Artistas (tres o cuatro libros), por José Miccio

En “Apuntes a mano alzada al volver de Hachazos”, el ensayo sobre Claudio Caldini que puede leerse en Linterna de nieve. Lecturas desde el cine, Matías Serra Bradford escribe “No es fácil sacar conclusiones rápidas acerca de esta clase de artista”, y enseguida agrega: “(hagamos de cuenta que la palabra acaba de fundarse”). El paréntesis informa sobre una situación indiscutible y extraña: desde hace ya mucho es difícil pronunciar o escribir ciertas palabras sin tomar recaudos, como si los lugares comunes a los que están asociadas y las confusiones que promueven fueran tan nocivas que protegerlas implicara en parte abandonarlas. En este punto, el paréntesis de Serra Bradford gana espesor porque Serra Bradford es uno de los pocos defensores de los artistas en cuanto tales. Uno de los pocos que escriben sin coartadas culturalistas. Para confirmarlo, basta repasar algunos momentos de Animales tímidos, el libro en el que ofrece veintitrés brillantes retratos de poetas. Sobre John Ashbery: «En cierta manera, escribir es esperar a que otro se dé cuenta; es lo contrario de explicar. La literatura, no nos engañemos, ama esconderse». Sobre James Schuyler: «Una vez que un escriba fue capaz de ciertos versos, se le perdona casi todo lo que parece sobrar». Sobre Seamus Heaney: «La necesidad de una novela -con suerte o con suma destreza- se puede inventar; no se puede inventar la necesidad de un cuento o un poema». Sobre Geoffrey Hill: «Hay quien florece en lo reservado como otro insiste en lo llano: son dos modos del exceso». Un triunfo de estos textos, cuya felicidad descansa enteramente en la literatura, es que una definición, una analogía o incluso un adjetivo en plan suma del poder público consiguen hacernos pensar durante un instante que podría llevarse a cabo toda una investigación, y de inmediato (y para siempre) que la investigación ya está cumplida. Erudición, amor y estilo. Escribe Serra Bradford sobre Ezra Pound: «(Los Cantos) son una epopeya cortada a cuchillo».

Sobre artistas tratan también otros dos libros notables. La familia de las formas de Frank O’Hara es un conjunto de ensayos sobre la obra de pintores y escultores ligados a lo que se dio en llamar expresionismo abstracto; lógicamente, Jackson Pollok es la figura central. Genios pobres de Claudio Iglesias (traductor a su vez del libro de O’Hara) es un conjunto de biografías literarias sobre pintores argentinos, de Carlos Giambiagi a Mildred Burton, pasando por Manuel Musto, Valentín Thibon de Libian y María Laura Schiavoni. Además de datos y apoyo para la inspección de todas estas obras en catálogos o internet, que es un mérito marginal, los libros, aliados en esto a los de Serra Bradford, ofrecen algo que ya no abunda: una mirada personal sobre las obras de arte, un cierto tipo de intimidad razonada que tiene cada vez menos lugar para desenvolverse, porque la prensa no quiere estos temas, porque internet no quiere textos que superen los tres párrafos y porque el mundo académico no quiere ensayos, ese género monstruoso, ajeno a protocolos y bibliografías oficiales.

Una cita de Iglesias, del capítulo dedicado a Enrique Policastro:

“El duelo comienza con Velando a mi padre, una de sus obras más conocidas y más españolas, con las tres figuras de negro bajo un ocre deprimente. La muerte del padre había ocurrido en 1911 y había cambiado el sentido de la vida de Policastro: le había impuesto hacerse adulto de golpe y poquito después empezar a pintar; el cuadro es de 1945, pero recrea un recuerdo cercano, inmediatamente presente. Los que murieron antes siempre están cerca de uno. No hay casi en Policastro referencias a su vida personal más allá de este cuadro que estuvo treinta años macerándose en su cabeza, como el jugo del dolor: es como si un hombre no hubiera dicho nada en toda su vida sobre el amor, y en el final pudiera decir a quién ha querido, a media voz, frente a quienes están por despedirlo”.

Y una de O’Hara, el final del texto ”Qué hacer con el arte” (escrito con Larry Rivers):

“Pase lo que pase, no te festejes a vos mismo. Si lo hacés, todo lo que hayas hecho bien habrá sido en vano. La verdadera naturaleza del arte, opuesta a la de la vida, es que en arte tenemos que ser una máscara verídica del sufrimiento, mientras que en la vida con tener los dientes blancos alcanza. Lloramos en el arte, cantamos en la vida”.

Como informan (creo entender) las citas, tanto estas últimas como las anteriores, es fácil oponer La familia de las formas, Genios pobres y Animales tímidos a esa persistente reunión de desconocimiento y mala fe que constituye hoy el noventa por ciento del periodismo, perjudique en papel o en páginas virtuales. Pero es contra cierta mansedumbre ilustrada que su singularidad se lee mejor. Por un motivo, antes que nada: además de su proverbial falta de riesgo y escritura, el academicismo es un modo de la deslealtad, que poda de emoción unas obras que la persiguen. Serra Bradford, Iglesias y O’Hara casi no hablan de otra cosa. O tal vez mejor: hablan desde ahí mismo, como hijos de la emoción estética, y por eso sus textos no dejan, también ellos, de comunicarla.

***

Matías Serra Bradford, Linterna de nieve. Lecturas desde el cine (Monte Hermoso, 2022)

Matías Serra Bradford, Animales tímidos. 23 poetas perdidos (seré breve, 2021)

Frank O’Hara, La familia de las formas (Mansalva, 2021)

Claudio Iglesias, Genios pobres (Mansalva, 2018)

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