En su comentario a la nota que Marcos Vieytes escribió a propósito de Roger Koza, Nicolás Prividera dice que Vieytes “recordó” unos párrafos que había escrito hace un tiempo después de leer una alusión a su libro Subjetiva de nadie en la contribución de Koza a los festejos por los veinte años del Bafici. La palabra “recordó” es de Vieytes. Las comillas (no estas últimas, claro) son de Prividera, que evidentemente desconfía de que haya sido así. No pretendo atestiguar que los párrafos de La crítica programadora ya existían (existían, los había leído y discutido con su autor) sino decir que también yo tengo un muerto en mis archivos. Las cosas pasaron así. En junio de 2016 publiqué en Hacerse La Crítica un texto sobre el libro que Prividera le dedicó al Nuevo Cine Argentino (El país del cine, Editorial Los Ríos, 2014). Unas semanas después, Hacerse La Crítica publicó la respuesta de su autor. En ella, Prividera reitera el sambenito deleuziano del pueblo que no está, le parece cuestionable que se me haya ocurrido leer y citar a Santa Teresa, dice que no hay arte que no sea programático y que todos somos moralistas, cita al boleo y sin situar en el contexto argentino la noción de campo de Bourdieu, celebra que Gonzalo Aguilar lo haya invitado a la presentación de su libro Más allá del pueblo, afirma que lo que importa en el cine está fuera del cine, opone a la cinefilia la palabra de un rector de Ciencias Sociales y me vincula con el titular del Sistema Federal de Medios y Contenidos Públicos Hernán Lombardi y el comúnmente identificado como filósofo Alejandro Rozitchner. Señalo estas cosas porque quien siga leyendo verá que en algún momento aludo a ellas. Es un resumen interesado pero no falso. El que quiera confirmar si lo que digo es honesto puede seguir los links que puse antes, cosa que no puede hacer el que lea la nota de Prividera sobre Vieytes en Con Los Ojos Abiertos.
Escribí Frente al poema hace cerca de un año y medio. Curiosamente, el sitio que me pidió una nota sobre El país del cine publicó la respuesta de su autor pero no mi respuesta a su respuesta. La daba por enterrada, pero la discusión de estos días me convenció de que tenía sentido publicarla ahora. En su descargo de 2016 Prividera le reprocha a Hacerse La Crítica la falta de una línea editorial clara, lo que entre otras cosas le permitiría a la página una autocrítica por publicar mi nota, que según él habla el lenguaje de los enemigos. Hoy repite la estrategia contra Vieytes. La misma lógica defensiva y manipuladora. La misma militancia por una escritura castrada. En algo tiene razón: hay ideas en disputa sobre el cine y la escritura que tiene al cine como tema y pretexto.
Acá van algunas.
*
Frente al poema
Estimado Nicolás. Lo que pienso de tu libro está en mi nota. Lo que pensás de mí está en tu respuesta. Me parece suficiente. Quien pierda el tiempo en tanta letra sabrá decir quién acierta o se equivoca, quién es honesto y quién no. Yo prefiero hablar de lo único que me importa ahora. Es esto. Vos pensás que no debería haber escrito lo que escribí sobre El país del cine. No porque sea indigno de lectura y discusión sino porque puede alimentar a tus adversarios o enemigos, que no son solo tuyos sino de toda persona que piensa correctamente. Sos el guardián del progresismo asediado. Un centinela que salta ante cada posible infracción porque vive en permanente estado de emergencia. Tu paranoia viene de los años 50 e incluso de más atrás, igual que el uso que hacés de la palabra decadentismo, del que te escapás diciendo banalidades. Roberto Giusti se la aplicó a Borges igual que vos se la aplicás a Llinás. Exactamente igual. A mí Llinás me la soba. Decile también facho o pederasta. Es cosa tuya. Lo que no me la soba es que manejes los mismos supuestos que manejaba Giusti, como si todavía decadente significara arte burgués escapista y autosatisfecho, que es aproximadamente lo que significaba en aquel tiempo antiguo y ortodoxo del que cada tanto te vienen eructitos. También Pasolini usaba la palabra. Era jerga común. Especialmente en Italia, cuya izquierda tenía un problema muy serio con D’Annunzio. Pero la Historia corre, y yo pensé que ya nadie recurría a ese