Diario crítico (2019), por Marcos Vieytes

2 de enero

«El cine norteamericano parte a la conquista del cine sonoro, va de obra maestra en obra maestra, de Aleluya a Scarface, de los Marx Brothers a Domando al bebé.

Pero el reino del individuo, estrella o cineasta de genio, es reemplazado por el de los equipos.

(…) Frente a esas películas inteligentes y perfectas, sin defectos…, los genios de la época, fuerzas de la naturaleza que se rebelaban contra los mandatos del buen gusto y del gran arte, caricaturescos, violentos, reveladores, venidos del circo, del music-hall de Broadway, gente de mal gusto y de un talento admirable: los hermanos Marx, W.C.Fields y Mae West»

Memorias de un cinéfilo, Henri Langlois

24 de enero

 

¿Una comedia grosera de los Wayans? No, Ladykillers. Los Coen nunca negaron el lado Sofovich de la vida, nunca dieron vuelta la cara ni se taparon la nariz.

28 de enero

Hermano, de Balabanov, podría haber sido una película de Aristarain.

2 de febrero

¿Qué tiene que ver Sautet con Polanski? Aparentemente nada, pero en el tema final de Tess los instrumentos de viento ejecutan el mismo efecto que Phillippe Sarde había compuesto para Las cosas de la vida, su primera banda sonora, y así se filtra Sautet por el oído del espectador de Polanski.

11 de febrero

Buñuel y Hithcock se casaron en el 67 en España. Saura ofició la ceremonia. Sirvieron Peppermint frappé. La pareja no sabía que estaba embarazada de Ferreri. Azcona sí.

13 de febrero

El subtítulo de Border: Sentí algo hermoso es una cumbre del ridículo sublime, a la altura de Nunca mires hacia abajo, de Subiela. Si Rainer Werner Fassbinder viera el cine de género contemporáneo (y me refiero al sexual)… Qué poronga, por dios.

14 de febrero

Me cansé de encontrar la banda sonora de El día del delfín en mis búsquedas de discos. Anoche finalmente anoche vi la película y resultó ser una de esas parábolas del más ramplón humanismo contra las que Herzog filmó Encuentros en el fin del mundo. Además, desperdicia a Delerue, y todos sabemos que a George C. Scott no lo conmovía ni un delfín. ¿Qué habría hecho Polanski, director inicial del proyecto, con éste material?

25 de febrero

«Expulsado de la reserva india y de la universidad de Harvard»: así se presenta Oliver Reed en The Great Scout and Cathouse Thursday, una película menos eficaz que interesante por el contestario espíritu de época que manifiesta, por su amor a la payasada, por sus chistes sobre violaciones, y porque dos gigantes como Reed y Lee Marvin comparten planos todo el tiempo.

9 de marzo

La mejicanizacion del cine yanqui premiado durante estos últimos cinco años como institucionalización global del proceso de denotación alegórica del cine progresista contemporáneo: título de tesis.

11 de marzo

Walterhilleando: todo el artificio de cómic y neón de Walter Hill en The warriors existe para que el viento que mueve el pelo de Deborah Van Valkenburgh cuando llega, amanecida, a la estación, nos duela como duele lo real arquetípico: antiguo culto del coraje que llega a Hill por Melville y Borges, a quien cita en la contratapa del disco de Calles de fuego. Culto trágico de la materia que se despedía. Ciudades con basura, mundo todavía con cuerpos y espacio para la fuga. Justo antes de bajarse del tren el tipo filma uno de los momentos más hermosos de la historia del cine: en una de las filas de asientos están la chica y el líder de la pandilla: sucios, dignos, cansados y heridos. Cuatro parejas bien vestidas, institucionalizadas, se sientan en la de enfrente. Ni siquiera los miran mal, sino incómodos. La rea heroína tiene un momento de debilidad y atina a arreglarse el pelo para no desentonar, pero el pibe la detiene. Nada de vergüenza por no ser mujer como todo el mundo dice que hay que serlo. Nada de vergüenza por no andar bien arreglada como todo el mundo. Si acaso un poco de melancolía, a seguir caminando contra el viento y que el viento te peine el pelo como quiera.

