Bueno, la verdad que no me interesa demasiado ponerme a hacer un análisis autorista, pero hay veces en que las cosas resultan demasiado evidentes como para no nombrarlas. Habiendo recién visto la última película de Ariel Winograd (de quien ya canté las loas hace no mucho), la última que estrenó en 2022, El gerente, uno no puede más que pensar que, a pesar de los cambios y los vaivenes, a pesar de que los guiones de sus películas los van escribiendo diferentes personas, aunque es posible (y, a todas luces, altamente probable) que la sucesión de sus proyectos se deba más a un encadenamiento fortuito de encargos, proyectos que lo contratan y circunstancias varias que a una búsqueda de exploración de una interioridad que pugna por expresarse, así y todo resulta bastante evidente que hay por lo menos un manojo de temas que le interesan y, más todavía, que le importan y que busca plasmar.
Por de pronto, al enhebrar El gerente y Hoy se arregla el mundo (ambas protagonizadas por Leonardo Sbaraglia) un tema salta a la vista: una y otra vez, Winograd vuelve al tema de la paternidad. Y no cualquier paternidad, sino la paternidad del padre solo. Su filmografía es bastante variada y cubre una amplia gama de géneros (su mayor éxito, si no me equivoco, es una de planificación de robo), pero no hay que desgastarse mucho para encontrar otras dos películas anteriores en las que también trabajó el mismo tema: Sin hijos (padre divorciado que se vuelve a enamorar) y Mamá se fue de viaje (que, como indica el título, no trata sobre un padre divorciado como en las tres anteriores, pero sí sobre un padre que se las tiene que arreglar por su cuenta). No hace falta forzar o insistir, pero si de once largometrajes, cuatro tratan sobre este tema puntual, la recurrencia es clara. Se trata, además, de un tema por lo menos poco frecuente, lo cual lo hace más idiosincrático.


La idea de esta paternidad en soltería se sintetiza mejor y en su punto más extremo en Hoy se arregla el mundo: especie de comedia de rematrimonio entre padre e hijo (comedia de repaternidad) en la que el protagonista se ve liberado de su vínculo por lo menos dudoso con su hijo (lleno de parcialidades, inatenciones, momentos compartidos más por formalidad que por afecto) solo para descubrir el verdadero sentido de su paternidad. En El gerente el tema de la paternidad no es el central del argumento, pero sí es central para su resolución: este empleado gris, anticuado y cansado de Noblex al que de pronto se le ocurre una campaña de publicidad con huevos solo va a descubrir lo que significa de verdad jugársela gracias el vínculo (conflictivo, por supuesto) con su hijo adolescente, a quien termina por incorporar a su equipo de trabajo y, gracias a esa convivencia de trabajo, termina por conocer mejor. El clímax de El gerente, exceso hermoso de populismo, se produce en el Obelisco, rodeado de banderas y cotillón argentino, en el momento en el que la Selección clasifica para el mundial de 2018, con un abrazo verdadero, largo, sincero y emotivo con su hijo. Para sumar a la línea de comedia de repaternidad: justo antes de ese gran clímax de gran presupuesto, encontramos una secuencia muy claramente codificada: hubo una pelea/desencuentro entre los amantes (padre/hijo), hay angustia y melancolía, escenas de montaje paralelo y meditativo en las que los vemos mirando hacia el horizonte (o a pantallas de celulares o la pantalla de televisión por la cual están transmitiendo el partido decisivo), una epifanía que surge de ese dolor, un descubrimiento de vida y el momento (también en montaje paralelo) en el que ambos corren hacia el encuentro del otro, en este caso en el Obelisco.


Pero así como es fácil reconocer las repeticiones en torno a la paternidad, también hay un tema más general que se repite creo en prácticamente todas las películas de Winograd: la idea de lo que significa jugársela como camino para un redescubrimiento del sentido de la vida. Es, por supuesto, un tópico de la comedia, pero uno al que Winograd supo encontrarle diferentes formas y, sobre todo, un sentido sincero que logra dar vida incluso a los momentos más codificados de su cine. Una y otra vez, una figura se repite: el protagonista (o protagonistas) se encuentran en un momento bajón de su vida: no necesariamente una crisis (aunque tal vez sí, como en Hoy se arregla…) pero por lo menos una meseta de rutina, repetición, aburrimiento no reconocido, esquemas repetidos, profesionalismo gastado, vínculos sin fuerza. En El gerente el tema se trata de forma más directa y explícita: Álvaro Torres (Sbaraglia) se presenta como un personaje a todas luces anticuado: se peina viejo, se viste viejo, no entiende de tecnología y tiene ideas viejas para vender sus productos. Su vetustez (señal, sobre todo, de alguien que dejó de buscar, dejó de esforzarse, dejó de vivir) se ve atacada por múltiples frentes: nuevas generaciones que quieren serrucharle el piso (Carla Petersen), nuevas formas de vestir, nuevas formas de vincularse con mujeres, con su hijo, con su salud. Torres es un personaje gastado, vencido, que frente a la amenaza que pende sobre su trabajo, decide jugarse el todo por el todo por una idea nueva (inspirado en parte por las charlas con su hijo, que una y otra vez lo ataca por la vacuidad de sus acciones: otra hermosa idea de Winograd, hijos que le enseñan a sus padres).
Esta idea, que en un principio no parece más que una manera diferente de vender televisores, se le va de las manos pero, sobre todo, empieza a consumir todas las seguridades con las que supo rodearse. Uno de los mayores logros de El gerente es la naturalidad con la que su argumento va creciendo y expandiéndose (basado, por supuesto, en una historia real) hasta englobar todos los frentes de su personaje: una idea de trabajo que, puesta en marcha, termina por obligarlo a enfrentar tal vez por primera vez aquello que quería evitar y morigerar cubriéndose de rutinas y reglas: su lugar. Su lugar en el trabajo. Su lugar frente a su hijo. Su lugar con las mujeres. Su lugar en la vida. Un aspecto lo trastoca todo: el trabajo tiene que ver con su paternidad, las charlas con su hijo tienen que ver con su forma de vestirse, la relación con su ex esposa (una luminosa, si bien breve, Cecilia Dopazo) tiene que ver con la Selección Nacional.
Lo importante en el cine de Winograd (como en la vida) no es esto o aquello (sea el trabajo, el tiempo dedicado al hijo, la convicción con la que se encara un matrimonio, el profesionalismo con el que se planifica un robo), lo importante es ponerle huevos y jugársela a fondo. Porque lo demás no importa.