lenguaje para cuestionar una película o un libro. Me equivoqué. Lástima. Supongo que considerás que esteticista también dice un demérito ya que en tu libro sugerís que sería bueno darle descanso al viejo Wilde. Veo que no te gustan las perversiones ni las lentejuelas. Bien por vos. Son cosas que nos alejan de la conciencia crítica, y el arte existe para estimularla, no para perderse entre sus formas ni para atentar contra todo aquello que pretende imponerle su dominio. Por suerte contamos con las ciencias humanas y un Rector con el coraje necesario como para llevarlas de nuevo a la victoria. Pronto conquistaremos el monte Buñuel. Entiendo. El cine no es nunca porque sí. El cine tiene que tener una razón y un objetivo. En algún momento amagás una defensa del concepto de utilidad, un clásico de las iglesias, los colegios y las asociaciones civiles preocupadas por la salud de nuestro espíritu. Pero te quedás ahí, en el amague, como si no te animaras a establecer el para qué del arte. El cine militante que tan poco te interesa es sincero. Vos no. El cine militante dice: debemos contrainformar, debemos crear conciencia, debemos hacer películas que contribuyan a la emancipación del pueblo, el fin determina la forma, la función manda. Vos boqueás como un académico progresista que mira con desprecio e indulgencia a aquellos que no filman planos de simetría. Como te dije: atacás con consignas y te defendés con citas de gente respetable. En un punto es comprensible. Una propuesta conservadora como la del punto medio tiene que hacerse pasar por salvaje en los epígrafes, los comments y demás zonas de imposición del sentido. Un comentario. El prólogo que tan cándida y profesionalmente escribió Eduardo Russo para El país del cine da cuenta del poco cuerpo que hay detrás de tus palabras. Durante años Russo defendió en El Amante las ideas que a vos tanto te joden. Un ejemplo: “Desestimada en la selección para Cannes 2001, la crítica ideológica, siempre dada a armar tribunales de inspección de contenidos, la sancionó como un capricho anacrónico y para colmo monárquico”. Habla de La dama y el duque, del reputado derechista Eric Rohmer. Así que todo mal: el medio, el director y las ideas. Pero bueno. Russo es un académico, y ya sabemos que los académicos prestigian los libros con sus prólogos. No sé. Yo que vos le pregunto a quién votó. Fin del comentario. El estado de movilización permanente que proponés obliga a hablar tanteando a cada instante el territorio por miedo a decir algo cuya fortuna no haya sido ya probada. Hay que estar siempre seguros. Es decir: no hay que escribir. Y hay que abandonar sin vueltas lo que reclama el enemigo. Los estados de ánimo no corren más. Se acabó el uso borgeano de la palabra feliz. Ahora es una cita de Rozitchner. Te dejás arrebatar las ideas demasiado fácil, Prividera. No aguantás un trapo. Un salame dice felicidad o alegría y vos le entregás todo. Son palabras muertas. Pertenecen para siempre al proyecto de banalización serial que nos gobierna y quien las use no es más uno de los nuestros. El miedo que les tenés a las palabras es una de tus tantas pasiones tristes. Otra es el desprecio que manifestás por la libertad sin objeto. Por eso odiás el arte. Porque no te pone frente a la libertad sumisa que preferís y predicás sino frente a una libertad de otro orden. La libertad divina. La de Bataille. Escuchalo, es maravilloso: “Solo escribo auténticamente con una condición: burlarme de esto y aquello, pisotear las consigas”. / “Lo que a menudo distorsiona el asunto es la preocupación por ser útil que tiene un escritor débil”. / “El escritor no puede sino comprometerse en la lucha por la libertad anunciando esa parte libre de nosotros mismos que no pueden definir fórmulas, sino solamente la emoción y la poesía de obras desgarradoras. Incluso más que luchar por ella, debe ejercer la libertad en lo que dice. A menudo también su libertad lo destruye: es lo que lo hace más fuerte”. Bataille es un irresponsable. Bataille tiene razón. Escribir no es un cálculo de costos y de beneficios. Es un salto al vacío. Entendelo. El temor de darle algo más que guerra a los enemigos convierte la cultura en campo yermo. Ya tuvimos