Selección: José Miccio
A David se le hizo una costumbre buscar los chicos a la salida del gimnasio y acompañarlos en la rutina que todas las tardes sigue al ejercicio. Primero paran un rato en el quiosco de al lado y consumen bebidas para después del deporte. Apenas terminan, caminan hasta una esquina cercana y se sientan en el cordón de la vereda a ver cómo los coches que pasan caen en un bache enorme. Cuando llueve es mejor, porque el bache se llena de agua y los coches salpican para todos lados. Un poco más tarde se reúnen en un pub del barrio con otros chicos del gimnasio, donde intercambian información y despotrican contra los improvisados. No soportan el hecho de que hoy en día cualquiera se mete en un gimnasio, hace un mes y medio de fierros, y apenas llega el veranito se pone la musculosa. Lo consideran patético. Tampoco aprueban la cama solar. «Para eso hay aceites tonalizados», dicen, y hablan pestes de las exhibiciones de aerobics en los teatros del centro, porque las consideran oportunistas y comerciales. David se siente cómodo con ellos, lo aceptan inmediatamente, en realidad ni siquiera parecen darse cuenta de que está ahí. A él siempre lo sedujo conocer mundos nuevos y éste le resulta interesante. Lo único que a veces lamenta un poco es la falta de sentido del humor.
(«Barras»)
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Cuando salen, en la calle ya es de noche.
-Vamos a tomar un café -dice Leticia, y mira a Carlos-. No será como el de ustedes, pero igual se banca.
Después de hacer el pedido, Leticia cuenta que Lucila, su mejor amiga, le compró en Israel unas películas triple X increíbles, y les dice que la próxima vez que se encuentren las va a traer para que las vean juntos. -Hay una que se llama Orgía total. Actúan Tracy Lords y Tom Byron.
-¿Quién? —preguntan Javier y Carlos al mismo tiempo.
-Tom Byron. Es una estrella del porno, lo mismo que Tracy Lords pero en hombre.
-Ah.
-Bueno, ellos dos son una pareja que va en coche por la ruta. Se les pincha una goma y el auto se les queda en el medio del campo. entonces ven una casa y tocan el timbre. Un tipo les abre y les dice que pasen. Adentro hay una orgía y el dueño de casa los invita a participar. Ellos aceptan. Entran, se sacan la ropa, y bueno, vemos todo eso, primero uno con una, después ésa con otro… Todos cogen con todos. Pero lo raro es que, más o menos por la mitad de la película, Tracy Lords desparece.
-Como en La aventura, de Antonioni -dice Javier.
(“Los argentinos”)
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Ya hace dos meses que Velcro se instaló a vivir en mi casa. Organizó su cuarto en el escritorio, donde antes dormían las mellizas cuando se quedaban conmigo. Lorena ya no quiere venir sola a visitarme, y Aldana, los días de salida del colegio de monjas, se queda encerrada en su cuarto, en casa de la madre. La primera vez que Velcro entró en el escritorio vio tantos libros que me preguntó incrédulo si los había leído todos. «Casi todos», le contesté. «¿Por qué?», me preguntó. «La literatura para mí es como una droga», dije.
(“Velcro y yo”)
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Mientras desayunamos mi madre me cuenta cosas de su viaje, de los deportes aéreos y acuáticos, de los paisajes que la dejaron sin aliento, del Océano Pacífico. Por un segundo envidio una parte de su vida, pero enseguida me lo reprocho mentalmente. No se puede envidiar la vida de los demás. Los demás no existen. De chico yo pensaba que era mogólico y que mis padres habían hablado con toda la gente que me rodeaba para que representaran una comedia y me hicieran creer que era igual a ellos. Creía que habían hablado con mi hermano, con mis compañeritos del jardín, con mis maestras, con los vecinos de la cuadra. Por eso nunca me dejaban solo; por eso me llevaban de la mano a todos lados. No se puede envidiar a los padres: siguieron otros caminos; tuvieron una vida antigua. No hay ninguna posibilidad de envidiar tanta ingenuidad, tanta ignorancia, tanto desfasaje.
(“Quince cigarrillos”)
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Saqué de mi mochilita el libro que estaba leyendo, para que los veinte minutos pasaran más rápido. Era una novela americana de un autor muy joven, en traducción española de Anagrama; como los personajes también eran jóvenes, todo el tiempo decían cosas como «follar», «empalmarse» y «carapijo». Me puse a leer, y al llegar al final de la segunda hoja sufrí un verdadero shock: el traductor había puesto una nota a pie de página para explicar a los lectores españoles qué quería decir la palabra bar mitzvah.
(“Algunas cosas importantes para mi generación”)
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Finalmente, un martes a la noche inauguran TodoShow con una gran fiesta. A pesar de la buena prensa y presencia en las páginas de sociales de los principales medios del país, las primeras semanas son más que difíciles. Pasan largos días y largas noches casi sin espectadores, apenas una mesa o dos ocupadas, siempre por parientes o amigos de los animadores de turno. Cada tanto se asoma por la puerta algún curioso que al ver el lugar despoblado no duda en seguir de largo. «Dos o tres mesas en semejante espacio dan más sensación de vacío que el vacío absoluto», comenta Victoria desalentada en una reunión de equipo.