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Hill es uno de esos que no se comen el grupo del presente. Todo es pasado, y el pasado es la posta. Pero hay que tener espaldas enormes para cargar con todo el tiempo del mundo encima. ¿El futuro? Engañapichanga de negociantes, alpiste para gallinas. Hill no hizo otra cosa que clásicos, estandars morosos con A mayúscula: Amorosos a más no poder. Su tempo es el de Ford pasado por Melville (The Driver viene de El samurai, pero habla demasiado), ceremonioso artesanado ritual de hombres que sueñan con ser dioses porque son mortales. La gran Gerónimo es su versión de El ocaso de los cheyennes, anacrónica como todas las de Hill. Nadie le dio pelota a esa película de los 90 salvo Tarantino, quien supo ver que es una de las mejores.

13 de marzo

Algunas declaraciones sobre Pietro Germi de Luciano Vincenzoni, Gastone Moschin y otros tipos maravillosos en este documental:

– Fellini no estrenaba sus películas si Germi no las miraba antes.

– A sus películas las despreciaban por «populistas» porque era socialdemócrata.

– Cuando Billy Wilder vino a Italia quiso conocer a Germi porque sentía que las películas de Germi eran las más cercanas a las suyas.

24 de marzo

Hoy se murió Larry Cohen, poeta. Es el Espíritu Santo de mi santa trinidad de clase B setentista junto a Romero y Carpenter.

No sé por qué, a diferencia de otros melodramas de Sirk que repaso relativamente seguido, nunca volví a ver Siempre hay un mañana. Pocas veces el funcionamiento familiar normalizado ha sido tan terrorífico. Y no lo sufre la mujer, sino el hombre. A quien nada ni nadie le termina dando la oportunidad de sentir algo que no sea la pura futilidad de todo. El mundo en que vive es el de La invasión de los usurpadores de cuerpos, pero ni siquieran nos dejan la coartada fantástica como consuelo.

28 de marzo

La voz de Cafrune es la voz de la luna, tan presente en su cancionero. Su ternura es la más faviana del folklore argentino.

Julián Centeya pone a laburar en la calle al motivo borgeano: «No sé con qué carajo hacés la rosa».

29 de marzo

La cámara de O saisons, ô châteaux (Agnès Varda, 1958) filma los castillos y la naturaleza del valle del Loira. De repente, acompañadas por un jazz juguetón, aparecen unas modelos de alta costura entre leños, ruinas, piedras rústicas y coníferas. Con ellas irrumpen el color y la frivolidad pero, a diferencia del pop masivo reinante que la enaltece, Varda no deja que reine sola, que se imponga, sino que la trenza en disputa con esas otras imágenes de siglos, y le pone un contrapeso al collage: el deterioro físico de la vejez y la muerte de la modelo que está en primer plano proyectadas por la sola presencia de la vieja que aparece casuamente detrás, sin la más mínima deliberación ominosa. El plano dura poco y nada, el jazz no deja de jugar pero la moda, y cierta concepción del arte como absoluta gratuidad, con su elogio de lo efímero y lo innecesario, cohabitan con el tiempo trágico de lo humano. Más tarde, a un poema de Ronsard que rima con uno de los famosos travelling laterales de Varda, acaso los más consecuentes y bellos de la historia del cine, le siguen dos viejos paisanos que cuentan cómo la mujer alabada por el poeta se casó con un vecino.

*

A Varda también le gusta bardear de lo lindo, pero como es francesa, culta, cariñosa y tiene pinta de abuela, la p… crítica no salta para no parecer bruta o fuera de lugar. La gente de la Cultura es así, no se enoja en público por no hacer un escándalo. En los créditos finales de Sin techo ni ley hay una línea digna de Clara Beter que es un chiste, una ternura y una provocación.