a quienes no se permitían hablar bien de Nabokov porque era un ruso blanco y a quienes esperaban que alguna autoridad decidiera cuán progresista o reaccionario era El gatopardo para entonces opinar con libertad. No necesitamos más de eso. El cerco ideológico derivado del miedo al enemigo y al placer debilitó al marxismo mucho más que los embates de la derecha tradicional. Vos mismo, ahora, con ese aire de preceptor orgulloso que sacás de adentro cuando te cuestionan, seguís trabajando para quienes decís combatir. En un punto es gracioso. Cinco tipos con menos reconocimiento intelectual que Aguinis tuitean boludeces, como preguntándose: “¿Quién de nosotros escribirá la Amalia?”, y vos les regalás una autoridad que no tienen y sometés toda idea a esa referencia imposible. No es mi biblioteca la que se quedó en los 50, Prividera. Son tus ideas. Lo siento mucho. De verdad. Pero la manera en que entendés el cine empobrece el cine y no ayuda en nada al pueblo. Está bien a la vista. Tu juicio estético depende del grado de historicidad y progresismo de las obras aceptables. O lo que es lo mismo: tu juicio estético desconoce buena parte del arte que más importa y está cerrado a los descubrimientos. Por eso te parece incomprensible que alguien piense que Santa Teresa es una escritora admirable sin convertirse de inmediato en sospechoso. Te imagino acusando a un lector de Céline de antisemita y a un lector de Pound de facho. O pidiéndoles que lean con culpa. Porque antes que nada está la Historia. El arte no puede sostenerse en sí. Eso pensás. Perfecto. Yo pienso justo lo contrario. Rossellini empezó filmando para el fascismo y terminó filmando para la Democracia Cristiana. Rossellini era un conservador. Rossellini hizo unas cuantas películas maravillosas. Cargátelo vos. Yo no cedo nada que me parezca grande. Lo demás me importa poco. Es sarasa y persecuta. Todos los que se animaron a pensar sin obligarse a medir sus ideas con la vara de lo correcto fueron acusados de traidores, quebrados, conversos y vendidos por iluminados como vos, y puestos al lado de los hijos de puta para que los buenos confirmaran su lugar inmaculado. Vittorini, los Taviani, Ferreri, Ruíz: siempre hubo un poronga que les dijo que le hacían el juego al enemigo, que no eran orgánicos, que cómo podía ser que no renegaran de aquello que no seguía el lado bueno de la Historia, por más artístico que fuera. Una vez Thompson le dijo a Perry Anderson que consideraba inaceptable cualquier cosa que lo llevara a desmerecer a Swift. El antiimperialista Said admiraba al imperialista Kipling. El arte existe en la Historia como cualquier actividad humana pero no se subordina a ella ni a las ideas políticas de sus autores. La mayoría de los tipos que citás piensa así. Para Deleuze, Rohmer era igual de importante que Godard. Para Barthes, los autores incorrectos eran los más apasionantes. Marxistas tibios, cinéfilos, esteticistas. Eso dirías si no fueras tan sensible a las autoridades. Pero ya sé. Lo que importa es mear el territorio con tu única idea-mandato y después correr a buscar citas en la biblioteca de los nombres respetables, total sueltas quedan bien. Parecés un nene. Te mojo la oreja y después llamo a mis amigos. De ese modo deshonesto o presuroso de leer proceden tus reacciones destempladas. Tenés un sistema de input-output mecánico y desengrasado. Leés malestar y decís Freud. Leés modo triste de pensar y decís Rozitchner. Leés autonomía y decís platonismo. Leés un texto que cuestiona tus ideas y decís derecha posmo Lombardi culo El Amante PRO. Tu aguda mirada te permite descubrir que si admirás a Eastwood votaste a Macri, y que si no lo hiciste deberías haberlo hecho porque sus ideas te expresan bien. En tu mundo esa burla a la inteligencia se llama interés por la política y la Historia. Todo es así de chato. También a vos te sostienen y te dan visibilidad, Prividera. Es lo de menos. Lo que importa es que lo que decís es banal y solemne. Manejás tu bibliografía como un estudiante de Humanidades de segundo año enredado en los apuntes que acaba de leer. No pescaste una idea de Bourdieu, no te das cuenta de que Barthes lamentaría aparecer como garante de unas ideas contra