La mirada de Lionel, por José Miccio

Dos días antes de la gran final del mundo, les leí este texto a mis alumnos de sexto año en su ceremonia de colación. Es parte de un ritual: los chicos que egresan eligen a un profe para que los despida y el profe hace lo que puede con las palabras y las emociones. Lo publico sin cambios, tal cual lo leí, con los nombres de mis alumnos y todo. La razón fundamental es la alegría. ¿Hay alguna mejor? Antes de empezar, le di a cada uno de los chicos un sticker con la foto que se ve acá arriba.

***

Es difícil no hablar de fútbol en estos días. Argentina tiene juego y corazón, Messi le da los últimos toques a la que ha sido su tarea durante todos estos años: llevar el deporte a una dimensión con la que solo la palabra arte puede tratar, y cada foto y cada meme nos mantienen conectados y encendidos. Es una corriente continua. Los partidos duran lo que toca en suerte pero duran también el tiempo de la ansiedad previa y -por fortuna- de la alegría posterior. Ahora mismo, y no solo porque estoy hablando del tema, más de uno debe estar pensando en el domingo. Yo también. Porque además de hablarles veo desfilar imágenes y palabras en mi cabeza. Imágenes como la de Lionel levantando la copa, claro. Palabras como “Ojalá juegue el Fideo” o “Calmate un poco, Mbappé”.

¿Cuánto tiempo nos separa de la final? Si les hacemos caso al reloj y al almanaque, un poco menos de dos días. Pero como sabemos bien -por el Borges de los ciclos, por Proust y su magdalena, por Antú diciéndonos en una clase: yo pienso que algunas cosas pronto serán pasado- el tiempo no es una mera contabilidad. Nuestras vidas transcurren en dimensiones temporales múltiples. Vivimos en lo que es, en lo que fue, en lo que será, en lo que podría haber sido, en lo que ojalá sea, en lo que debe ser, en lo que tarde o temprano ya habrá sido. ¿Notan los matices de nuestros verbos? ¿Los dibujos delicados que trazan? Así es nuestra experiencia: compleja, dispar, enmarañada. Por eso Lautaro no caminaba en una línea de instantes sucesivos, un presente seguido de otro presente, cuando iba a patear el penal que podía llevarnos (que nos llevó) a la semifinal. Caminaba en senderos paralelos y a veces convergentes. En todos los tiempos que expresan los verbos que mencioné antes y en muchos tiempos más. ¿Cuántos Lautaros caminaron entonces? ¿Cuántos Valentinos, cuantos Nicos, cuántas Dolores, cuántos Colos, cuántas Camilas escuchan esto ahora? ¿Cuántos Miccios hablan? No sabría decirles. Pero uno de ellos piensa en Julián, nuestro número nueve, nuestro hombre araña. En el primero de los goles que le hace a Croacia, en esa obra maestra de la voluntad y el accidente, cuando los rebotes le dejan la pelota flotando delante del pie, en ese instante bendito y esplendoroso, Julián vive también en el futuro. Fíjense en las fotos, todavía no tocó la pelota por última vez y ya se ríe, ya ve la red agitada, la corrida que sigue al gol, los festejos con sus compañeros, y quién sabe, tal vez vea también un desfile de caras queridas, el pueblo de su infancia, las veces en las que jugó al fútbol diciendo para sí o en voz alta: la tiene Messi, la lleva Messi, engancha Messi, el mismo Messi, el mismo y otro, que dentro de unos segundos lo va a abrazar y le va a remover el pelo como a un chico, en una de las más hermosas imágenes de un mundial lleno de imágenes hermosas, y que es al mismo tiempo un Messi real y un Messi soñado, por hacer una distinción absurda, un Messi que existe, para Julián y para nosotros, en tantos tiempos y en tantos niveles que se vuelve inexplicable, él y la emoción que nos produce. Un Messi que regala belleza pero que está más allá de la belleza. Un Messi sublime, ¿se acuerdan de la palabra? Un Messi estético.

Por todo esto me parece muy pobre pensar, como a veces escucho, que el fútbol nos distrae de lo que importa, nos venda los ojos, es un narcótico, el circo actualizado de la vieja fórmula pan y circo. Es muy pobre -creo- porque supone que las cosas suceden en una sola dimensión, que no hay más tiempo que el tiempo contable, que nuestras vidas son lisas y lineales, que un solo Lautaro pateó el penal, y un solo Julián corrió la cancha, y un solo Octavio, y un solo Matías, y un solo Juampi y una sola Renata escuchan esto ahora. Pero como les dije, yo creo que las cosas son distintas. Que nuestras vidas están llenas de pliegues y de arrugas y que suceden en tiempos múltiples. Por eso estamos acá y todavía en los penales con Holanda, acá y ya en la final del domingo.

