El azar me trae hasta una película que creo que no sabía que existía: Inspector Maigret, en el original Maigret tend un piege, en la que Jean Gabin interpreta al inspector. Al parecer, según la placa al principio de la película, este sería un “clásico”, razón por la cual fue restaurado y tengo la suerte de ver una imagen perfecta. Amo a Jean Gabin y vería prácticamente cualquier cosa que se me cruzara en el camino que lo contenga, pero además me gusta mucho Simenon y tuve mi época de Simenon o muerte (como diría el amigo Miccio) y me tragué unas cuantas de sus novelas, que sin embargo no llegaban a sumar ni siquiera un porcentaje digno de toda su obra. Pero leí Simenon y leí novelas de Maigret. Y, justamente, recuerdo haber leído Maigret tiende una trampa en un tomo de varias novelas del inspector agrupadas en una edición vieja de tapas simil cuero negro, con diseño muy feo.
Todo esto para decir que empecé a ver Inspector Maigret muy contento y sin mucha idea de qué estaba viendo. Leí el nombre en la placa: la dirige alguien. Los créditos no son muy emocionantes pero la música (que va a volver y volver) es lindísima. Espero que sea una buena película. No puede no serlo: Maigret, Gabin y (descubro) hasta Annie Girardot. Pero no, no es una gran película y tendría que ponerme a hacer balance para ver si es realmente buena. No es mala, por de pronto. Igual salgo encantado.
Una de las cosas que más me gustan de las novelas de Maigret es que el personaje, por demás simpático y campechano, carece de cualquier método o lógica para sus acciones, por lo menos hasta donde puedo distinguir después de frecuentarlo unas cuantas veces. Ocurre un crimen, el inspector no sabe por dónde agarrar, fuma pipa y empieza a recolectar cualquier tipo de información, menudencias, detalles, tangentes, intuiciones inexplicadas que al final, de alguna forma, terminan por revelar un hilo escondido en la trama. Recuerdo una novela, por ejemplo, en la que atacaban en la mitad de la noche a un policía que estaba haciendo vigilancia en una calle cualquiera y, como no tiene la menor pista, Maigret decide instalarse a vivir en la casa frente a la cual lo atacaron: una casona enorme con muchos inquilinos que viven en distintas piezas. Maigret se mete ahí, trae su valijita, empieza a charlar con todos los vecinos: una viuda, una pareja joven con hijos todos metidos en un cuartito, señoras de barrio y demás fauna. Habla con la gente de la casa, con los de enfrente, con la portera. Pasan varios días de averiguaciones transversales hasta que al final, después de contar muchas historias que son absolutamente irrelevantes, encuentra un detalle del cual empieza a tirar para descubrir la verdad. Maigret, por supuesto, siempre descubre la verdad. Pero para hacerlo tiene que hundirse en el compost desordenado de los días.
En Inspector Maigret pasa un poco lo mismo: cuando arranca la película nos enteramos de que hay un asesino suelto por el barrio de Le Marais (en aquel tiempo, barrio de callecitas, casuchitas, callejones, gente de clase media baja) y que acaba de matar a su cuarta víctima. La policía no tiene la menor pista. Lo que es peor: como ya viene de larga la cosa, toda la policía está desplegada por el barrio, hay canas en cada esquina, y aun así, incluso cuando lo ven al asesino corriendo por las calles, el tipo desaparece. Lo tenían acorralado en una esquina y de pronto, ya no está. Maigret viene manejando la investigación y ya no sabe qué hacer. Se dedica a caminar por el barrio, al día siguiente, entre gente que va a la carnicería y viejas arrumbadas en sillones viejos. Esa es su investigación.
Ahí es donde encuentro una química que no esperaba: Jean Gabin. Los que lo conocen saben que el tipo es pura fotogenia y por algo fue la estrella que fue. Pero acá Gabin ya está viejo, la barriga y la papada van cediendo, avanza con paso cansino. Gabin da muy bien como Maigret pero hay algo todavía más importante: Gabin haciendo de Maigret nos absorbe. Supongo que en realidad es una cualidad inherente a Gabin y eso es lo que llamamos, después de todo, fotogenia. Pero acá pasa algo más, o por lo menos se lo nota más en el contexto: Gabin está frente a la cámara y casi no parece tener muchas ganas de moverse. No porque no quiera estar ahí, no porque no tenga ganas de actuar, simplemente está ahí. Hace calor (Maigret con los pies afuera de las pantuflas en su departamento es la gloria), el caso no avanza, no hay pistas. Estamos empantanados. Maigret no sabe cómo seguir y Gabin no avanza a ningún lado. Estamos ahí, en un barriesucho, y lo único que nos queda es quedarnos quietos y hundirnos en el barro. Estar ahí. Estar con Gabin.
Al final la punta del hilo aparece por un detalle arquitectónico, y la película termina por encausarse y hay una investigación y una especie de desarrollo “psicológico” que nos permite encontrar (y entender) a ese asesino de mujeres que ni siquiera las viola. Ahí la película pierde brillo porque intenta avanzar, cuando en realidad no tiene mucho adónde ir. Para colmo, el asesino resulta un tanto ridículo y un policial en el que el malo es ridículo pierde bastante.
Pero antes de eso estuvo el pantano: un Gabin viejo, camino a la descomposición, plantado sobre sus pies cansados. Es muy diferente del Gabin triunfal que vemos en el último plano de la película, que camina por esas mismas calles pero de otra forma. El bueno, al Gabin de verdad, es el otro.
Hay cosas que se revelan con el tiempo.