«Me dormí beatamente después de ver un film vietnamita», por Raúl Ruiz

Recopilación: José Miccio

El 11 de enero de 2006, Raúl Ruiz anota en su diario: “Lecturas varias y, como siempre, pocos films”. Tres años y medio después, el 26 de julio de 2009, escribe entre los propósitos para sus 68 años: “Ver más cine”. Es muy notable: en el diario los libros (y las comidas) son más abundantes que las películas. Incluso hay un momento (27 de noviembre de 1993) en el que Ruíz escribe «una frase que hizo rabiar a algunos francesitos»: «Mis películas son notas a pie de página de los libros que leo durante la filmación». Pero si bien esto es así, es también cierto que de sus lecturas -literatura, filosofía, historia, teología, manuales para el encantamiento de mesas- Ruíz extrae siempre ideas para el cine, que es adonde se dirige todo. Proyectos de adaptación, hipótesis combinatorias, especulaciones sobre el tiempo, el plano, la escenografía, la música, el montaje. No hay muchos testimonios más rotundos del amor por el cine que las 1200 páginas de este diario lleno de libros. Mientras lo leía, fui transcribiendo las opiniones de Ruíz sobre películas, saboreando el gusto que me daría después leerlas de corrido. Acá están todas.

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Luego vi la parte final de El beso de la muerte de Barbet Schroeder, que me dejó groggy y perplejo. La película me parece perfecta, pero transmite tal violencia y disgusto que no sé qué pensar.

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Hoy he re-visto La ronde de Max Ophüls, admirable y algo hostigosa, pero hay mucho que aprender del ritmo, a la vez nonchalant y tendu.

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Luego, vimos un documental desesperadamente didáctico consagrado a Miotte y volvimos a ver El misterio Picasso de Clouzot, que sigue siendo un modelo de film de arte.

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Hemos visto la copia restaurada de Vértigo. Impresionante. Riqueza de recursos. Exceso que da la impresión de estilo simple, depurado.

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Mars Attak!, aburrida y ruidosa. Tim Burton es un gagman, pero no un cineasta.

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Asistí a una proyección del próximo film de Barbet [Medidas desesperadas]. Una película de acción con todas las convenciones del género vueltas al revés por la puesta en escena: el padre de un niño enfermo de leucemia descubre que el único compatible con su hijo es un condenado a prisión perpetua por crimen. En el momento de hacer la operación, el condenado se escapa y el padre se ve obligado, a la vez, a perseguirlo y a protegerlo. Resultado: todas las acciones son ambiguas. En un momento el chico es raptado por el malo. Lo ataca por la espalda. El malo se vuelve, lo mira entre extrañado y admirado, y dice: “absolutamente compatibles”.

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Basquiat tiene muchas cosas buenas pero muy poco cine.

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Vi hace un par de horas, algunas imágenes de la última película de John Woo (en francés: Volte-faces). Ingeniosa, pero con el énfasis de los dibujos animados. No hay ninguna justificación para que los zombis de Cahiers du cinema se sobreexiten (por muertos que estén). No sé por dónde tomar la fascinación de los franceses por el cine americano. Simplemente frivolidad y avidez por el dinero. Abyección de origen imperial.

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Miré algunas de las películas que proponía el servicio a la carta y me parecieron terribles desde todo punto de vista. Especialmente Jurassik Park. Un horror. Infantilismo malsano, procaz.

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Vi Hombres de negro. A menudo, en las grandes películas de gran espectáculo, hay debajo de todo una idea loca que pronto es banalizada, pero que justifica el interés que despierta en el gran público. Aquí: los invasores de otros planetas están entre nosotros, pero son como trabajadores emigrados a la espera de un permiso de trabajo.

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Con Spielberg me pasa que durante sus películas he dormido mis mejores siestas.

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Anoche terminamos de ver el melodrama mexicano Cuando me vaya, con Libertad Lamarque y otros. Lo recordaba cuando tenía ocho años. Me habían quedado algunas imágenes fuertes. Descubrí con sorpresa que muchas imágenes-tableaux del film se las puede encontrar dispersas en muchas de mis películas. La hipótesis del cuadro robado, La vocación suspendida, Fado mayor y menor, Tres vidas y una sola muerte. No son las mejores entre las que he montado, pero sí entre las más intensas, porque son más lunares, fuera de lugar, surreales.

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Ayer fuimos finalmente a ver Des hommes d’influence (en inglés algo con la palabra dog) [Wag the Dog], sátira feroz y algo complaciente, con cero ideas cinematográficas, aunque algunas bellas imágenes.