4 de abril

La segunda película de Ozu que me vuela la cabeza se llama What did the lady forget? Dura solamente una hora y gira alrededor de la idea del «problema». Problema matemático que le dieron a unos chicos en la escuela y que un estudiante universitario no puede resolver. Luego se traslada al hogar del profesor del estudiante universitario, y ya no es un ejercicio abstracto sino que comprende la administración de la relación conyugal durante la estancia de su sobrina en la casa, una de esas chicas fuertes, insolentes y vitales que en el cine de Naruse encarnaba Hideko Takamine (inusual protagonista de Las hermanas Munekata, mi preferida de Ozu). No hay el más mínimo asomo de interés sexual entre ambos, pero sí fantástica complicidad. Entonces la esposa queda relegada y eso es algo que una esposa no puede permitir, mucho menos una esposa de Ozu. Hay una información que el esposo oculta y pasa a ocupar el lugar simbólico del adulterio, propiciadodo por el control marital que ella desea imponer a toda costa. El desequilibrio provocado es el «problema» que habrán de resolver. Hasta ahora disfruto mucho más de las películas de Ozu en las que su puesta en escena todavía no luce tan estable (aunque ese relojito que es Cuento de Tokyo siempre da la hora justa).

20 de abril

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Philippe Noiret en dos obras maestras populares: Buenas noches, Alejandro (Yves Robert, 1968) y Cinema Paradiso (Giuseppe Tornatore, 1988)

24 de abril

La primera vez que me emborraché estaba escuchando María de Buenos Aires: fue «un día que estaba mufado de Dios». Primero tomé tres litros de cerveza. Cuando se acabaron, ya era de noche. Y en ese confín de San Fernando no había nada abierto. Seguí con una botella de vino que había en la heladera. Estaba solo. Algo -que ahora llamamos 2001- se había llevado puesta la fábrica de mi viejo, y yo mismo había dinamitado el edificio donde nació mi fe y donde sigue estando la de mis viejos y de mis únicos amigos hasta entonces. Para cuando se acabó el tinto hacía rato que yo andaba haciéndole la segunda voz a la operita, cada vez más exaltado. No había nadie que pudiera escucharme: el galpón ya estaba vacío, sin máquinas, muebles ni empleados. En el terreno de al lado y en el de enfrente, sendos baldíos. En el resto de la cuadra, más fábricas cerradas o a punto de cerrar. No me quedaba por tomar más que una botella de brandy. A la tercer o cuarta copa palmé. No sé cuánto más tarde me desperté vomitando, pero con el entusiasmo intacto por María de Buenos Aires.

28 de abril

Entre 37:30 y 43:30, una serie de primeros planos fabulosos y una danza en la que el hombre celebra su afirmación sobre la tierra que hace pensar en nuestro malambo (un par de tangos popularizados por Magaldi hicieron con Rusia, poco después de la revolución, algo parecido a lo que los tanos harían con EE.UU. en el spaghetti). Justo antes del final del fragmento, un caballo espera que Tarkovsky lo subraye con la cámara lenta cuarenta años después.

11 de mayo

Murió Jean-Claude Brisseau, fabuloso cineasta pajero, lírico y espiritista que le dio los últimos grandes papeles a Bruno Cremer y el primero a Vanessa Paradis. Nadie va a filmar como él.

21 de mayo

Recién me entero de que Clint presidía el jurado de Cannes cuando le dieron el premio a Tiempos violentos (Pulp Fiction).

27 de mayo

Es un poeta, un maldito poeta: ¿por qué la cinefilia no habla todo el tiempo de Jean Grémillon?

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Luz de verano (Jean Grémillon, 1943)

7 de junio

Junto con las expensas me llega un aviso de que el reglamento de propiedad del edificio que alquilo (y probablemente de todos los edificios) prohibe colgar la ropa en el balcón. Me sorprendo y me indigno, por supuesto, hasta que después de sacarme la bronca conversando con la kiosquera de la esquina me doy cuenta de que la cosa se arregla comprando un tender para que no se vea la ropa. «No te dejan ni sacar los trapos limpios al sol», resisto para mis adentros. Entonces me recuerdan un plano de mi película y me doy cuenta de que Dios de monoambiente, que realicé concienzudamente para que fuera la primera película no política de la historia del cine nacional, vino a decirnos sin pelos en la lengua que TODO TENDER ES POLÍTICO. La próxima dirá que todo tinder lo es.

