Herzog por Herzog

Cine.

De los directores de cine con quienes tengo una cierta afinidad me vienen a la mente Griffith, Murnau, Pudovkin, Buñuel y Kurosawa. Todo lo que hicieron tiene un sello de grandeza. Yo siempre he creído que Griffith era el Shakespeare del cine. Y hay películas sueltas que me resultan muy cercanas como Padre Padrone, de los hermanos Taviani, y por supuesto La pasión de Juana de Arco, de Carl Dreyer. Figuras como Tarkovski han hecho algunas películas muy hermosas, pero me temo que es el niño mimado de los intelectuales franceses y sospecho que se ha esmerado un poco para obtener ese galardón. Y están las que yo llamo «películas», por así decirlo. Cosas como Mad Max con esos choques de autos, o Melodías de Broadway con Fred Astaire. Adoro a Astaire: la cara más insípida diciendo la frase más insípida que es posible escuchar en pantalla y sin embargo funciona maravillosamente. Y Buster Keaton. Sólo de pensar en él me conmuevo. Es uno de mis modelos cuando digo que algunos de los mejores cineastas fueron atletas. Él era atleta por naturaleza, un verdadero acróbata. La imagen en movimiento per se es el mensaje en estas películas, la manera en que la película se mueve en la pantalla sin hacernos preguntas. Amo esa clase de cine. No tiene la falsedad ni la impostura de las películas que pretenden transmitir al público una idea densa ni tampoco la falsa emoción de la mayoría de las películas de Hollywood. Las emociones de Astaire siempre eran maravillosamente estilizadas. Para mí, alguien como Jean-Luc Godard es falsa moneda intelectual comparado con una buena película de kung fu.

El cine no es análisis, es agitación de la mente; el cine nace de la kermese pueblerina y del circo, no del arte y el academicismo.

Filosofía.

No soy uno de esos intelectuales que tienen en mente una filosofía o una estructura social que orienta la película desde el comienzo. Nunca me propuse imbuir mis películas de referencias literarias o filosóficas. Hay que poder ver las películas directamente, sin rodeos; el cine no es un arte de eruditos, sino de iletrados. Incluso podríamos decir que soy iletrado. Nunca he sido un gran lector ni me he interesado por temas filosóficos para incluirlos en las historias que cuento. Para mí el cine es más un asunto de vida real que de filosofía. Hice todas miss películas sin recurrir a esa clase de contemplación. La contemplación siempre viene después de la película.

Pedagogía.

A decir verdad, desde hace un tiempo vengo pensando en abrir una escuela de cine. Pero si la fundara, los aspirantes solo tendrían permitido llenar el formulario de inscripción después de haber recorrido solos a pie una distancia de 5000 kilómetros, digamos de Madrid a Kiev. Y mientras caminan, tendrán que escribir. Deberán escribir sobre sus experiencias y luego entregarme sus cuadernos y libretas de anotaciones. Así sabré quiénes caminaron realmente esa distancia y quiénes no. Caminando se aprende más sobre filmar películas que asistiendo a clase. Durante ese viaje a pie usted aprenderá mucho más sobre lo que le depara el futuro que durante cinco años metido en la escuela de cine. Sus experiencias serán lo opuesto al conocimiento académico, porque la academia es la muerte del cine. Es exactamente lo contrario de la pasión.

En mi utópica academia de cine les exigiría a los estudiantes que hicieran actividades atléticas que implicaran un contacto físico real, por ejemplo boxear, cosa que les enseñaría a no tener miedo. Tendría un galpón muy espacioso y en uno de los rincones instalaría un cuadrilátero de boxeo. Los estudiantes entrenarían todas las noches de 20 a 22 con un instructor de boxeo: harían sparring, volteretas (hacia atrás y hacia adelante), malabares, ilusionismo. No sé si en última instancia llegarán o no a ser directores de cine, pero al menos saldrán siendo atletas. Mi escuela de cine les permitirá experimentar un cierto clima de excitación mental a los jóvenes que quieren filmar películas. Eso es lo que en definitiva crea las películas, y nada más. Las escuelas de cine no deben producir técnicos sino personas de mente agitada. Personas con espíritu, con una llama ardiendo en su interior.