las que él mismo tuvo que luchar, no llegás ni siquiera a intuir la melancolía persistente de Rancière y los Straub, a quienes si tuvieras huevos despreciarías. Que leas obra de arte notable y pienses canon señala para siempre el grado de tu miopía. Sociología berreta. Eso tenés. Debés pensar que la persistencia de una obra se explica entera por motivos institucionales, y que si las mismas fuerzas que trabajaron para que esa obra ocupe ahora un lugar determinado se hubieran aplicado a otra entonces alabaríamos en esta última cualidades que hoy no le reconocemos, atrapados como estamos en una trama histórica que nos impide verlas. Notable. John Webster podría haber sido Shakespeare y Piñeiro estaría filmando Cómo curar a un cornudo. No confiás en el teatro. No confiás en la literatura. No confiás en el cine. La fuerza casi religiosa que sentimos ante determinadas obras de arte es un fenómeno sociológico, pero reconocerlo no significa negar su importancia. Nos va la vida ahí. Bourdieu le mete el dedo en el culo al burgués finoli al ponerlo frente a las condiciones que hacen posible las emociones estéticas que él cree que lo distinguen de la chusma. Vos directamente pensás que las emociones estéticas no existen. Es como si reconocer la existencia de una historia del amor debiera impedirnos amar. Un comentario. Un soneto de Góngora compara a una mujer con una iglesia. Un piropo dice Diosa. Para vos son lo mismo. Lo fundamental es la representación de la figura femenina que ofrecen, el modelo religioso, la inscripción ideológica. A eso llamás crítica. Pero no. El soneto no es lo mismo que el piropo. No existe para expresar lo que cualquier otra cosa está en condiciones de expresar sino para poner el lenguaje en estado de suspensión comunicativa. Incluso en estado de trance. Góngora te digo. No Mallarmé. Que Pendejos y Excursiones sean tan distintas para vos es secundario: lo que decide el lugar que ocupan es su presunto juvenilismo. Listo. Ya tenemos su falla. Solo falta decir síntoma, reponer un par de pavadas sociológicas y echarse a disfrutar el orden del mundo a la espera de que un congreso o una revista nos invite a cuestionarlo amablemente y nos regale la ilusión de no estar cumpliendo un papel en la reproducción de eso que nuestra aguda mirada crítica pone a la vista de todos. Es pura paja, Prividera. Pero no la paja festiva de las máquinas patafísicas o los juegos combinatorios de Ruiz, que son himnos a la ficción y al derroche. No esa paja, no. La otra. La paja triste. La paja disociada. La paja del que le tiene miedo al garche. El camino que proponés como alternativo al de la cinefilia no conduce a Ensayos críticos sino a Cómo leer el pato Donald, ese monumento a la estupidez. Vas a terminar acusando al melodrama de ofrecer una visión quietista de la Historia. Todo está mal en tu jardín de infantes progresista. No es que tengas un problema de ajuste ente lo macro y lo micro. No es que tu criterio general esté bien y tus acercamientos a lo concreto fallen a veces. Siempre las películas quedarán a disposición del crimen categorial que vos decidas porque lo único que te interesa es averiguar si cumplen o no cumplen con los requisitos que vos declaraste obligatorios. Fin del comentario. El desinterés que mostrás por el arte te impide comprender que alguien ponga una obra en el centro de su vida incluso en situaciones de urgencia. En 1977 Spinetta canta que toda la vida tiene música, habla de duendes y topacios y declara que está en busca de una conexión con los planetas. Vos lo acusarías de cobarde o colaborador y tu juicio moral se llevaría puesto también el disco que grabó metido en ese mambo. Yo no. Yo soy un decadente. Creo en Spinetta. Otro comentario. También creo que el final de Tlön… es uno de los momentos más emocionantes de la historia de la literatura. No tengo que dar vueltas y convertir a Borges en un crítico de la gratuidad del relato y en un escritor sin hedonismo. No es la moral sino la literatura lo que hace que el cuento sea extraordinario. Ya sabés. Es la historia de unos tipos con guita que deciden inventar un mundo y terminan desatando una invasión implacable y silenciosa. Una historia de audacia y