Un vestido chillón y ajustado, sobre una de Sautet, por Marcos Rodríguez

No recuerdo haber visto otro caso de una película que funcione de forma tan clara y directa como borrador para otra. Por supuesto, hablar de Quelques jours avec moi en esos términos no es justo para Sandrine Bonnaire, para Sautet ni para todo el cine que vive y se mueve dentro de esta película. Y, sin embargo, cuando cuatro años después uno encuentra una obra maestra como Un corazón en invierno, es difícil que su sombra no se proyecte sobre ella. No son pocos los puntos en común, pero el peso mayor se lo lleva el personaje interpretado (acá de nuevo) por Daniel Auteuil: un tipo distante, con guita y muy inteligente. Tanto Quelques jours… como Un corazón… giran en torno a la interioridad helada y desesperada de este personaje hierático, que por obra y gracia de la cara de piedra de Auteuil, termina por caernos bien.

Esa identidad que une las dos películas es, probablemente, la que genera de forma más clara la idea de boceto o primer intento: el Martial de Quelques jours… plantea una forma que el Stephane de Un corazón… lleva a su expresión máxima y mejor: ahí donde Martial es un tipo inestable y querible, Stephane es un bloque de una sola pieza. Incluso la posibilidad de encontrar una explicación psicológica para los personajes, que en Quelques jours… se esboza con timidez pero con insistencia (no hay verdadera psicologismo ni una causa traumática en el pasado, más de una vez se dice con todas las letras que uno de los problemas de este tipo es que justamente no está loco, pero aun así hay charlas sobre la locura, hay comportamientos depresivos y hay instituciones psiquiátricas), en Un corazón… queda totalmente descartada: Stephane es pura hijaputés y existencialismo, mientras que Martial es un tipo que no puede encontrar su lugar. La forma (el personaje) es más pura y vuela más alto en Un corazón en invierno también en la medida en que Stephane no es nunca una víctima de sus circunstancias (como pasa, en cierta medida, con Martial) sino que, por el contrario, es el victimario: actúa con crueldad y actúa porque sí. Un corazón en invierno: la película de un tipo que le cepilla la mina a su mejor amigo, y uno termina por ponerse de su lado igual. ¿Por qué? En buena medida porque Stephane no está imbricado en el barro de nuestros días: vive en las esferas más altas (entre violines) y plantea los problemas más terribles. En cambio, Martial (el que empieza en una institución psiquiátrica y termina en una institución psiquiátrica) es aquel que baja de aquellas esferas en las que se pierde su corazón (cuatro paredes blancas, un libro, el tipo no parece necesitar mucho más) para revolcarse en ese barro (y en Sandrine) y gracias a eso descubre aquello que su frialdad no puede darle: un poco de amor. El melodrama no está lejos de Quelques jours… pero aun así, Auteuil (no Sautet) es demasiado frío para esa voluptuosidad, incluso si termina por sacrificarse como la mejor heroína. Stephane, en cambio, sacrifica y si, finalmente, él también termina por inmolarse en cierta forma, se debe solo a que las consecuencias de sus actos terminaron por sobrepasar aquello que él mismo había planificado.

Dicho todo esto, y por más interesante que pueda resultar el juego de espejos entre las dos películas, tengo que confesar que, a medida que van surgiendo estas palabras, me resulta cada vez más evidente que esa idea (que ya de entrada puse en duda) de Quelques jours… como boceto no solo es injusta sino que termina por ocultar todo lo que esta película tiene por ofrecer. Por supuesto, no se trata solo de una lectura: los años también han dejado la película en las sombras. Si Un corazón en invierno es probablemente la película más famosa de Claude Sautet, ¿quién se acuerda de que existió Quelques jours avec moi? Yo mismo recién acabo de verla y es, literalmente, la última película de Sautet que me quedaba por ver: el fondo del tacho. Entiendo que no tuvo el éxito de aquella pero, sobre todo, no llega a sus alturas. Y, sin embargo, eso es precisamente lo más interesante que tiene para ofrecer: Quelques jours… está lejos de ser una película perfecta (título que tal vez podría reclamar Un corazón…) y, en cambio, está llena de rincones y personajes secundarios maravillosos. Hay, por ejemplo, dos secuencias fabulosas, que tienen que ver precisamente con momentos en los que Sautet reúne a todos sus personajes: la fiesta de inauguración del departamento de Martial y el reencuentro (improvisado) en el café en el cual está trabajando Bonnaire en ese momento. Son momentos de jolgorio, de humo, de alcohol que fluye, de encuentro sin más motivo que el encuentro. Son momentos también en los que las clases sociales se ven anudadas de forma inesperada y divertida: los patrones como invitados en la casa de la criada que hasta hace poco despreciaban; el comisario de policía de la ciudad bailando con una mina que roza los bajos fondos, fiera y despeinada; el millonario en bata, el comisario disfrazado de Robin Hood, la anfitriona con un vestido chillón y ajustado. Muebles de jardín en la sala del departamento más señorial de toda la ciudad. La reunión en el café, por supuesto, está menos preparada, pero no es menos feliz: la comunidad improbable ya se armó y ahora los grandes señores, que normalmente ni entrarían en ese cafesucho, la pasan como nunca. Fluye la guita, fluye el champán y Martial con el corazón roto.

Estos grandes momentos (y hay otros en la película, desde ya) remiten directamente al cine que Sautet hacía antes: el café de Max…, las reuniones en la casa de campo de Vincent, Francoise…, el casamiento en el cual se cuelan los personajes de Mado. Esos grandes momentos de reunión que probablemente sean una de las cosas más vitales y bellas del cine de Claude Sautet, y del cine todo. Momentos, por otro lado, que el propio Sautet iba dejando de filmar, destellos de un cine que quedó atrás. Las últimas películas de Sautet, brillantes y únicas, forjan una nueva forma de filmar: más fría, más angustiante, con menos tangentes que nos permitan intuir un posible paraíso en esta tierra. No hay momentos así en Un mauvais fils (Garcon, que es posterior a esta y justo anterior a Quelques jours…, se siente como una película conscientemente retro), y ya con Un corazón… la idea de encuentro y tiempo compartido se sugiere apenas al pasar. Pero  en Quelques jours… vibra: esa fiesta de patrones y gente de mala muerte empedada en una casa fuera de lugar todavía parece posible. Como si, justo antes de adentrarse en sus últimas películas, Sautet quisiera recordar todavía aquello que supo construir.

Quelques jours avec moi no es la mejor película de Sautet, pero tal vez sea una de las más queribles (junto con Garcon, la otra que los puristas también podrían clasificar como la peor de su obra). Es esa imperfección, esas grietas y su inestabilidad, lo mejor que tiene para ofrecer. Y no es poco.

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