Después de ver su debut como directora, vuelvo a ver una película dirigida (y protagonizada) por la enorme Sylvia Chang. Hay varias en el medio (que espero poder ver pronto) y algunas más nuevas (que espero ver también) pero los azares de la “disponibilidad” virtual me llevaron a 20 30 40, una película de 2004 de la que no tenía el menor registro, si bien al parecer llegó a estrenarse en Argentina (en video o DVD o lo que sea que usáramos en aquel entonces) con el título de Tres edades para amar. Me encuentro con otra película hermosa que sigue pavimentando mi admiración por la Chang.



A primera vista: de nuevo historias de mujeres, otra vez historias de amores cruzados y una mirada anclada en la sensibilidad sentimental. Podrían trazarse (supongo que sin un gran margen de error) constantes autorales, que no me interesarían demasiado. Por de pronto, Tres edades para amar (me gusta más 20 30 40, más seco) es una película mucho más moderna que Passion, no por los casi 20 años que las separan sino porque Passion elegía conscientemente las formas del melodrama, mientras que en esta el melodrama más bien se sugiere como una sensibilidad que como una forma. Passion era una película sobre dos señoras y 20 30 40 se puede presentar engañosamente como una película para señoras: historias de amor y esa perspectiva que parece sugerir la traducción del título: el amor visto desde la distancia, la comodidad y la seguridad. Sin embargo, no es esa la perspectiva que propone la película.


Ocurre con la película de Chang (como pasaba en Passion) que se ubica en un campo complejo, muy rico y fácilmente menospreciado, en el que el cine “de autor” se toca con el cine masivo. No me consta pero dudo que las películas de Chang hayan tenido un gran éxito de público, y sin embargo su forma de narrar pone en primer plano el deseo de comunicarse con claridad con el espectador. 20 30 40 guía a su espectador de forma amable pero sin concesiones. No hay audacias, no hay formas que se antepongan a la emoción, pero a la vez hay una conciencia clara de la puesta en escena. La forma en la que trabaja los planos Chang (ciertos movimientos, la composición de determinados encuadres simbólicos) no permite margen de duda: el dispositivo está trabajado de forma muy precisa. Y, sin embargo, ese trabajo busca la claridad. No se puede, sin embargo, hablar de clasicismo, ni de un modo más “deconstruido” como ocurría en Passion, ni en la forma en que intentaría resucitar formas muertas un cinéfilo, sino más bien de una sensibilidad que privilegia, por sobre todas las cosas, el vínculo emotivo con el espectador. Si 20 30 40 tiene sentido, es en la medida en la que conmueve. Y a mí, por lo menos, me conmovió.


Y ahí, de vuelta, es donde la película de Chang puede parecer una película fácil y, sin embargo, no lo es: no hay mirada rosa, mucho menos comodidad. Una película que en una misma secuencia juega con sugerir los pensamientos suicidas de una de sus protagonistas (la gran Chang, ahora con modelo pelo extra corto) mientras repite su desesperación, e inmediatamente después pasa a depilarse las axilas, es una película con filo.


Otro aspecto de esa sensibilidad sentimental tiene que ver con lo que podríamos llamar su generosidad. 20 30 40 cuenta la historia de tres mujeres (de las edades aproximadas del título), en un camino un tanto tortuoso que, sin embargo, no tiene demasiado de aprendizaje. A cada una le van ocurriendo cosas diferentes, todas sufren. Cada una tiene sus amores pero tiene también sus antagonistas, sus hombres malos, sus hombres buenos, sus traiciones. Las historias de la película, al parecer, fueron escritas por las tres actrices que la protagonizan: la jovencita llena de esperanzas que descubre una primera pasión lésbica (interpretada por Angelica Lee), la joven independiente y fuerte, azafata de profesión, amante de varios, que va descubriendo que no encuentra lo que necesita (interpretada por Rene Liu) y la mujer de familia (la Sylvia), dueña de una florería, que un día por casualidad descubre que su marido tenía una segunda familia y, así de pronto, se queda sola. Hay tópicos que se acercan al lugar común, pero incluso ahí la honestidad de la película desarticula cualquier trampa: pienso por ejemplo en la secuencia en la que Sylvia divorciada empieza una relación con su instructor de tenis (enérgico y joven), pero termina por cortarla porque las caderas no le aguantan más.
En el marco de una película con toques de comedia, con mujeres vigorosas, 20 30 40 guarda una sensibilidad melodramática que tiene que ver con un tinte irresoluble de amargura. Dos de las tres historias terminan mal (o, por lo menos, no terminan bien), y no solo eso sino que reconocen de forma explícita el valor de esa tristeza, ya sea a través del reflejo en las telenovelas que mira Sylvia, ya a través de una voz off de la veinteañera que reconoce la belleza de lo triste.
Terminen bien o mal, el elemento que abre estas historias (que se cruzan espacialmente, pero no de forma argumental, como si trazaran un mapa pero no una cadena) tiene que ver con el deseo: con lágrimas o con el gesto amoroso de una mano (Chang maneja muy bien la economía de recursos sentimentales), lo que fluye a través de estas historias es un torrente de deseo que, problemático e incesante, arrastra a sus personajes. No hay lecciones, pero sí hay un flujo que no se detiene.
La Chang sale a trotar por el barrio y hace que un tipo se dé vuelta y la persiga. Todo termina y vuelve a arrancar.