El único show que parece despertar interés y tiene público propio es el del grupo de varieté de los ochenta los jueves a las diez de la noche. Sus protagonistas son todos ex Parakultural y el espectáculo es exactamente el mismo que hacían veinte años atrás, un revival de los cincuenta con performances, playbacks y vestidos y peinados de la época, que resulta ser todo un éxito entre un público muy joven, compuesto en su totalidad por adolescentes y preadolescentes. Los integrantes del grupo repiten sin ninguna variación los mismos pasos de baile, las mismas canciones, los mismos chistes veinte años después, pero los espectadores son ciegos al factor tiempo y ni siquiera por un segundo sospechan que se trata de un revival. Para ellos son artistas del momento, haciendo un espectáculo del momento. No ven nada más, ni los ochenta ni los cincuenta, sólo puro presente y contemporaneidad y los atrae de manera muy directa lo estrafalario de lo que pasa arriba del escenario.
Los únicos que parecen ver más allá son Luis, Javier, Sandra, Victoria y el mago. Al incluir el espectáculo en la grilla de TodoShow apostaron al valor nostalgia -la nostalgia de la nostalgia, dijo el mago-, presuponiendo el guiño cómplice, la cosmovisión compartida entre artistas y espectadores. Los cinco vivieron esa época y miran boquiabiertos la ceguera del público juvenil de los jueves a la noche. Se sienten como si a sus vidas les faltara una tajada que alguien cortó. ¿Será esto envejecer?, se pregunta Luis. ¿Sólo nosotros somos conscientes de las distintas capas de tiempo superpuestas en el escenario? En el revival del revival Victoria ve una puesta en abismo: un revival de los ochenta de un revival de los cincuenta hecho en los dos mil, explica. El mago, en cambio, habla de un aleph carnavalesco. Sandra pregunta en voz alta en qué rincón del planeta, debajo de qué piedra, se habrá escondido la ironía. Pero los adolescentes y preadolescentes del público no tienen ni la menor idea ni de aquella época, ni de la anterior.
(“Ornella“)
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Dos semanas más tarde llamo por teléfono a Mónica y la invito a salir. No tuve noticias suyas desde que le mandé el email con los cuentos. Vamos a tomar algo a un pub de Barrio Norte y fumamos dos cigarrillos antes de que ella saque el tema.
-Leí los cuentos -dice, aspirando el humo.
-Ahá.
-Están muy bien escritos.
-Hm.
Mónica da otra pitada y me mira directamente a los ojos.
-Pero la verdad es que no sé qué es lo que tienen de especial. Todos los años se publican miles de cuentos como esos. No me parecen para nada originales. Están re bien escritos, ya te lo dije, súper profesionales. ¿A vos te importan esos personajes?
No contesto su pregunta y ella sigue hablando.
-Claro, cómo no te van a importar si escribís sobre ellos. Pero me pregunto por qué me tienen que interesar a mí si a ellos mismos no les importa nada de sí mismos. Son como robots, no tienen sentimientos, ni metas en la vida, nada… Nada que les importe. Yo también fui a un taller literario y entiendo un poco del tema.
-Yo nunca fui a un taller literario.
-Ahá.
Nos quedamos un rato en un silencio un poco incómodo hasta que Mónica vuelve a hablar.
-Yo creo que la vida de la gente tiene que tener sentido. Hay que tener objetivos, algo positivo que nos haga seguir adelante, desafíos para mejorar, ser mejores personas.
-¿Todo eso lo aprendiste en el taller?
-Espero que no te enojes. Por lo menos te fui sincera.
-No, claro.
-Además, ya te lo dije. Están re bien escritos.
-Sí, ya me lo dijiste.
(“Literatura”)
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Lucio toma una decisión repentina: entra en la peluquería -son las seis y media de la tarde, casi verano- y decide hacerse rapar. Primero, con una tijera le sacan la mayor parte del pelo. Después, una maquinita le afeita la cabeza.
En su casa, su hermana le acaricia el cuero cabelludo y con una media sonrisa le dice: «Estás lindísimo». Hay una amiga de su madre que no lo reconoce, y al verlo pasar baja rápidamente los ojos al diario que estaba leyendo. Lucio entra al baño, se quita la ropa, la sacude. Abre la ducha y deja que el agua corra por su cuerpo.
Decide, otra vez casi repentinamente, que va a robar una moto. Quiere irse de vacaciones, lo echaron del trabajo y no tiene dinero, y además, hace dos meses le robaron una a él. Cada vez que Lucio camina y ve una moto estacionada examina el tipo de cadena y candado, y se fija si además de eso no hay alguna llave de traba o contacto. Recorre concesionarias de nuevas y usadas y finge ser un posible comprador; se hace explicar cómo funcionan y se muestra muy preocupado por la seguridad.
Hasta que un día, con el sol rajante de las dos de la tarde, en una calle poco transitada de Floresta, Lucio ve cómo un tipo de unos veintiocho años le da un golpe fuerte y seco al candado de una Honda 550 con un martillo y lo rompe, en el mismo momento en que levanta la cabeza y mira a Lucio a los ojos. Se sube a la moto, arranca, y da vuelta a la esquina
Lucio se acerca el árbol al que estaba atada la moto. Todavía quedan en el aire partículas de polvo y restos de humo blanco. Se agacha Y recoge un pedazo de candado. Busca la parte que falta y las une. Cuando vuelve a pararse, respira el humo blanco y siente cómo las partículas de polvo se depositan sobre su cuerpo y sobre su cabeza pelada.
(“Rapado”)