25 de junio

Un día cumple años Carlitos, al otro se muere Isabel. Hace una semana recorté esta mirada sin saber que iba a ser una despedida: «Todo, todo se ilumina / cuando ella vuelve a vernos».

26 de julio

Cuando era chico, muy chico, anduve bastante a caballo en Polvaredas. Nunca más desde entonces, pero supongo que llevo grabada en el cuerpo la memoria del trote. Algo debe tener que ver eso con mi amor por las películas camperas del cine argentino clásico, por los jinestes introspectivos de Larralde, y hasta por las descripciones de su experiencia poco menos que trascendental como motociclista descrita por José Celestino Campusano en su libro Mitología marginal argentina. Todo esto me lo recuerda un párrafo del libro de Luis Franco sobre Hudson: «Por el alto nivel en que el jinete se halla, por ese movimiento sin par, a la vez intensísimo y sin fatiga alguna, el fenómeno se parece al vuelo -algo y mucho de la alta embriaguez del gavilán o la golondrina. En todo caso -se dice él- la ación del viento ‘obra como si al soplar dentro de mí destapara alguna obstrucción, algún obstáculo a una perfecta libertad de la inteligencia, o como si las dos mentes que tenemos, la consciente, lenta y laboriosa, y la que trabaja fácil y rápidamente en la oscuridad, y que sólo de tiempo en tiempo nos ofrece una conclusión, un resplandor fugaz de sus actividades clandestinas, se hubieran fundido en una, los pensamientos van y vienen tan rápidos que son como el vuelo de un pájaro, que en cada golpe de sus alas produjera una idea’.»

28 de julio

¿Qué es esto de andar llorando a la carne y sangre del primer Verhoeven con el llovido sobre mojado de Ridley Scott, ese replicante? Chau Rutger, que tu conquista sangrienta no se acabe nunca.

3 de agosto

Es muy difícil encontrar un disco de Rita Pavone sano. Pasa con casi toda la música popular de consumo masivo. Un disco de chamamé sin rayas, por ejemplo, es una entelequia tan monstruosa como uno de López Furst que no puedas usar de espejo, si no más. Para un coleccionista como yo la frustración es compensada por la imagen de las mil y una veces que esos discos giraron para alegría de muchos. Rita Pavone me hace pensar inmediatamente en Nueve reinas, que sólo puede ser una obra maestra para contener a Gaston Pauls sin que afecte nuestra valoración. También me hace pensar en Celentano, otro gran payaso pop como Rita. Varias de las canciones de este disco fueron escritas por Wertmüller y compuestas por Nino Rota.

8 de agosto

Jean-Pierre Mocky era un capo: 73 largos con los más grandes actores y nadie dice una palabra de él (Godard y Daney sí lo hicieron, pero no así los godardianos ni los daneyanos). Se casó a los 13 años, filmó con Antonioni a los 19, fue asistente de Visconti y de Fellini a los 21, escribió, produjo y protagonizó La cabeza contra la pared, pero no la dirigió porque el productor se asustó de su juventud y prefirió dársela a Franju. Además, conchabó a Raymond Queneau. Desde entonces no ha parado de filmar de todo sin hacerle asco a la sátira ni al grotesco y sin apoyo prácticamente de nadie hasta hoy. Que se murió Solo, como todos y como se llama su obra maestra:

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10 de agosto

Termino de ver a José Sacristán hablándole a su madre muerta junto al río al final de Roma y voy al baño. Agarro el primer libro que encuentro sobre la mochila del inodoro y leo:

«El viejo habló al fin, con pausa llena de melancolía, para contar a su joven amigo cómo, cuando tenía su misma edad, había perdido a su madre, por quien su amor llegaba a la idolatría, quedando enteramente solo en su casa y en el mundo.