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Luego vimos la segunda parte de El pecado de una madre, un navet mexicano de Corona Blake con Libertad Lamarque y Dolores del Río. En verdad que si la hubiera visto a los siete años se me hubieran quedado fijadas para siempre dos o tres imágenes, sobre todo aquella del hijo arrodillado ante su madre moribunda mientras la falsa madre le toca los hombros.

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En la noche vi ¿Qué hora es? de Ettore Scola, con algunas escenas de buen cine y mucho remplissage.

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Ayer fuimos a almorzar a un restaurante japonés con Valeria, luego fuimos al cine. Vimos una película de Sokurov (Pages cachées). Mucho deslave y mesmerizer (anamórfico). Me gustaron el uso de los actores y algunos momentos de puesta en escena, menos la insistencia en los tiempos muertos y la búsqueda estética que lo hace más famoso (de todas maneras es muy impresionante).

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Vi en la televisión del avión Shakespeare in Love. Buen trabajo de Tom Stoppard, juego de espejos entre una comedia “a lo Shakespeare” y el trabajo de escritura y montaje de Romeo y Julieta. Ligereza sospechosa.

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Ayer vi La tierra tiembla de Visconti y La caja de Oliveira. También dos pésimas: Nixon y Black Jack de Duvivier.

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En la tarde vi The Sporting Life de Lindsay Anderson. Académico, pero curioso en la economía de los hechos mostrados.

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Ayer tarde vi la primera parte de Mr. Arkadin. Hacía unos años que no la había vuelto a ver. Me gustó más. Se entiende su frescura de público porque transmite el poco interés por la intriga (problema que conozco) y sobre todo porque no hay personajes atractivos, sólo una situación en forma de círculo vicioso. En cierto sentido, se la puede tomar como una alegoría de la Inquisición. (Quiero saber todo sobre X, salvo que X soy yo mismo).

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El film La fidelité, de Zulawski, producido por Paulo, bajó en su segunda semana de veinte a catorce salas. No es ni bueno ni catastrófico.

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Una media hora del film de Wajda La nota azul [Ruiz confunde a Wajda con Zulawski], frenético y caótico, pero fascinante. Sólo que después de una media hora el tono tenso y galopante se vuelve monótono.

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Después de la siesta vimos en video Carrie de William Wyler. Elegante y eficaz. De lo mejor que se puede esperar de la serie A americana. Dos o tres movimientos de cámara notables.

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A las 10 pm, luego de ver una media hora de un film vietnamita lleno de ideas cinematográficas, sobre todo en la manera de relacionar interiores y exteriores, pero sobrecargado de sordidez y mala compasión, me dormí beatamente.

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Anoche vi Gunga Din. Racismo y colonialismo insoportable. No llegué al fin. Vi también Contact de Zemeckis. Perplejo por la fascinación que provocan los elementos adictivos y por el academicismo y la ausencia de emoción cinematográfica.

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Ayer hice poco y nada. Vi un film infantilizante (Gattaca) y un pedazo de Festen, película de adolescentes en que juegan las imágenes video a la manera de un film de familia.

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Vi un melodrama delirante de Fuller y otro de Anthony Mann.

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Ayer volví a ver algunas escena de Eyes Wide Shut de Kubrick, admirable a pesar de algunas faltas de gusto en la escena de la orgía.

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Vi Touchez pas au Grisbi de Jacques Becker. Curiosa impresión de ver el París de noche que conocí hace 30 años (o algo así), con sus escaleras estrechas, calles empedradas, restaurantes hoy prácticamente extinguidos.

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Vi I Walked with a Zombi de Jacques Tourneur. Gran película.

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Vi Ciudadano Kane de Welles. El final sigue siendo impresionante, sobre todo la escena en que su mujer lo deja y empieza a destruir la habitación y termina diciendo “Rosebud”.

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Vi un episodio de Paisà de Rossellini, que había olvidado completamente. Finalmente se permite casi todos los elementos del cine de Hollywood de la época, sin prejuicios.

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De vuelta, vi en ARTE una parte del film de Wong Kar-wai. Una historia de una pareja homosexual delirante en Buenos Aires. Chinos gritando por las calles de Buenos Aires. Uso del collage a la manera de ciertos clips. Blanco y negro, pasando súbitamente al color. Suturaciones, desuturaciones. Un toque Nouvelle Vague. Découse chic. Puedo entender su éxito en Francia. Pero no conseguí entrar.

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En la noche vimos El rostro de Bergman, la primera media hora. Me ha vuelto a gustar, Valeria estaba decepcionada. En todo caso, la primera secuencia, parodia, o más bien réplica del cine mudo, es genial.

