Una película protagonizada por Nicolas Cage y un cerdo no podía sino estar bien. De hecho, sin ser brillante, Pig es una buena película, aunque sorprendentemente más sobria y melo de lo que hacía suponer su premisa. La sequedad le hace muy bien a una historia que incluye esposa muerta, trufas, un club de peleas entre chefs, traumas familiares, el submundo gastronómico/mafioso en la ciudad de Portland, costras de sangre coagulada que Cage no se limpia en lo que dura la película, lágrimas desembozadas, comida fina y unas cuantas cosas más que pueden parecer extrañas porque lo son pero se hilvanan con absoluta naturalidad en un relato muy prolijo.
Uno de los hallazgos de Pig es, precisamente, el tono naturalista con el que se presenta esta cadena peregrina de sucesos, que nos van tirando hacia adelante con una buena dosis de suspenso, que tiene sus raíces en la historia previa de ese personaje peludo y hosco que compone Cage. El otro gran hallazgo de Pig, como suele suceder en las películas protagonizadas por Nicolas Cage, es Nicolas Cage: una mole sin contornos que avanza desde una cabaña perdida en el bosque (que, al parecer, no cuenta con una ducha) hasta lo más refinado de la ciudad, pasando por la psique de unos cuantos personajes. Cage mira hacia adelante, sabe adónde tiene que ir (o adónde tiene que ir para preguntar) y no reparte más palabras que las necesarias.



Ese tono seco y opaco es el que logra darle carnadura a un personaje que, por otro lado, a medida que se desenvuelve la trama, va adquiriendo habilidades casi sobrehumanas. Lo curioso es que ahí donde uno podía esperar, a partir de un argumento que prometía casi una parodia (o una autoconsciencia muy elevada, al estilo John Wick) de una película de acción (“secuestraron a su cerdo buscador de trufas, él saldrá a vengarse”), el héroe/Cage no despliega una habilidad física extraordinaria ni capacidad de liquidar y mutilar sino que, muy por el contrario, Cage, el hosco, resulta ser un superhéroe sensorial y sensible. Nuestro protagonista no es un ex soldado sino un ex chef, sus habilidades son muy otras.
Donde la fantasía genérica ubica habilidades físicas sobrehumanas, el chef Cage lo que tiene es una sensibilidad exacerbada, esa misma que lo hace amar un chancho más que cualquier otra cosa. No sale a repartir trompadas sino que las recibe, se entrega como cordero y utiliza la superpotencia de su prestigio para obtener lo que quiere: una baguette salada, un vino especial. El Chef es capaz de leer toda la psiquis de un personaje y de deconstruir su vida entera con solo probar un plato, así como el arma que utiliza para desarmar al villano secuestra-chanchos es ni más ni menos que un plato de codorniz. El chef recuerda cada uno de los platos que jamás cocinó, y a quién se lo sirvió, porque la habilidad de Chef Cage es la de la entrega absoluta: siempre está ahí, lo deja todo. Además de sus inmejorables cualidades culinarias, no solo es capaz de saborear la tierra (literalmente) sino que no conoce dobleces o ausencias emocionales: cuando su esposa muere, decide desaparecer de la faz de la tierra, cuando su cerdo muere entra en un estado de depresión. Nuestro héroe es el héroe de la plenitud emocional: no hace nada sin consciencia y no rehúye a nada: ni le escapa a las trompadas ni se permite jamás preparar siquiera un solo plato que no vaya a recordar por el resto de su vida. El Nicolas Cage de Pig es el superhéroe del mindfulness. Un héroe de nuestro tiempo.


Cabe mencionar un detalle por lo menos simbólico: no conozco la ciudad de Portland, pero hace unos años supo existir una serie de televisión que funcionaba en buena medida como parodia de las diversas y modernas tendencias hipster/inclusivas/ecológicas/sensibles de nuestra modernidad, que llevaba por nombre Portlandia. Orgen es, también, el territorio virgen donde ambienta su última película Kelly Reichardt: First Cow. Algo hay en esos bosques y en la movida de Portland.
Es dentro de ese espacio (por lo menos, simbólico) donde se desarrolla también Pig: el chef Cage es la leyenda viva del ámbito culinario de Portland. Es, además, mucho más. Como toda idealización, el súper chef es a la vez ridículo y conmovedor: señala lo que nos falta, lo que deseamos, también señala nuestra deformidad. Si había alguien con hombros suficientes como para cargar con esa idealización y darle cuerpo, era Nicolas Cage, a estas alturas innegablemente el mejor actor vivo que tiene el cine. Cage, esa bestia del cine, entregada a todo y a todos; Cage la piel de más obras maestras de las que podemos contar y el tipo más desencajado de Hollywood; Cage, esa bestia de cine que hace estallar todos los parámetros y está mucho más allá de cualquier noción de ridículo o respetabilidad que busquemos aplicarle.
Pocas tristezas como la de Cage llorando por su cerdo.