Medio ebrio de dolor y desesperación la había llamado entre sollozos, seguro de que siendo infinitamente buena y dulce, y sabiendo en qué pozo de horror y desesperanza se hallaba su único hijo, no podía menos que volver a la tierra a hacerle compañía. Por noches y noches, en la más devorante y angustiosa espera, confió en la sigilosa visita de su alma. Pero nada, nada ocurrió, ni la más leve señal siquiera, hasta que él supo para siempre, con horrible seguridad, que ningún contrabando humano logra cruzar la frontera de la muerte.

¿Era tal vez que detrás de sus cuantas fórmulas sacramentales los gauchos, en su mayoría, no creían en nada? Tal vez no era tan inocua como él había supuesto la copla que muchas veces les oyera:

No me entierren en sagrado,

entiérrenme en campo verde

donde me pise el ganado.»

Salgo del baño y agarro, sin saber por qué y después de un buen tiempo, el segundo tomo de las obras completas de Borges. Leo un par de sonetos y me siento a transcribir los párrafos de Luis Franco que acabo de entrecomillar mientras escucho esto.

11 de agosto

El sentido de la vida:

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12 de agosto

A contrapelo de mis hábitos, el sábado me dormí a la 1 de la madrugada y me levanté a las 7 y media de la mañana. El sol radiante, el cielo limpio: un día peronista. A las 8 menos tres minutos estaba en la puerta del colegio de Belgrano donde tenía que votar. En punto entré, aunque nadie aún daba instrucción alguna. Subí al primer piso, todavía estaban disponiendo todo. Me paré frente a la mesa que me tocaba y me confundieron con alguien que los fiscalizaba. Desbaratado el malentendido hubo chistes y bromas, y me hicieron votar. A las 8 y 11 salí. En la puerta de entrada alguien le decía a la gente que estaban retrasados y que la votación iba a comenzar algo más tarde. Contento con mi buena suerte emprendí el viaje que me devolvería de Wilde recién a la noche. Estaba, si no confiado en el resultado de la elección, de muy buen humor. En un puesto del Parque Centenario, donde encontré la banda sonora de Bocaccio 70 a cincuenta pesos, vi la boleta de FF sobre el mostrador. Las más hermosas señales se acumulaban. Le dije a la mujer que atendía que «me hiciera la boleta». A su sonrisa y nuestros comentarios de rechazo a Macri se sumó otra mujer que estaba mirando libros. Una hora después me subí al Roca en Constitución. Llegamos a Wilde a las 3 de la tarde y a medida que nos alejábamos de la estación recuperé el recuerdo del Gran Buenos Aires. Las casas dejaban de tener revoque. La tinta roja de los ladrillos huecos a la vista combinaba con el colorido vestuario. El afiche de una película con Travolta pelado tapaba una ventana. Un graffiti con la cara de Evita presidía una ochava. El olor a asado abrigaba la precariedad de un barrio donde casas de clase media ascendente en los 50 y 60, y venida a menos debido a las políticas entreguistas de gobiernos como el de Macri anteriores al suyo, se combinaban con otras de clase trabajadora informal que le fueron ganando terreno al campo raso, tratando que los materiales de construcción sólidos reemplazaran los precarios de las villas. Un hombre de unos cincuenta años, morocho, macizo, parco y gentil, nos esperaba en la puerta (a la vuelta nos acompañó hasta la parada del colectivo). Después del saludo lo seguimos por un pasillo largo y zigzagueante que nos llevó a una casilla de techo bajo con dos paredes llenas de discos. Una radio comentaba los crímenes del macrismo, pero después de un rato el hombre debió apagarla para probar dos bolsas de discos que le acababan de traer, así que me enteré de los resultados recién, casi a medianoche. Esta noche se festeja en el rancho ‘e la Cambicha.