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Vi, reví, Arenas de Iwo Jima de Allan Dwan. Admirable. Aprendí algunos trucos técnicos.

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Ayer vimos Los verdugos también mueren. Hace más de cinco años que no la había visto. Impresiona la virtuosidad del guión y de la puesta en escena. Los actores alemanes actúan en el más puro estilo expresionista y los americanos, que representan al pueblo checo, en una especie de realismo al límite del recto tono. Juegos de luz y de sombra expresionista de J. Wong Howe que debieron parecer extemporáneos en la época y que hoy parecen funcionales. Bellísimos.

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En la tarde vimos, como estaba previsto, Diablos de Guadalcanal de Nicholas Ray. Algo deshilvanada. Perezosa. Los combates aéreos, confusos. Es evidente que la mezcla de actualidades y ficción funciona menos en colores.

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Vi en DVD La prisionera del desierto de John Ford. La carga de racismo y colonialismo es tan grande que no deja ver la virtuosidad narrativa y la eficacia de la puesta en escena.

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Vi en un videocasete The Body Snatcher de Wise. Impecable y con mucha carga poética. Exploración del lugar común mediante la multiplicación de elipsis (el asesinato de la mendiga ciega, mostrando la calle vacía y la voz de la mendiga que canta y que simplemente deja de cantar).

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Terminamos The Heiress de W. Wyler. Con momentos extraordinarios de puesta en escena.

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Ayer vimos dos films. D.O.A. de Rudolph Maté y The Servant de Losey. El primero es un curioso ejemplar de la serie B, con decorados exteriores en la calle con verdaderos transeúntes. Una historia al límite de lo onírico. The Sevant, que no había visto desde hace décadas (y no es una exageración), me pareció mucho menos surreal y más social, no estoy seguro que sea mejor. Es cierto que la vi en Chile y que entonces era incapaz de distinguir el acento popular del acento aristocrático y mucho menos distinguir los modales distinguidos de los groseros, pero de todas maneras, un poco como Godard, el exceso de percepción de los detalles me ha hecho perder la impresión de irrealidad mágica. De todas maneras, un gran film.

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Visto el film de Gitaï [Kedma]. Impresionante. Buena fisiología. El lugar y lo que tuvo lugar y lo que tiene lugar y siempre el lugar. ¿Qué es territorio sagrado? Enterrado, desterrado o encerrado y siempre aterrado. No hay territorio sin mesías. Utopía sin topos. Teoría sin theor: viaje, fila India, teatro, teoría. El sertão se volverá mar, el mar se volverá Sertão.

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Anoche vimos el film Marie Jo et ses deux amours de Guédiguian. Compuesto de momentos tranches de vie. Una sola situación, insostenible (una mujer ama a dos hombres con la misma intensidad) que viaja entre hechos de la vida cotidiana y va tiñendo la cotidianeidad con su anormalidad insidiosa. A ratos hace pensar en la vida cotidiana de un condenado a muerte por enfermedad en el que los instantes ganan en intensidad debido a la inminencia de la tragedia. Luminosidad malsana del Mediterráneo. El paso de los días tejido como un tapiz del que emerge poco a poco una atmósfera. O muchas. Climats, diría André Maurois. Buen equilibrio de acentos, problema permanente de las películas del sur. Curiosamente, el personaje que tiene más acento es el más cosmopolita. Jules et Jim revisitados. De nuevo intensidad e incerteza. Plano inclinado. Sorprendente (aunque no tanto) la adhesión del público. Paisaje insidioso. Insistencia en la predominancia de la duración por sobre el tiempo del juego (las dos horas del film). Sorprendente la vista desde una ventana de la ciudad mientras llega el día (imagen por imagen). Algunos reparos: cuando se trabajan los instantes sin historia, progresivamente uno queda prisionero de una tendencia al «muestreo», a la tipología. Y la preminencia de la atmósfera hace que las escenas sean intercambiables. Mención aparte merece el uso de los desnudos. Deserotizados. Humanizados: la discusión de Marie Jo y su amante en la que ella olvida su desnudez absorbida por la discusión. Sorprendente si se piensa que comúnmente los lectores del guión reprochaban el abuso de desnudos.

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Anoche, penosa proyección del filme de Bellocchio [L’ora di Religione]. Debe ser uno de los films que persiste con más intensidad en combinar un clima onírico con una perspectiva política. Una vez más sin conseguirlo. Y sin embargo esa persistencia en el error es parte constituyente del mundo de Bellocchio, el cineasta italiano más cerca de Pirandello.

