff es un solitario, es ambiguo en relación con su trabajo como policía, pero aun así le gusta ser la autoridad. Le pagan para mantener la paz y la fachada de civilidad en el pueblo. Eso significa controlar a las prostitutas del otro lado del río, que trabajan en el burdel local que maneja su amiga Candy. A Griff le encantaría ser un policía de gran ciudad, pero no le da. Cuando aparece la sofisticada Kelly, ella lo pone en su lugar, pone en evidencia la falsedad de Grantville y la hipocresía de Griff. Él quiere que Kelly se vaya de su territorio, pero no demasiado lejos, como para poder disfrutar de sus encantos de vez en cuando.
Kelly despierta a la mañana siguiente en la cama de Griff y se mira en el espejo. Como si fuera la primera vez, se mira la cara y parece no reconocer la persona en la que se ha convertido. En ese momento, decide cortar con todo. Kelly alquila una habitación en la casa de Miss Josephine y encuentra trabajo como asistente de enfermera en el hospital local para niños lisiados. Tiene mucho éxito entre los chicos, se gana el respeto y el aprecio de sus colegas. Agregué un número musical en el que los chicos del hospital le cantan dulcemente a Kelly:
Querida mami, por favor dime
¿El mundo de verdad es redondo?
Dime dónde puedo encontrar
Al pájaro de la felicidad
Kelly se hace amiga de Buff, una hermosa enfermera joven, y le presta uno de sus vestidos elegantes para una salida. Buff regresa con veinticinco dólares que se “ganó”. Kelly sospecha y le pregunta por la plata. Buff le confiesa que Candy se los dio como adelanto de futuros ingresos en su burdel del otro lado del río. Kelly explota, primero golpea a Buff, después se sienta a su lado y le cuenta sobre las lecciones que ella tuvo que aprender en el oficio de la carne. Escribí el siguiente monólogo para Kelly, para que pudiera hablar sobre su vida y las vidas de las prostitutas.
KELLY
Vas a ser la mujer de todos los hombres, pero la esposa de nadie.
Tu mundo quedará tan destruido que odiarás a todos los hombres
y te odiarás a ti misma porque te convertirás en un problema social,
un problema médico, un problema mental y un fracaso despreciable
como mujer.
Kelly va al burdel de Candy y golpea a la madame en la cara con su cartera. Le mete los veinticinco dólares en la boca y le advierte que se mantenga alejada de Buff. Kelly tiene huevos y sentido de la justicia. Su belleza y su romanticismo son los que atraen la atención de Grant, un filántropo apuesto y respetado. En la mansión de Grant conecta con Kelly mientras suena la Sonata Claro de Luna de Beethoven en el fondo. En un gesto romántico, miran películas caseras filmadas desde una góndola que avanza por los canales de Venecia y recitan poesía de Lord Byron. Kelly entra en otro mundo, un mundo de imaginación y fantasía. Al seducirla con sus tonterías idílicas, Grant no es sincero. Es un hijo de puta pretencioso que cubre su personalidad perversa con un barniz de encanto y generosidad.
Grant besa a Kelly. Ella se aleja y lo mira extrañada. Hay algo incómodo en el beso de Grant, si bien Kelly todavía no sabe bien qué. Luego comprende que es un beso desnudo: el beso de un pervertido sexual. Kelly es frontal y le confiesa a Grant que era prostituta. Aun así, él le jura amor y le pide que se case con él. El día en el que ella va a su casa para mostrarle su vestido de casamiento, Kelly descubre la verdad sobre Grant. Es un pedófilo. Ella lo encuentra cuando está abusando de una nena llamada Bunny. La nena escapa. Él le explica a Kelly lo que planea para su casamiento inminente.
GRANT
Ahora entendés por qué no podría casarme con una mujer normal.
Por eso te amo… vos entendés mi enfermedad.
Estás preparada para gente como yo, vivís en mi mundo.
Va a ser un mundo emocionante.
(Cae de rodillas)
Querida, nuestro matrimonio va a ser un paraíso
porque los dos somos anormales.
Impactada y asqueada por la idea de que la usen para cubrir una perversión, Kelly le hunde el cráneo a Grant con un teléfono. Su ira en contra del abusador de menores es avasalladora, como si estuviera atacando a todos los hombres que abusaron de ella. Grant está muerto y a ella la meten en la cárcel por asesinato. Su pasado aparece en todos los encabezados. Todos en el pueblo se ponen en su contra. Querrían quemarla en la estaca como una bruja. Después de todo, mató a su santo patrono, el hombre más rico del pueblo. Lo único más bajo que una prostituta para esos ciudadanos respetuosos de la ley y la iglesia es un pedófilo. Finalmente identifican a Bunny, la víctima de Grant, y la obligan a contar sobre sus “juegos” con Grant. Levantan todos los cargos contra Kelly.
Todo el pueblo se hace presente el día que liberan a Kelly. Están parados en silencio. Ella de pronto es una heroína por haber atacado a un pedófilo. Kelly mira a la multitud con frialdad, y luego se va sin decir una palabra para tomar un colectivo que la saque de Grantville. Frena un segundo para mirar a un bebé en un cochecito. No le importa un carajo nada ni nadie. Sus sueños están destrozados. Su pueblito reaccionario nunca podría ser un hogar para ella.
FIN.
The Naked Kiss fue un éxito de taquilla cuando se estrenó. Treinta años después, la siguen pasando en salas de cine arte y por la televisión por cable de todo el mundo. Por supuesto, no voy a ver ni un centavo de los derechos que me habían prometido. Inexplicablemente, me había convertido en una Lindy del mundo del cine, un independiente que hace películas cuando y donde encuentra un productor. Si el productor era deshonesto, estaba cagado. Tenía pocas defensas contra los estafadores, más que seguir escribiendo cuentos originales con la esperanza de que mi próximo productor cumpliera su parte del trato.
Tenía casi 52 años cuando terminé The Naked Kiss y me sentía orgulloso de lo que había logrado, lleno de energía y de historias originales, lleno de ansiedad por este nuevo periodo de mi vida que recién comenzaba, el de director independiente. Iba a ser un viaje movido. Me ajusté el cinturón y me agarré fuerte, listo y dispuesto para todo lo que esa montaña rusa de la vida estuviera dispuesta a darme.
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Samuel Fuller, A Third Face. My Tale of Writing, Fighting and Filmmaking. Alfred A. Knoff, Nueva York, 2002, pp: 415-424