castigo. Como esas con científicos locos que crean algo que después los persigue y pone el mundo en riesgo. Dios es vengativo. La realidad es frágil y medio puta. Qué final ignominioso el de Tlön. Qué maravilla. El que sabe no hace nada. Se queda traduciendo unos versos de Browning que tal vez ni siquiera publique. Un mal bicho Borges. El final de Tlön es una burla a los escritores comprometidos. Pero también es un acto de amor absoluto. El tipo que decide quedarse con Browning mientras la invasión sucede no está de espaldas a la Historia. Está frente al poema. Tu manera de leer no puede verlo. Porque a tu manera de leer el poema no le interesa. Lo que le interesa es la Tradición, la Historia, el lugar que ocupa cada uno en lo que en Argentina ni siquiera es un campo con la firmeza suficiente como para tener autonomía. Cosas del subdesarrollo para las que Rocha nos viene mucho mejor que Bourdieu. Fin del comentario. Pero todo esto es nada para vos. Nada o hedonismo, diletantismo, esteticismo, sommelierismo. No tenés tiempo para los detalles. Lo fundamental está en otro lado. No en el cine sino en el campo de batalla en el que andás tirando cuetes de pólvora mojada. Hasta hace unos días yo era de los buenos. Ahora mostré mi verdadera cara y soy un tipo que le hace el caldo gordo al enemigo. O peor. Un topo, un quintacolumna, un Mata Hari de Llinás o de Aguilar o del impresentable que sea y con el que salís de gira apenas te da bola. Tu paranoia y tu espíritu censor llegan al extremo de sugerirle al medio en el que escribo una autocrítica por publicar mi nota. Otro eructito. Hacerse La Crítica debería haberla rechazado. Ni siquiera presentar otra lectura, ese truco liberal. Las opciones eran dos: ninguna nota o una nota favorable. Nada que puedan aprovechar los enemigos. Es duro. Pero así son las cosas. La guerra exige siempre estar atento y cualquier palabra que pueda poner en peligro la ciudad debe ser medida en función de sus posibles consecuencias. Un comentario. Lo mismo pensaba una señora con la que coincidí hace unos años en una función de Ruta 181. Sivan estaba en la sala. En la Lugones. Al final de la proyección la tipa dijo algo en hebreo. Sivan tradujo: dice que mucho de lo que hay en la película es cierto pero que no debería mostrarlo así porque puedo promover el antisemitismo. Un capo Sivan. No quiso el secreteo. Fin del comentario. Las cosas hay que decirlas siempre, Prividera. Que en tu respuesta escribas que con amigos así no necesitás enemigos resume la obscena pequeñez de tu modo de pensar. Hay que cerrar la boca aunque creamos sinceramente en lo que tenemos para decir. O si no hay que hablar en hebreo. Es una cuestión política. No está en juego el pensamiento. Está en juego la Historia, y a fin de cuentas no hay casi nombre propio. Lo que hay es Tradición. Soy el mensajero, escribís. Por eso ponerte en cuestión es atacar ideas de las que te nombraste vocero y policía. Sos un piola bárbaro. Si tenés razón sos Prividera. Si mandás fruta sos el progresismo ofendido por la derecha cruel. Escribir es secundario. Lo que importa es quedar siempre del lado correcto. El valor de un texto se mide por quienes lo celebran, así que hay que escribir para que nos acepten los buenos. Lo mismo hacen los que filman para entrar en los festivales de cine. Este modo de pensar pudre todo. Atrofia, paniquea, deslibidiniza. Sos la Ley, Prividera. La encarnación brutal del progresismo puritano. Uno de esos amargos que le pedían a Fellini que no fuera Fellini. Ese es el punto. Todo pasa por ahí. Por esa máquina controladora que sacó de dos o tres fuentes respetables un sistema de prohibiciones que funcionan en automático desde hace décadas y que nos terminaron llevando al mundo de películas y textos cagones en el que vivimos. En la industria ganaron los malos, Prividera. Pero en el cine chico ganaron los buenos como vos. Los cruzados de la distancia. Los cautos. Los rigoristas. Los edificantes. Los inspectores del rivettismo. Los que no largan un travelling por miedo a que los reten. Los que reclaman planos justificados. Los brechtianos académicos que no quieren saber nada con el pueblo porque dicen que trabajan para el pueblo que no