24 de agosto

Me pongo a escuchar un disco de Corsini y recién ahora se me ocurre pensar en el sentido sexual del verso de «Aquel tapado de armiño» que dice: «era el momento culminante del cariño». Parece obvio que la letra de Manuel Romero, director de cine fundamental, se refiere a la extorsión económica más o menos involuntaria que le hace comprar al tipo el tapado en cuestión, pero cómo no pensar también en fetiches y clímax. Lo que me recuerda ese gran tango no explícitamente sexual que es «Quedémonos aquí«. Otra belleza del disco es «Música de calesita», de González Castillo y su hijo Cátulo, que volvería al motivo en «La calesita», prolongada luego en la gran película de Hugo del Carril, obra maestra de la cabalgata histórico-musical.

13 de septiembre

Ettore Scola caracteriza a los cinco grandes del buen humor: «Gassman encarnaba el orgullo, el fanfarrón, el matamoros. Sordi es la quintaesencia del romano: bromista, mentiroso, que se cree más inteligente que el resto, que juzga continuamente y que presume de cinismo. En realidad, es el más débil. Tognazzi es el milanés, en apariencia seguro de sí mismo y agresivo, pero que, en el fondo, es vulnerable. Es también un hedonista. Manfredi desearía ser como Sordi, pero es tímido, duda, y ese momento de indecisión es fatal para él en lo que se refiere a las mujeres y al trabajo. Le pierde su lado vacilante. Mastroianni era algo totalmente distinto: no tenía una personalidad cinematográfica tan definida como los demás y se adaptaba a todos los papeles.(…) Mastroianni ayudaba a los directores a convertirse en los actores que no sabían ser.»

16 de septiembre

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Mientras meo en el baño de un piso del Kavanagh, de parado como buen hetero cis que se precia de tal y desconfiado como neurótico que bien sabe siempre despreciarse para no tener que salir nunca de sí mismo, me sorprende la dirección de la mirada del personaje de esta ilustración que cuelga sobre el inodoro.

18 de septiembre

“Me había aficionado al cine porque el cine era el entretenimiento de los pobres. (…) Toda mi familia era cinéfila. Era la droga familiar. Escapábamos de nuestra vida tan poco interesante. Entonces el cine era naturalmente de escape. Por eso, cuando la gente critica el cine escapista yo pienso: Menos mal que existió porque no sé cómo habríamos sobrevivido, ¿no?”

Néstor Almendros

17 de octubre

Del Carril termina su última película con un «Hasta más ver, compañero». Favio pone en boca de Gatica este pedido que es el de todo enamorado, el de todo maradoniano, el de todo cinéfilo, el de todo peronista.

4 de noviembre

Volví a ver La sociedad de los poetas muertos casi treinta años después del estreno, al que nos llevó el profesor de Física y Química que teníamos por entonces, un tipo importantísimo para mí durante la secundaria. Qué película facilonga es la de Weir, un director que miraba a los poetas (el Antonioni de La aventura en Picnic en las rocas colgantes, el Fellini de Roma acá), pero al que no le daba el piné para ser uno, no obstante lo cual ha dejado un puñado de películas hermosas y queribles.

17 de noviembre

Qué lindo mueven el culo las mujeres los sábados a la noche (hoy es domingo, pero mañana es feriado).

27 de noviembre

Al tipo se lo escucha con la luz apagada, el balcón abierto a la noche, un cigarro encendido y la gata al alcance de la mano. Un demonio con pulovercito sacude en las venas polen de novembre y yo escupo rosas a falta de whisky. Una trompeta carraspea en la alcantarilla y busco mi encendedor. La tira de la sandalia izquierda de una mujer se corta en Sicilia y sigo buscando mi encendedor. El hombre que ya no necesita buscar su encendedor está perdido, atrapado por el amanecer. La noche es una película que te protege del sol.

