Cuatro notas sobre Loulou, por José Miccio

El último año vi cuatro veces Loulou, tres en avi y una en 35mm. Pialat es lo más grande que hay. Un nombre de guerra.

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Nelly deja a su esposo André por Loulou. André es un burgués cultivado. Tiene un buen pasar, se sorprende por un Degas que desconocía, planea ir a Ámsterdam a ver una exposición de Rembradt, toca el saxo, labura como publicista. Loulou es un lumpen. Salió de la cárcel hace poco, no trabaja ni piensa hacerlo, vive de chica en chica y es una máquina de coger. Juntos, André y Nelly tienen casa propia (grande, bien decorada). Nelly y Loulou viven un tiempo en un hotel, se quedan unos días en lo de unos amigos y finalmente alquilan un departamento por el que va y viene un montón de gente. André y Loulou son tan distintos que la película corre el riesgo todo el tiempo de caer en la ilustración de sus diferencias, un poco como le pasa a Tanner en La salamandra (que es hermosa). Pero lo que le importa a Pialat es lo que une a los dos hombres más allá de esta oposición un poco fácil entre el intelectual y el bruto. André y Loulou son dos chicos desamparados. Huérfanos, como el pibe de La infancia desnuda, el Jean de No envejeceremos juntos, el policía de Policía, el Van Gogh de Van Gogh y el cura de Bajo el sol de Satán.

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Pialat trabaja con escenas largas y con un montaje que pasa de una a otra por corte directo y toma a la segunda ya en desarrollo. De ahí el ritmo de la película, que parece estar siempre en estado de clímax. El tema es el amor. No hay más que eso en el mundo Pialat. Sus personajes pasan sin anuncios ni conflicto de la palabra al cachetazo y del cachetazo a la palabra o a un vínculo físico más convencionalmente cariñoso. Se quieren así. Esta fiebre del contacto brilla en algunas escenas como solo en Cassavetes. En una, un tipo anda con una escopeta y cinco se le tiran encima, empujándose todos, durante no sé cuánto tiempo. En otra, extraordinaria, Loulou y André se agarran a trompadas en un patio y terminan en un café con Nelly y unas cervezas. Loulou se saca un moco.»Se me salió un botón”, comenta André.

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Una curiosidad. En la escena en la que André toca el saxo en su departamento se ven en el televisor unos planos de Rojo profundo, la obra maestra de Darío Argento en la que David Hemmings interpreta a un pianista de jazz metido en una serie de asesinatos increíblemente crueles y hermosos (¡ay, esa marioneta!). En el comienzo de su película, Argento hace que Hemmings detenga un ensayo y les diga a sus músicos: «Muy bien. Realmente muy bien… Tal vez demasiado…Demasiado limpio y preciso, demasiado formal. Debería ser más sucio. Recuerden que este jazz viene de los prostíbulos». La escena -que transcurre en un espacio de columnas clásicas- es un manifiesto en favor de un cine libre de las cárceles de la elegancia y la corrección. Un ars poetica que vale también para Pialat.

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En el cine de Pialat la vida está del lado de las mujeres. Son ellas las que saben cambiar. El mejor ejemplo es No envejeceremos juntos. Los hombres son criaturas torpes, brutas y desamparadas. Por lo menos los que importan. Porque hay otros, seguros y vacíos como los Normales de Bellocchio (aunque no tan terroríficos). De hecho, en Loulou hay una oposición más importante que la que enfrenta al lumpen y al intelectual. Es la que existe entre el hermano de Nelly, que habla con ella del futuro y el bebé que viene, piensa en cómo se harán las cosas, en cierto orden, en asegurarse la vida, y el mismo Loulou, cuya familia extensa y popular es la contracara exacta de la que le ofrece su cuñado. A Loulou lo vemos con su madre hablar de sexo, con sus hermanos, con un grupo de difícil identificación parental en un almuerzo maravilloso, en el departamento que alquilan con Nelly sumando gente porque sí, porque uno sale de la cárcel y otro anda suelto y así es la vida. Loulou vive en manada. Como todos, pero en un estado de felicidad animal que los demás olvidaron. En el final lo vemos como lo que es: un bebé enorme que se cuelga de Nelly y avanza medio a los tumbos por el callejón apoyado en la mujer, que es la manera en la que son posibles los hombres.

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