está. Pasolini debería levantarse y cagarlos bien a trompadas. Un comentario. Pasolini no pertenece a la tradición que vos decís encarnar. Crece entre los yuyos, no en los árboles galantes, y su cine se comprende mejor si se lo relaciona con las películas rosas de los 50 que tanto detestaban los moralistas como vos. Su pueblo es una versión trágica de los corazones buenos de la arcadia romana y está tan lejos de las versiones oficiales del neorrealismo como de la explosión juvenil de los años 60. Aparece en películas de Bolognini. Asoma en el fondo de Gli innamoratti, pasa al frente en La notte brava y llega a Accatone y Mamma Roma ya maduro. El genio de Pasolini no es moderno. Como el de Favio. Puede que por no entender eso lo hayas usado para ilustrar el corto ultragorila que hiciste para Sucesos Intervenidos. Qué asco te da el pueblo, Prividera. Fin de comentario. Otro que nombrás mucho es Brecht. Este sí es moderno. Bien ahí. Pero qué pasa. Pasa lo que con todos los grandes artistas programáticos: sus obras exceden largamente (e incluso niegan) el programa que las impulsa, pero su herencia es más la del programa que la de las obras. Por eso el brechtismo deviene tan fácilmente en jerga (la no identificación, el esclarecimiento, la sala como tribunal), y por eso los brechtianos verdaderos son tan diferentes de su maestro y entre sí. Rocha, Godard, Straub, Fassbinder. Vos la hacés más simple. Decís programa y terminaste. Creés que si un tipo escribe que el cine debe ser violeta lo único que habrá en sus películas es violeta. Pero no. Por suerte no. Lo que importa en un programa es no cumplirlo. Hay que ir a las películas. Siempre. Es ahí donde las cosas pasan. No en las abstracciones con que vos las fusilás. Ya está, Prividera. Ya está bien de cine escrupuloso. Mejor pecar. Un comentario. Farocki y Lanzmann son bien distintos. Por muchas cosas. Una es la manera de poner o no poner en escena a las víctimas. Farocki no podría aceptar que los sobrevivientes de los campos sean ante todo testigos obligados a dar testimonio, que es lo que piensa Lanzmann. La escena de Shoah en la que el peluquero quebrado de dolor le pide que apague la cámara y Lanzmann contesta manteniendo el plano hasta que el tipo vuelve a hablar es un momento de crueldad que sin dudas participa de la violencia simbólica que Farocki cuestiona muy moral y académicamente en su elegante ensayo Mostrar a las víctimas, no importa que ya no estemos dentro del campo. Pero la escena de Shoah no es solo el testimonio de un cruzado que se lleva puesto al prójimo en pos de la verdad. Es también la escena de Abraham Bomba, el peluquero de Treblinka. Es decir, la escena de un sujeto con nombre y profesión, un tipo concreto, con una voz y unas arrugas, que está frente a nosotros. En Farocki no hay infracción pero tampoco puede haber algo semejante. Estará siempre seguro en su distancia, y desde esa distancia podrá denunciar la crueldad del otro sin jamás correr el riesgo de acercarse, y en una de esas ejercerla también él. Para ir contra Shoah hay que jugársela. Hay que filmar Ruta 181. Hay que parodiar lo imparodiable. Hay que mandar al carajo la maldita distancia justa y a los que van al cine con centímetro. Fin del comentario. Un INADI del espíritu. Esa institución horrible nos aplasta. La furia fue. Los bestias. Los anarcos. Los que se ríen de todo. No hay lugar en ningún lado para un Corbucci. Demasiado sacado, demasiado libre, demasiado irresponsable. La industria no lo quiere. El cine crítico menos. Sus sacerdotes ya lo acusaron en su tiempo de misógino, de convertir la violencia en espectáculo, de banalizar temas históricos. Es tu lenguaje. Se llama progresismo puritano. Su objetivo es purgar el cine de cualquier emoción incorrecta. Convertirlo en un teatro en el que toda minoría encuentre su papel edificante. Prohibirle el mito. Quitarle el cuerpo y la violencia. Por eso Tarantino es tan importante. Porque su grandeza es también la de una historia que no acepta desaparecer sin dar pelea. Los 8 más odiados es una película-Bataille. Tarantino hace cine-guerrilla en el corazón de Hollywood. Es un blanquito inflado de testosterona que dedica su talento gigante a mostrar que las