Desde que empezó el encierro (y llevamos unos cuantos meses ya) no puedo ir a nadar. Para tratar de no caerme a pedazos, empecé entonces a practicar yoga en mi casa, cosa que no había hecho en mi vida y que con el correr de las semanas (y llevamos unas cuantas ya) ha ido ganando cada vez más importancia en mi rutina. Yoga a la mañana, yoga a la noche, rutinas largas, asanas al pasar, frente a la computadora, en el piso o sentado en un sillón. Fue así que, sentado en el sillón, mirando la última película (bah, no sé, creo que ya tiene otra más) de Abel Ferrara, de pronto me encuentro con Willem Dafoe doblado sobre sus piernas flacas en la pinza. El plano es rarísimo y enrarece todavía más la posición del cuerpo sorprendentemente flexible de Dafoe: sin una introducción que explique su actividad y sin que hayamos visto antes otros indicios de su práctica, vemos de pronto su cabeza hacia abajo enmarcada por la parte de atrás de sus piernas. Me di cuenta enseguida, obvio, porque ahora solo pienso en yoga. Primer pensamiento: ¿Willem Dafoe está haciendo la postura de la pinza? ¿Por qué? Por supuesto, todo tiene una razón, el yoga entra como un elemento más dentro de la rutina de este yanqui canchero y guitudo que está instalado en Roma, sale a comprar verduras, a aprender italiano y a dar clases de teatro por las calles de la Ciudad Eterna con una naturalidad y banalidad hermosas. Es más, cuando la película avanza un poco y de a poco se empieza a dibujar la “trama” de todo esto que estamos viendo, el yoga pasa a formar parte de una red de sentidos que van más allá de la rutina cómoda de este tipo que parece tener todo más o menos resuelto y termina absolutamente desencajado. Tommaso busca el equilibrio del yoga no porque tenga un equilibrio corporal/espiritual sino más bien todo lo contrario: trata de controlar lo que se le escapa.

Más allá de las virtudes (que son unas cuantas) de Tommaso, que justamente parecen alimentarse de las irregularidades y defectos de una película irregular y un tanto deforme para construir lo que sea que busca construir Ferrara, termino de ver la película y lo que me queda en la cabeza son las piernas flacuchas de Dafoe, su piel estirada y cansada, sus contorsiones casi inverosímiles. No hay nada bello ahí. Tampoco hay, prácticamente, nada relevante para el desarrollo de un argumento. Sí hay, evidentemente, una destreza del propio Dafoe que nos hace pensar que probablemente Willem Dafoe practique hace años el yoga y que Ferrara decidió aprovechar esa destreza para incluirla como elemento de un personaje que tal vez originalmente no hacía ni yoga ni nada.
¿Habría prestado atención a esos pocos planos de un cuerpo doblado si no hubiera encarado yo mismo hace poco la práctica del yoga? Supongo que no. ¿Merecen un texto esas asanas? Probablemente no. Pero eso no quita que esos planos están ahí y forman parte de esta película rugosa como la piel del propio Dafoe, que va sumando elementos que van quedando pegados en su superficie hasta construir lo que sea que busca construir Ferrara. ¿Es una gran película Tommaso? No. Y sin embargo está cargada de cine y eso importa mucho más.

Por alguna razón, Abel Ferrara, que hizo por lo menos un puñado de películas que me encantan, no logra retener una posición en mi lista mental de grandes directores. Para hacerlo más fácil: no creo que sea un gran director, está bien lejos de ser un genio, pero ha hecho películas muy buenas. ¿Contradicción? No. Ferrara no es, creo, un gran creador de formas, un tipo que la tiene clara, un visionario. Más del lado del artesano que del artista, dicho esto como un elogio. Sin embargo, Ferrara sabe hacer algo que muchos otros no saben: sabe meter vida en sus películas. No me refiero al rigor del tiempo muerto. No me refiero tampoco necesariamente a la explotación del costado documental del cine: la cámara que captura lo real y todas sus derivaciones modernistas. El muchacho, por otro lado, está lejos de ser un neorrealista, como lo demuestran sin ir más lejos las alucinaciones simbolistas que perforan Tommaso y que literalmente suben a Willem Dafoe a una cruz. Pero hay algo ahí. Es difícil describirlo. Podría decir: su cine está lleno de cine, pero eso dice más bien poco. En estos días (de encierro) tiendo a pensar que esa “vida” capturada por la película, esas rodillas nudosas del actor Dafoe doblándose sobre su personaje, el “cine” del cine que me gusta, tiene menos que ver con algo que uno pueda definir o calcular y más que ver con una contradicción.