29 de noviembre

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La dolce vita volvió a los cines

12 de diciembre

Después de haber recogido una docena de discos raros de folklore en Villa Ballester a primera hora de la mañana, y de haberme encontrado en el camino con Isabelle Adjani, tomé el 140 hasta Dorrego y Niceto Vega. Al mediodía tenía que pasar a buscar uno de Freddie Hubbard, así que pensé hacer tiempo en el Mercado de Pulgas. Como ninguno de los locales que vendían discos estaba abierto me crucé a la compraventa de enfrente, atendida por una señora que siempre tiene varios a veinte pesos. Me dijo que había más adentro, pero que esperara porque en el local atiborrado de cosas, cuyo interior yo siempre cogoteaba de afuera como el pibe al cafetín de Discepolo, sólo había un pasillo extremadamente angosto y esta vez, además, una mujer que parecía mucho más ancha de lo que era sólo porque iba y venía sin decidirse por nada ni hacer lugar. Y eso que sobraban los objetos de interés. Cansado de esperar le pedí permiso y entré. Desde la catacumba que descubrí a dos cuadras de Puente Saavedra hará cosa de un año que no veía algo así: la cueva de Alí Babá. La dueña me contó que está ahí desde hace veinte años y que hace cincuenta empezaron a vender cosas con el marido en Parque Rivadavia. A punto de buscarme los discos que varias veces antes nos había prometido pero nunca mostraba, cayeron dos chicas diciéndole que ya llamaban un taxi para cargar el maniquí. Así que mientras ellas se ocupaban del acarreo me escabullí y empecé a recorrer los, fácilmente, cuarenta metros del sinuoso laberinto procurando que ninguna de las montañas de objetos varios acumulados cayera sobre mí, recogiendo una antología de romances de Benarós en el camino, y tratando de ver dónde podían estar los dichosos discos. Hasta que los encontré, como era de esperar, en el peor lugar posible: contra una pared, rodeados por un semicírculo de metro y medio de frascos, lámparas y cuanta cosa de vidrio se puedan imaginar, como guardias de cristal en formación irregular pero estratégica dispuestos a delatar la presencia del intruso que pretendiera violar tan sacrosanto y proceloso recinto. Pero yo ya estaba allí y había esperado demasiado tiempo, así que antes de pensarlo dos veces empecé a reubicar cada uno de los frasquitos, vasos y arañas colgantes hasta alcanzar los discos. La recompensa fue almodovariana.

El viejo va en bicicleta de un país a otro. Llega a una ciudad y tiene tremendo grano en el culo. Unas viejas lo manosean en el mostrador de un negocio con el pretexto de curarlo. Como al tipo ya no se le para por la edad, decide suicidarse en bolas, sólo con unos zapatos de minas con tremendas plataformas. Ahorcado, eyacula un chorro de leche que destruye el campanario de la iglesia de enfrente mientras el cielo se llena de fuegos artificiales. Héte aquí, decía Berugo Carámbula, cuyos discos acabo de encontrar tirados en la vereda a la vuelta de mi casa, por qué las películas de superhéroes, la nueva comedia «americana» supuestamente anarquista, el «mainstream social» biempensante y el lánguido indie, por no decir casi todo el cine actual, me chupan un huevo.

15 de diciembre

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Pan y chocolate (Franco Brusati, 1974)

17 de diciembre

Me siento afuera del Village Recoleta para terminar el cigarro antes de entrar a Cúspide y a veinte metros veo unas piernas debajo de una pollera corta floreada con volados, como la del afiche de una película de Patrice Leconte de los noventa. Miro los ojos de la portadora de esas piernas, que me devuelve la mirada mientras sostiene con su mano derecha la de su acompañante y con la izquierda se levanta un poco la pollera por el lado al alcance de mi vista. En una de esas desvío la mirada y escucho un sonido que me recuerda el único chiste bueno de la última película de Woody Allen. Un amigo le confiesa al protagonista que no puede casarse con la mujer con la que está comprometido a causa de su risa. Ante la incredulidad del interlocutor la llama y empieza a contarle chistes pero no consigue hacerla reír hasta que tiene éxito ya cuando el protagonista está en la puerta, a punto de irse, y ella fuera de campo. Entonces compartimos plena y repentinamente las razones del comprometido, como yo la afinidad de Buenos Aires con Allen, recién, escuchando la sorprendente risa de la pollera, que pasó sin escalas de florida a gallinácea.

 

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