Creo que nuestro publico entendió que no es la currícula de la escuela de cine tradicional la que nos convierte en cineastas, sino las locas fantasías y la agitación mental respecto de cuestiones aparentemente bizarras.

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El enigma de Kaspar Hauser (1974)

Fe.

Me gusta dirigir paisajes tanto como me gusta dirigir actores y animales. Cuando digo esto la gente piensa que bromeo, pero es verdad. A menudo intento introducir una cierta atmósfera en un paisaje, utilizando el sonido y la visión para otorgarle un carácter definido. La mayoría de los directores se limitan a explotar los paisajes como telón de fondo de lo que ocurre en primer plano, y esta es una de las razones por las que me gustan tanto algunos trabajos de John Ford. Jamás utilizó el Monument Valley como una vista panorámica; más bien se valió de él para expresar el espíritu de sus personajes. Las películas del oeste en realidad hablan de nuestras nociones básicas de justicia. Y cuando veo el Monument Valley en sus películas en cierto modo empiezo a creer – lo que no deja de asombrarme – en la justicia norteamericana.

No fue el dinero lo que empujó ese barco montaña arriba en Fitzcarraldo; fue la fe.

Abyección.

Cuando la película (Lecciones de oscuridad) fue exhibida en el Festival de Berlín, casi 2000 personas alzaron sus enfurecidas voces al unísono en mi contra. Me acusaron de “estetizar” el horror y odiaron tanto la película que cuando salía del cine por el pasillo me escupieron. Me gritaron que era una película peligrosamente autoritaria y entonces decidí ser autoritario al máximo. Me planté frente a ellos y les dije: “Dante hizo lo mismo en su Infierno y Goya en sus pinturas, por no mencionar a Brueghel y Bosch”.

Lecciones de oscuridad trasciende lo temático y lo particular. Podría tratarse de cualquier guerra y cualquier país. Las críticas que le hicieron en Alemania se reducen a lo siguiente: si uno no filma una declaración política en blanco y negro irremediablemente está del lado del mal, un punto de vista a todas luces simplista y estúpido. Pero a fin de cuentas toda esta patraña del bien y el mal se disipa en el aire y afortunadamente solo quedan las películas. las películas tienen vida propia y tienen su propia manera de llegar directo al corazón de los espectadores.

Básicamente me acusaron de haber ridiculizado la revolución mundial con También los enanos empezaron pequeños en vez de proclamarla. En realidad, probablemente sea en eso en lo único que tienen razón. El largometraje se filmó entre 1968 y 1969, en el pico de la revuelta estudiantil, y varios izquierdistas excesivamente entusiastas me dijeron que era una película fascista porque mostraba una ridícula revuelta fallida protagonizada por enanos. Insistían en que, para retratar la revolución, hay que mostrar una revolución exitosa. Y dado que También los enanos… no retrataba una revolución exitosa, para ellos era indudablemente la obra de un fascista

A decir verdad, esa película me resulta muy divertida; produce un extraño efecto cómico aunque sufro cuando me río. En cierto modo la revuelta de los enanos no es una verdadera derrota, porque para ellos es un día realmente bueno y memorable: se les ve la alegría en la cara . Basta con mirar la última toma de la película, con el dromedario arrodillado y el enano risueño. Si yo hubiera regresado tres semanas más tarde al lugar de la filmación, ellos todavía seguirían allí, los enanitos muertos de risa. De todos modos, les dije a los agitadores que mi película no tenía absolutamente nada que ver con los movimientos de 1968, que su fanatismo los cegaba y que si miraban la película veinte años después verían una representación mucho más fiel a la verdad de los sucesos de 1968 que la que mostraban la mayoría de las otras películas. Creo que eso los enfureció todavía más. Todo se reduce a esto: las pesadillas y los sueños no respetan las reglas de la corrección política.

Público.