El fútbol, en estos días tan especiales, es una especie de ruido de fondo emocional que nos acompaña en todas las cosas. No suspende la vida. La enrarece. La baña de una extraña intensidad. Y como siempre, pero más que nunca, nos ofrece una fuente inagotable de metáforas y analogías. Podría intentar, por ejemplo, armar frases de este tipo: Tomás es nuestro Nico Otamendi, José nuestro Alexis Mac Allister. O podría decir: en esta cancha jugamos uno y mil partidos. El de Lucho defendiendo su trabajo final con las manos vendadas como un boxeador. El de Morena fortaleciéndose con sus lectura feministas. El de Julieta haciendo chistes imposibles. El de Ramiro leyendo siempre. El de Lola animándose a cosas que antes no se animaba. El de Bianca dándome de algunas palabras definiciones de diccionario y contestándome cundo le preguntaba si las había buscado en el celular: “No, profe, por favor, ¿cómo se le ocurre?” El de David compartiendo en distintas conversaciones su riquísima experiencia interior. El de Ornella cantando. El de Jerónimo diciéndome no hace mucho: creo que cuando estaba en primero era un pibe bastante pesado. El de Javier leyendo con calma sospechosa novelas sobre asesinos seriales. El de Anael y sus policiales de enigma. El de Agustina animándoseles a las grandes escritoras, disfrutando de Jane Austen, dudando de Mujercitas, sufriendo a Virginia Woolf. El de Tute, brillante lector, escribiéndole una carta de amor al no tan brillante Carrascal. El de Lucas escribiendo otra carta futbolera, estas vez a los jugadores de San Lorenzo, que espero no hayan recibido. El de Thiago sembrando la escuela de muñecos. El de Amparo descubriendo las intensidades del arte y la literatura, lo no enseñable. Ya los nombré a todos, ¿no? ¿O me falta alguno?… Ah, perdón, y la gran Maite, siempre generosa, compartiendo sus conocimientos y quejándose porque -dice ella, no le crean- en las clases la salteaba.

Empecé a escribir este texto unas horas después del triunfo contra Croacia, muy emocionado, con la imagen de Lionel acelerando y frenando contra la línea, en esa danza eterna, de un ritmo que solo él descubrió, como un músico o un poeta, y que nos regaló para que veamos una y mil veces, para que guardemos en nuestros celulares, para que nos maravillemos de lo que un cuerpo es capaz. Todavía se escuchaban bocinas y cantos en el barrio, y yo pensaba: ¿por qué me tendría que separar de esta alegría? ¿Por qué no escribir en parte sobre ella, si una alegría es también lo que nos reúne hoy? Dos fotos me ayudaron. Un rato después del partido con Croacia subí a mi Facebook -sí, uso Facebook, soy un señor mayor- una foto de Messi niño en Rosario, descalzo, haciendo jueguito con la camiseta de Newell’s y la mirada puesta en la pelota, que la foto atrapa a la altura del pecho. Puse como epígrafe, porque se ve que me gustan los juegos del tiempo: “1999, ahora”. Al rato, un amigo me pasó otra foto de Messi, un poco más grande, con la camiseta del Barcelona y la pelota flotando por sobre su cabeza, lo que nos permite verle la cara. Es la foto que les regalamos. Fíjense. Es como si mirara la luna, como si mirara un regalo que es al mismo tiempo lo que siempre quiso y lo que nunca tendrá del todo, y por eso seguirá queriéndolo. Un regalo infinito, a la vez evidencia y misterio. Esa mirada no se quedó en la foto, no pertenece a un periodo de tiempo ya pasado. Es la misma que tiene ahora, la que le vemos cuando festeja los goles, cuando salta con sus compañeros, cuando toca la pelota y nos recuerda que todo puede pasar, que nada está completamente hecho, que el tiempo ya se abre en mil direcciones. ¿Lo notaron? Una de las cosas más hermosas de Messi es su mirada de niño.

Es eso lo que más importa. Miro de nuevo la pelota en la foto que tienen en sus manos y me doy cuenta de que Messi la lleva atada también así, y de que la pelota lo lleva atado a Messi, que también Messi es el mirado, y no se me ocurre otra palabra para describir lo que pasa en esa imagen que la palabra amor. Hay otra cosa de la que me doy cuenta: si trato de imaginarlos a cada uno de ustedes en el lugar de Messi, la pelota no quedaría siempre. Una vez se convertiría en un libro, otra en un piano, otra en nuevo diseño de ropa, otra en una raqueta, otra en un dibujo, otra en un idioma extranjero, otra en un compromiso. De manera que lo que la foto de Messi y la pelota muestra es que ni Messi ni la pelota son lo fundamental. Lo fundamental es lo que los mantiene unidos. Por eso, ahora que me toca despedirlos, yo les deseo algo más importante que el fútbol, algo más importante que la literatura, que la música, que el rugby, que el diseño. Lo que yo les deseo es lo que hace posible todo eso. Lo que hace a la vida infinita. Lo que yo les deseo es la mirada de Lionel.

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