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Sweet Sixteen de Ken Loach. El Free Cinema está de vuelta: la misma indignación muy bien combinada con una atmósfera poética como las primeras películas de T. Richardson, de Karel Reisz y de… Ken Loach. La carnalidad del mundo de los [—], la cotidianeidad de un mundo de pesadilla y la presencia casi indiscreta del paisaje: el río, la naturaleza. El tránsito casi indiscernible de la infancia revoltosa al negocio del crimen. Poesía permanente.

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Ayer tuvimos la segunda reunión del Jurado y tuve algunos puntos de contacto con el resto del Jurado. Pero hoy he tenido el primer shock profundo: el film de Sokurov [El arca rusa] es un hito en la historia del cine.

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Anoche fui a ver el fin de Eyzaguirre [Tres noches y un sábado], que me entretuvo por momentos, me interesó. El público encantado. está visto que el cine chileno se está especializando en comedias. Quedamos en hablar después de la cena, pero no llegó. El pecado original de todo el cine chileno y parte del latinoamericano es la falta de un principio dinámico de puesta en escena.

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Leyendo Las manos de Orlac de Maurice Renard. El film que tanto nos hizo soñar cuando niños. Una de las fábulas más crueles y fascinantes de la historia del cine.

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Ayer a la tarde fuimos al cine con Valeria. Vimos Terminator III. Tontería adinerada. Efecto cómico involuntario. Terminator Schwarzenegger se parece mucho al presidente Bush.

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Ayer vimos L’homme de la Riviera de Neil Jordan. Hay más cine que en las últimas películas que hemos visto pero no puede compararse con Bob, le flambeur de J-P Melville, que le sirve de modelo. Simplemente porque Bob, le flambeur es un filme más elegante, en el sentido de la palabra que les dan los matemáticos a ciertas demostraciones.

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Ya se sabe, los films americanos toleran como elemento decorativo, y hasta expresivo, eso que llaman symbols: partículas alegóricas que tienen como objetivo dar una síntesis emocional del fílm. En The Quiet American hay una sola: un agente de la CIA, de manera ambigua trata de ayudar y al mismo tiempo distanciarse de los hechos (la política exterior americana de aquellos años). Un americano saca su pañuelo y trata de limpiar la sangre que mancha sus zapatos. La imagen tiene algo de solecismo visual, qué tanto interesaba a Klossowski: un símbolo que por su ambigüedad acentúa el enigma. Un elemento, en ese sentido, antialegórico.

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Vi El gran dictador. Había olvidado una buena parte. Impresión ambigua del último discurso. Se diría George Bush hablando de Irak.

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Anoche vi una buena parte de Malpertuis de Harry Kümell, y me impresionó mucho más que la primera vez. Renuncia a toda progresión dramática para privilegiar la atmósfera.

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Anoche vi una película de Max Ophüls que no conocía. Melodrama brillantemente filmado.

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Ayer en la tarde fuimos al cine a ver la versión original de La Puerta del cielo de Cimino. Cuatro horas bastante sorprendentes. A ratos impresionantes y sobre todo muy bueno ver a un cineasta que se toma su tiempo en escenas en que se mofa de la narratividad obligatoria en nuestros días. Al salir quedé algo obnubilado.

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Vimos Los cuentos de Hoffmann de Michael Powell, de un kitsch desarmante.

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Finalmente fuimos a ver La guerra de los mundos de Spielberg. Una imagen que se me quedó: un tren de alta velocidad cruza la escena, el tren está en llamas.

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Almorzamos con Jorge Arriagada, luego fuimos al cine a ver Jacket. Una mierda. Nos salimos antes del fin.

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Vi una parte de Ben-Hur. Ahora que lo sé, la lectura homosexual del texto propuesto por Gore Vidal es demasiado evidente y hace perder algo al film. El aliento, digamos, no por la homosexualidad, sino porque hace perder a la dimensión de epopeya su aliento épico y la carga de chisme. Curiosamente hay un efecto secundario: se sobrecarga de todo tipo de alusiones potenciales a problemas contemporáneos. Domina el aspecto «teatro del mundo». Es difícil no pensar en la Palestina actual, en USA como el imperio del cristianismo islamizado.

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En la noche vimos Ben-Hur, que no había visto desde que salió, en los años 60. Impecable puesta en escena, salvo las bacanales, como siempre, con gusto a opereta. Diálogos ejemplares. Y hay discurso implícito. Los personajes empiezan a actuar como cristianos sin darse cuenta. Ben-Hur se pregunta por qué salvó al centurión y el centurión se pregunta por qué salvó a Ben-Hur.

