Poco tiempo antes de la pandemia estrenaron una película francesa que nos deja escuchar «Historia de un amor» -el bolero escrito para que Libertad Lamarque lo cantara por primera vez en una película mexicana de 1955- ni bien empieza. El título de la película francesa nos permitía prever un melodrama, pero Un amor imposible anuncia la traición a su propio nombre ni bien traduce la letra de esa “historia de un amor / como no hay otro igual” por uno “igual a todos”. Menos mal que Bellocchio sigue entre nosotros para poner las cosas en su lugar, que es el desmedido de la pasión. Il traditore es una película a la que cualquiera puede reaccionar pensando en El padrino, pero Coppola no se me apareció por los mafiosos sino por los helicópteros. Después de la escena de Apocalypse now viene la de esta película, que entonces se convierte en la historia de un amor que nos hace comprender todo el bien y todo el mal sin la facilidad de creer que palabras como estado, ley, familia, mafia (“un invento de los medios” según Buscetta, lo que en el idioma de Marco «Noticia de una violación en primera página» Bellocchio quiere decir una simplificación intencionada, enmascaramiento a través de la denuncia, tema del traidor y del héroe) pueden contenerlos o expulsarlos por completo de sí mismas y dejarnos con la conciencia tranquila, en paz y seguros de esa matemática moral que Il traditore complica desde el vamos y hasta el fin. No es la historia del mani pulite ni la del juez Falcone sino la del amor de Tommasso Buscetta -miembro de la Cosa Nostra que testifica contra ella- por la vida: su mujer y las mujeres, los hijos, Río de Janeiro, el mar, la playa, el placer. Su antítesis es el «enfermo» de Toto Riina que prefiere el control sádico a la dilapidación del dinero. Bellocchio también filma a Buscetta (Pierfrancesco Favino, prócer) como si fuera su alter ego: cineasta de la vitalidad, existencialista que no reduce la vida al orden, ni el cine político a compromiso, no sólo comparte con Buscetta la inicial del apellido sino también el motor del deseo y la pasión familiar.
Elegir a un traidor como héroe es elegir la inquietud, rechazar dogmas sacros o correctos consensos laicos para adherirse a la hedonista y patética voluntad de vivir. Bellocchio no es ingenuo: el traidor no está fuera de este mundo, pero incluso dentro del marco de la Cosa Nostra el traidor de Bellocchio es alguien que no tiene lugar fijo, siempre moviéndose como todos sus personajes, brutalmente inquietos. “Devo andare, devo andare”, repite Castellito una y otra vez en La hora de religión (la sonrisa de mi madre). El capo de dos mundos, le dicen a Buscetta. Lo que parece ser la descripción típica de un líder inescrupulosamente ambicioso que pretende abarcarlo todo (eso es Riina), y que espanta a los republicanistas de ateneo, en realidad es la de quien se aleja del centro dominante para mantenerse en un lugar de responsabilidad subalterna que le permita margen de acción autónoma. Buscetta vive en Brasil y en un momento dado incluso expresa el deseo de trasladarse al Amazonas. ¿Para alejarse del peligro o del mundanal ruido? Es el recurrente personaje de Bellocchio que desconcierta cuando sonríe: Yo sé que tú sabes que yo sé fue el título de una película de Sordi.
Lo que el traidor de Bellocchio no puede hacer bajo ninguna circunstancia es traicionarse a sí mismo. Una de las experiencias fundamentales de Il traditore es la de asistir al proceso mediante el cual una persona que ha vivido toda su vida en una determinada organización decide testificar en contra de quienes la administran sin renunciar a ella, acaso porque a través de su traición la ha incorporado a sí mismo como nunca por intermedio de la fidelidad. El dilema es al menos piscológico, moral y político. En una de sus películas más “clásicas” e incluso más estadounidenses, Bellocchio expresa todos esos planos de la cuestión a través de soportes físicos y exteriores: vemos las pesadillas, los cuerpos se desnudan, la retórica de los parlamentos es poderosamente sintética, el potencial discursivo de actos puramente concretos corre por cuenta del espectador, los afectos pesan y deciden.
El Falcone de Bellocchio también es otro hombre entre mundos aunque firmemente anclado en el propio. Comparte con Buscetta la condición subalterna en la estructura a la que pertenece. Como él, tiene unas medidas notables de poder y de ambición, pero tampoco siente ansiedad de dominio sobre los demás. Sabe que en el vértice superior de la pirámide del Estado hay tanto peligro como en en el de la Cosa Nostra o en el de cualquier estructura institucionalizada corporativa. Tras el asesinato de Falcone, Buscetta dirá por televisión que lo amaba y volverá a Italia para denunciar la conexión de la Cosa Nostra con Andreotti. La última vez que se ven, Falcone le tiende la mano a Buscetta. Il traditore es el western de Bellocchio: John Wayne y Gary Cooper aparecen en boca de un personaje; el careo se transforma en un duelo cuyo penúltimo plano general no deja dudas sobre la conciencia épica de la puesta, que se da el lujo de rematar dicha escena con el vencedor invitando al juez a fumar; y termina con el protagonista montando guardia armada en una terraza de los Estados Unidos. Bellocchio está formalmente más cerca del neorrealismo sacado del cine de gangsters de Scorsese que del romanticismo familiar de Coppola: comparten el tempo nervioso de edición, la locura border, una cierta poética de la adicción, la incomodidad del punto de vista (Il traditore nos hace mirar el mundo desde un lugar similar a El lobo de Wall Street), el nihilismo activo, la impureza genérica.
Il traditore es el tipo que no cuadra del todo en la foto, el que se va, el que sale medio de costado o está en el centro pero incómodo. Explica lo que el segundo gran Marco del cine (el primero es Ferreri) hizo siempre: correrse de o sobre la foto oficial. “Extraña fortuna la que nos pone en desacuerdo con el mundo que nos ha tocado vivir”, le hace decir Basilio Martín Patino al protagonista de Octavia.