El cine es el arte de lo real pero no queda nada claro qué vendría a ser lo real. ¿Qué significa? No nos es dado de forma simple o natural entender qué es lo real, tanto como tampoco podemos entender qué es la naturaleza o qué significa el cosmos. ¿Qué decimos cuando decimos que el cine es el arte de lo real? La capacidad del cine/máquina de capturar la luz que se refleja sobre la materia que se presenta frente a su lente, la capacidad de capturar el tiempo mismo (una ilusión del tiempo) hace tiempo que vienen puestos en duda, por los que saben y por el cine mismo. Lo que maravillaba a nuestros antepasados como la capacidad técnica novedosa que ofrecía el cine hoy lo puede hacer mi hija de 5 años con un celular. Por otro lado, he visto incontables películas en las que el rigor de la captura no produce películas llenas de vida sino todo lo contrario. ¿Qué es la vida que el cine puede capturar?

Vuelvo a la postura de la pinza, como podría volver sobre cualquier otra cosa. Unos planos perdidos que muestran a un actor viejo, de indudable fotogenia pero viejo por más que se haga los claritos, doblado sobre sus propias extremidades. No son ni siquiera tantos y no explican nada: no hay transiciones, no hay movimiento, no hay construcción de nada. Plano: Dafoe doblado. Corte. Plano: Dafoe doblado de otra forma. Dafoe para arriba. Dafoe para abajo. Dafoe doblado como preztel y levantado en el aire por la fuerza de sus propios brazos. A otra cosa. No es relevante y probablemente la única razón por la que le presté atención es más bien caprichosa. No me interesa defender el capricho sino usarlo: no es azar que esos planos estén ahí, por más que sí lo haya sido mi atención hacia ellos. Ferrara elije esos planos, elije esos ángulos, elije ese tipo de montaje que no es el que predomina en la película. ¿Hay realidad en el cuerpo viejo y doblado de Willem Dafoe? Por supuesto. La hay también en la escena del polvo que no llega a concretarse sobre el sillón. Pero los planos del yoga tienen, además, una singularidad. Yo, por lo menos, nunca había visto a Willem Dafoe (y creo que a casi ningún otro actor) doblarse de esa forma. ¿El efecto de realidad tiene que ver con la singularidad? No necesariamente pero tal vez hay algo de eso.
Es cierto: probablemente Tommaso no sea la mejor película de Abel Ferrara. Tal vez ni siquiera sea la mejor película de Ferrara/Dafoe. Pero, más allá de que me gustó verla, contiene por lo menos un plano que me conmovió. No en un sentido sentimental, pero me conmovió. Hay algo ahí que no sé qué es, que me gusta llamar vida. Algo posiblemente aleatorio. Algo probablemente gratuito. Algo real pero no real porque pasó sino real porque tiene una determinada consistencia. Algo que tiene que ver con la forma en la que vivimos nuestras vidas.

En última instancia, sospecho (sin argumentos) que esa vida tiene que ver con una capacidad que yo solo encuentro en el cine. Porque el cine se parece a la literatura, pero nunca va a llegar a sus cimas. Se superpone con el teatro pero nunca va a tener su temblor ni su carne. Se roza con la música (no porque la utilice sino porque se estructura a lo largo del tiempo) pero tampoco va a llegar a su abstracción o su potencia. Por más que les pese a muchos, el cine es otra cosa. En cambio, el cine es, entre tantas otras cosas, el arte que puede alojar en su interior aquello que lo niega: el cine es y se alimenta a partir de lo que no es cine. Una mirada. Un tiempo. Un gesto. Unas rodillas. Sospecho que existe un cine puro, pero no me interesa. En cambio, es en las menudencias (esas que captura, pero sobre todo las que construye) donde el cine cobra sentido. Seguramente el cine puede ser alto y absoluto, pero es indispensable en la medida en la que anda acá de a pie con nosotros. Se parece a la materia que compone nuestros días. No porque registre lo que se pierde inevitablemente. No porque nosotros quedemos capturados en él. El cine es grande porque se escapa, porque nos supera, porque no lo podemos controlar. Sobre todo, porque puede doblarse y alojar en su interior, en el medio de la historia de un tipo celoso y ex alcohólico, las rodillas huesudas de un tipo viejo que nunca hubiera imaginado que podía doblarse tanto.