Resulta que el acercamiento que hicieron los Taviani al “Decameron” no funciona demasiado. Una lástima porque los queremos y porque la película también está muy bien (se entiende) pero cada tanto los engranajes se atoran un poco, chirría el mecanismo y lo que debería ser terso se arrastra más de lo necesario. No se trata, tampoco, de comparar “Maraviglioso Boccaccio” con el “Decameron” de Pasolini que, como todo el mundo sabe, es una obra maestra absoluta. Los Taviani buscan algo bien distinto: ahí donde Pier Paolo era irreverente y carnal, Paolo y Vittorio son estilizados y trágicos. Las miradas son diferentes y, por suerte, como el “Decameron” es uno de esos libros que contienen el universo entero, nadie puede acusar a nadie de haber traicionado el original: Boccaccio da para todo.
“Maraviglioso Boccaccio” empieza justamente con lo que Pasolini había omitido en su película: la historia que funciona de marco para los diferentes relatos que componen la obra: la peste en Florencia y los diez jóvenes conchetos que deciden aislarse en el campo para alejarse y, ya que están, inventan la ficción: reglas arbitrarias por las cuales cada uno contará diferentes historias para distraerse mientras esperan que pase la pandemia. Pasolini, sintético, iba directo a las historias. Los Taviani, reposados, le dedican un tiempo largo (o que se hace largo) a detallar toda la desesperación que supone la peste negra, las familias destruidas, los padres/maridos que prefieren enterrarse vivos antes que abandonar el cuerpo de sus familiares. La carga de angustia y muerte de la historia marco es tan grande que atraviesa necesariamente cada minuto de la película, incluso cuando los relatos dentro del relato se suponen más ligeros. La diferencia de enfoques no es un problema: los hermanos deciden armar un poema de la angustia y se entregan a ella sin dobleces. El problema, en cambio, es el de la repetición: después de trazar el meticuloso marco que finalmente lleva a los personajes a una finca entre campos idílicos, una y otra vez, al principio, entre medio y al final, la película se detiene en mostrar esa misma angustia, sin variaciones de ninguna clase, hasta que la angustia se gasta y termina por corroer la propuesta de la propia película: si el “Decameron” es la historia de unos jóvenes bellos y ricos que deciden aislarse en la ficción más libre para encontrar un refugio de la peste, en “Maraviglioso Boccaccio” la angustia es tal que ese refugio se cae a pedazos: no importa cuántas historias se cuenten entre sí los muchachos, nada logra detener el torrente de lágrimas. Es, tal vez, el enfoque más radical de los Taviani: la ficción no nos protege de la muerte.

Por otro lado, esta apuesta por la antificción se monta sobre una propuesta que no termina de cuajar: los Taviani filman su Boccaccio con una mezcla difícil de estilización y naturalismo. Por un lado, la peste: pústulas, cuerpos, fosas comunes, llanto incontrolable. Por otro, la pintura: la película plantea muchos de sus encuadres como reposados cuadros renacentistas: equilibrio geométrico, calculadas ventanas que se abren sobre paisajes compuestos, ropas de colores saturados y brillantes, gestos de manos, movimientos suaves. Por momentos, gana el deseo de generar empatía en el espectador. Por otros, el plano cobra un aire atemporal, distante. Sin terminar de ir a fondo por uno de estos dos enfoques, y a pesar de los momentos muy altos que alcanza en varias secuencias, la película termina por rozar más el academicismo pictórico que el compromiso del cine (incluso del cine antinaturalista).
El aspecto más flojo, de todas formas, es sin duda la comedia, que simplemente no funciona. A pesar de que la selección de historias se inclina notoriamente por lo trágico y lo romántico (y por la relación de estos dos elementos), “Maraviglioso Boccacio” incluye dos historias “cómicas”: una de las de Calandrino y la historia de la abadesa lujuriosa. No está mal que, incluso en esta película oscura que componen los Taviani, hayan decidido incluir al menos dos fragmentos breves más “ligeros”. Pero no. Lo lamento, pero simplemente no. El tono no tiene mucho sentido: la “travesura” no sorprende y la “picardía” es casi angelical. Ni siquiera la imagen de una abadesa con calzones sobre la cabeza logra ser divertida: todo está señalado, estirado, explicado. No es ese su espíritu.



Si la película se arrastra tanto, ¿hacía falta volver y señalar las fallas de una de las últimas películas de unos maestros del cine? Sí, porque incluso los maestros son humanos y la pueden pifiar. Y, además, porque a pesar de que la película falla por momentos, se nota igual la mano de quien sabe filmar: no son pocos los instantes gloriosos (en particular, trágicos pero no exclusivamente) y hay tanto cine ahí que bien cubre los errores.
Me detengo solo en dos momentos porque fueron de los que más llamaron mi atención: es impresionante cómo filman los Taviani los primeros planos de la película. Recuerdo pocos tan memorables: uno es al final de la primera historia, cuando la esposa resurrecta mira a cámara y dice “Volví del Paraíso”. Imposible que no te tiemblen las medias. Otro en realidad son dos: al principio de la historia de monjas, mientras la voz en off explica las coordenadas iniciales del relato, la película lo dice todo con dos miradas: la de la monja que se enamora desde atrás de unas rejas, la del tipo que se enamora de ella, de vuelta la de ella que baja la vista y vuelve a mirar mientras asiente. Todo dicho.





Solo un maestro podría haber hecho tanto con tan poco. En este caso, dos maestros.