La opinión del público es sagrada. El director de cine no es sino un cocinero que se limita a ofrecer distintos platos a sus comensales y no tiene derecho a insistir en que reaccionen de una manera determinada. Una película no es más que una proyección de luz que sólo se completa cuando cruza la mirada del espectador. Y esa mala costumbre de mirarse el ombligo fue una de la grandes debilidades del Nuevo Cine Alemán. Cuando Kleist, temeroso de ser malinterpretado, le envía a Goethe el manuscrito de su obra Pentesilea, le escribe una carta diciéndole: “Léealo, se lo suplico de rodillas en mi corazón”. Así me siento yo cuando le presento una nueva película al público. Algunos críticos, como el norteamericano John Simon, odian prácticamente toda mi producción. Pero a mí me parece bien y nunca me importó que intentara hundirme hasta el fin de los fondos. Simon es muy superior a esos idiotas desinformados que rumian fantasías o se dejan llevar por las tendencias que andan pululando por ahí. Simon tiene nivel y yo admiro su hostilidad porque realmente tiene algo que decir. Es mejor leer una reseña interesante y penetrante de su autoría en la que critica a una película por lo que es, y no un artículo chismoso sobre lo que la película no llegó a ser. También aprecio que, con sus invectivas, intente hacer pedazos la película de principio a fin. Ese tipo no es ningún apático.

Si encuentro una persona que sale del cine con otras 300 después de haber visto una de mis películas y ya no se siente sola habré logrado todo lo que alguna vez me propuse.

Sentido.

Me fascina la idea de que nuestra civilización es como una delgada capa de hielo sobre un vasto océano de caos y oscuridad.

Herzog era el apellido de mi padre, pero cuando mis padres se divorciaron pasé a apellidarme Stipetic, que era el apellido de soltera de mi madre. Herzog quiere decir “duque” en alemán y pensé que tenía que existir alguien como Count Basie o Duke Ellington haciendo películas. Cualquier cosa que me proteja del mal abrumador de universo.

Amo al francés que cruzó el desierto del Sahara marcha atrás en un 2CV. Y amo a la gente como Monsieur Mangetout, que se comió su propia bicicleta.

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Un maldito policía en Nueva Orleans (2009)

Cine II.

Por su naturaleza, el cine tiene menos que ver con la realidad que con nuestros sueños colectivos. Es una crónica de nuestro estado mental.

El más imaginativo de los bávaros fue el rey Luis II. Estaba loco de remate y mandó construir todos esos castillos llenos de un espíritu soñador y una exuberancia cien por ciento bávaros. Siempre pensé que Luis II era el único, aparte de mí, que podría haber filmado una película como Fitzcarraldo. Esa clase de imaginación barroca también está presente en el cine de Fassbinder, en esa creatividad feroz e imparable que tenía. Como su obra, mis películas no se parecen para nada a los tibios constructos ideológicos que inundaron el cine alemán en la década del 70. Demasiadas películas alemanas de aquella época parecen agua para hacer buches antes que espumosa cerveza negra.

Puedo recordar una película que vi hace años y sentir todavía la punzada de dolor que me produjo su belleza. Cuando veo una gran película quedo pasmado, es un misterio para mí. No puedo nombrar qué es poesía, qué es profundidad, qué es visión, qué es iluminación en el cine. Para ser franco, son las películas malas las que me enseñaron todo lo que sé sobre cine. La definición por la negativa: por el amor de Dios no hagas algo así. Los pecados son fáciles de nombrar.

Todos los que hacen películas deben ser atletas en cierto grado porque el cine no nace del pensamiento académico abstracto; nace de tus rodillas y de tus muslos.

Arte.

Yo no soy un artista y nunca lo he sido. Soy más bien un artesano y me siento muy cerca de los artesanos medievales que producían su obra en forma anónima y que, al igual que sus aprendices, tenían una sensación física de los materiales con los que trabajaban.

Yo creo que el rol de director de cine es afín al de los narradores orales del mercado de Marrakech, que cuentan sus historias para los que pasan. Yo soy eso.

Sería más fácil que me llevara a la rastra a ver un espectáculo de la Federación Mundial de Lucha Libre que una función de teatro. Las acciones exageradas y coreografiadas, los personajes que le hablan al público para mostrarle lo malos que son… prefiero eso una y mil veces al falso drama del teatro. Y además me siento muy incómodo entre el público de teatro. Sé que soy sapo de otro pozo. Sé que ellos sienten y piensan y funcionan de una manera distinta a la mía, y francamente me sentiría mucho más cómodo entre la multitud vulgar que presencia los espectáculos de lucha libre.

Seis meses después del estreno tiro a la basura todo lo que no se utilizó en la versión definitiva. Eso incluye los negativos y las tomas descartadas reveladas. Los carpinteros tampoco guardan el aserrín.