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Luego, yo y Valeria vimos el final, la hora final, de Ben-Hur, tal vez la síntesis más clara de los valores cristianos y un buen balance entre mito y filosofía.

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Leí casi todo el guión de La sang d’un poète de Cocteau. Tiene mucho encanto. Hace años, cuando vi la película, me pareció insoportable.

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La vida de los otros, film académico, pero eficaz, sobre la Stasi y sus métodos para controlar el país. Buen manejo de la estructura en tres actos tal como la concibió y explicó Ibsen: un policía rígido y de convicciones, cargado, transido por la panoplia de ideales comunistas: socialismo y tortura. Y luego sus ideales se van quebrando, horadados por pequeños incidentes. Sobre todo por el recuerdo sentimental de una infancia comunista, el recuerdo de poesías de Brecht, de la música de Eisler. La confrontación tácita con el poeta vigilado y perseguido. Novedades: el conflicto no es explícito y no pierde nunca su riqueza metafórica.

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Fuimos con Valeria a ver Belle toujours de Manoel de Oliveira. Nos gustó mucho a los dos. A mí me comunicó las ganas de filmar La casa gótica.

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Fui al cine y vi The Queen. Un verdadero festival de pintura académica y unos planos curiosos, pero todo lo que puede ser detestable y bien hecho.

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Ayer vi de nuevo La jetée. Sigue conservando un aspecto enigmático, que se compone bien con el romanticismo (viaje en el tiempo, historia de amor, estupor en los rostros, blanco y negro contrastados). La idea implícita es que vivimos en un mundo de loops, de sinfines que se ligan entre ellos según frecuencias diferentes.

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Ayer vi Gremlins, que había visto en las salas hace 15 años. Recuerdo las elucubraciones posmodernas sobre la relectura de los films de horror.

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Vi Sicilia! de Straub y Huillet. Muy emocionante.

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Anoche vimos En un lugar solitario. Como siempre, y sea cual sea el guionista, [Nicholas Ray] se las arregla para desorientar. La sospecha es más fuerte que la realidad. Humphrey Bogart está marcado de tal manera que todo hace pensar que es un asesino, hasta tal punto que aunque no lo sea lo es.

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En la noche vi La guerra de los mundos, una versión americana sobre el escándalo y el estropicio provocados por el radioteatro de Orson Welles en 1938. El problema es que evitan las muecas que el pánico provocó y tratan de darle la ilusión de un happy end a la cosa. Luego vi The Codes de Woyciech Has, película impresionante por su fuerza poética y su intransigencia.

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Vi de nuevo Una historia inmortal. Esta vez me di cuenta del equilibrio poético del montaje. Hay algunos silencios muy inspirados por los que circula una corriente subterránea que yo llamaría «coral». El eco de todas las historias contadas y «mentidas» por los anónimos marineros. La luz algo aproximativa. Lo que había visto como pobreza (cheap) es rigor extremo.

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Después vi Prisión de Bergman. Muchísimas ideas tiradas a la chuña, pero se siente lo que vendrá. La idea de mundo como infierno que tiene el profesor loco no es muy distinta de la que describe Swedenborg en Arcana Caelestia. El infierno es el mundo. La venida del demonio en gloria y majestad es inminente. Lo primero que va hacer es juzgar al piloto que tiró la bomba atómica en Hiroshima como criminal de guerra. Prohibirá las bombas atómicas. Va a combatir la polución provocada por las industrias.

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Anoche empecé a ver El retorno de los hombres gatos. Una réplica a Cat People filmada a la manera de Tourner. Atmósfera inquietante sin que nada lo sea particularmente. Un pueblito apacible de Estados Unidos. Una niña soñadora. Una madre, antigua actriz, que vive con su hija, a la que acusa de impostora («mi verdadera hija murió a los 6 años», dice, y la niñita soñadora tiene justamente 6 años).

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Vi recién una parte de El desprecio de Godard. Sigo pensando que el film es sobre el desprecio del cine. Un emotivo homenaje a Fritz Lang.

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Vi una media hora de Chair du poule de Duvivier, cinéma filmée, cómo habría dicho Jean-Claude Biette.

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Ayer vi una parte de Le soleil de Sokurov, que no está a la altura de El arca rusa.

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Vi La gorgona de Terece Fisher. Recuperé el gusto por el cine torvo e ingenuo que solía ver a fines de los años 50.

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Terminé de ver Quai des orfêvres de Henri-Georges Clouzot, con Louis Jouvet. Admirable documento de época: París sucio, frío, inhóspito y gris. Pura poesía [—] y una enorme humanidad. Cariño por la gente, hasta los más odiosos.

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