Poesía.

Los rematadores de ganado me fascinan, y siempre tuve la sensación de que ese increíble lenguaje que utilizan era la auténtica poesía del capitalismo. Todo sistema desarrolla su propio tipo de lenguaje extremo, como los cánticos rituales de la Iglesia Ortodoxa, y hay algo definitivo y absoluto en el lenguaje que hablan los rematadores de ganado. Después de todo, ¿cuánto más lejos se podría llegar? Es aterrador pero al mismo tiempo rotundamente bello. Hay música real en su manera de pronunciar las palabras, en ese sentido del ritmo que tienen. Es casi un mantra ritual.

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Herakles (1962)

Crítica.

Para los críticos franceses yo estoy teñido de romanticismo y/o expresionismo simplemente porque esos son los dos únicos movimientos artísticos alemanes de los que han oído hablar, por lo que necesariamente debo encajar en uno o en otro (…) Y en lo que concierne a los americanos, que por lo general han sido muy buenos conmigo y con mis películas en el trascurso de los años pero que tampoco saben mucho de romanticismo o expresionismo, para ellos la única pregunta es: “¿Esa película responde o no responde a los lineamientos del nazismo?”.

Si usted ama de verdad el cine, lo más saludable que puede hacer es no leer libros sobre el tema. Prefiero las revistas especializadas de tapas brillosas con sus grandes fotos a todo color y sus columnas de chismes o el National Enquirer. Esa clase de vulgaridad es sana y segura.

Pedagogía II.

Siga mi consejo y prepárese: aprenda a falsificar documentos. Lleve consigo en todo momento una moneda o una medalla de plata. Si la coloca debajo del papel y frota suavemente, creará una especie de “sello”. Corone la tarea con una firma imponente y decidida, y ya está. El rodaje de una película enfrenta muchos obstáculos, pero el peor de todos es el espíritu burocrático. Hay que encontrar estrategias para combatir esa amenaza. Hay que superarla en inteligencia, en número y en poder de cámara .y además, si algo ama la burocracia es el papel. Hay que alimentarla todo el tiempo, y hasta los documentos falsificados satisfacen a los burócratas si el papel es bueno.

Tal vez el mejor consejo que puedo darles a quienes desean incursionar en el mundo del cine es que, siempre y cuando tengan un buen estado físico, siempre y cuando sepan cómo ganarse la vida, no busquen trabajo de oficina para pagar el alquiler. También tomaría muchos recaudos antes de aceptar trabajos secretariales terriblemente inútiles que son el último eslabón de la cadena en las productoras cinematográficas. Salgan a vivir en el mundo real, vayan a trabajar de patovicas en un club nocturno, de guardianes en un manicomio o de matarifes en un matadero. Caminen, aprendan idiomas, aprendan un arte o un oficio que no tenga absolutamente nada que ver con el cine. Filmar películas debe tener como fundamento alguna experiencia de vida. Yo sé que gran parte de lo que aparece en mis películas no es solo invención: es la vida misma, mi propia vida. Cuando uno lee a Conrad o a Hemingway de inmediato percibe cuánta vida real hay en sus libros. Esos tipos hubieran hecho grandes películas, pero agradezco a Dios que hayan sido escritores.

Los pianistas se forman en la niñez, los cineastas a cualquier edad.

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Encuentros en el fin del mundo (2007)

Futuro.

Dentro de 400 años, cuando la gente trate de entender nuestra civilización actual, creo que los ayudará más una película de Tarzán que un discurso del presidente de los Estados Unidos pronunciado ese mismo año.

En el futuro podría crearse un cine que sea tan inconcebible para nosotros como la física gravitacional para los contemporáneos de Colón.

Hijos.

Por supuesto que algunas películas no me son tan queridas como otras, pero realmente me gustan todas mis películas, con la sola excepción (tal vez) de las dos primeras. Las amo como amo a mis hijos. Los hijos nunca son perfectos: uno puede renguear, otro puede ser medio tartamudo, todos tienen sus debilidades y sus puntos fuertes. Pero lo que importa es que están vivos.

Hogar.

Yo hice películas, otros compraron casas.

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Todas las citas fueron tomadas de Herzog por Herzog (entrevistas y edición de Paul Cronin), Buenos Aires, Cuenco de Plata, 2014

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