mujeres son más fuertes y que los negros la tienen más grande. Las reglas del mundo están dos veces suspendidas en Los 8: porque no hay ley en el tiempo en que transcurren los hechos y porque estamos en el cine. Anomia y ficción. Todo puede pasar en la posada de Minnie. Por ejemplo, un cuadro inconcebible. Ese que Tarantino clava justo en la mitad: la carcajada diabólica de un negro que obliga a un blanco a chuparle la pija. Un asco, una venganza, una violación, todo lo que está mal. Ahí tenés cine político. Tarantino es la última resistencia que queda en Hollywood ante la barbarie de los buenos como vos, que le escapan a cosas como esta, demasiado poco críticas. Qué mundo de mierda el que querés, Prividera. Uno en el que siempre haya alguien que cuando Django saca la ametralladora del cajón y empieza a bajar muñecos esté dispuesto a buscar alguna cita en Ante el dolor de los demás. Rivettismo pavloviano puro y duro. Kapò malo, Kapò caca. Eso sos. Los judíos no pueden matar nazis. Scorsese no puede filmar El lobo de Wall Street como un viaje merquero al corazón de unos garcas con encanto. El cine debe ponernos siempre en el lugar correcto. ¿Sabés qué, Prividera? Metete tu Daney en el orto. Vos y los tuyos lo liquidaron. Lo convirtieron en un muñeco llorón que legitima cobardías e inspecciones. No es la izquierda, ni la modernidad, ni el progresismo lo que está en juego acá. Esos son los flotadores de los que te agarrás para no contestar nada y afirmar como un maniático una y otra vez lo mismo. Lo que está en juego acá es la articulación policial que les inventás a estos conceptos, su funcionamiento a la hora de pensar el cine y el lugar de cana bravo que te atribuís. Tu moralismo obliga al arte a ser correcto, a ilustrar las ideas progresistas, a rendirse siempre a los juiciosos, a defenderse de Oshima y de Ferreri, esos nihilistas horribles que por suerte ya no crecen más. El cine está libre de ellos. Nos salvaron tipos como vos. Gracias, Prividera. Gracias por tu crítica como pitching de la Historia. Nada crece por donde vos pasás con tu biblia agusanada. Hace mucho que el rivettismo no es más que un protocolo. Las almas bellas responden abyecto a dos o tres estímulos bien ensayados y no cesan de ampliar el territorio de su vigilancia. En un comienzo el combate era contra el cine medio con pretensiones artísticas al que pertenece Kapò. Con el tiempo su zona de influencia fue creciendo. Hoy su reino es infinito. Hace poco Koza escribió que mostrar un parto atenta contra los derechos del bebé. Ya está. No se puede seguir en esta dirección. Hay que empezar de nuevo. Hay que volver a confiar en el travelling. El cine funda la moral, no al revés. Las películas más vivas nacen de la pulsión por filmar, no de la pregunta de una conciencia absoluta o escindida ante la Historia. Un comentario. No me imagino a Ruiz preguntándose si La hipótesis del cuadro robado debería incluir alguna referencia al Plan Cóndor. Me lo imagino divirtiéndose con sus especulaciones. Un mal chileno, Ruiz. Un mal exiliado. Fin del comentario. El cine que vos querés abunda, Prividera. Estás peleando por una mera corrección de contenidos. Con un cacho de Historia el international style ya no será minimalista sino ascético. Y listo. Entonces aparecerá un festival internacional de cine crítico. Te regalo la idea. El FEICIC. Va a estar lleno de películas maracas y de académicos preocupados por la miseria del mundo y por sus vouchers. A eso aspirás. El cine te da lo mismo. Es un objeto de estudio o alguna pelotudez por el estilo. Un comentario. También amenazás defender el cine de tesis. Imagino que te gusta su orden. Su comunicabilidad. A mí depende. Pero es cierto: muchas obras notables (y algunas canónicas) son obras de tesis. El viaje a la felicidad de Mama Küsters, por ejemplo. O Los viajes de Sullivan. O La madre. El tema es lo que el cine hace. Si es apenas un objeto interpuesto entre el director y sus espectadores o produce ruido, incluso tanto como para hacer que la tesis enloquezca. Fijate la secuencia Rocha: Barravento, Dios y el diablo, Tierra en trance. O de cómo hacer que las ideas iniciales terminen en el pogo. Ya sé. Vos preferís los significados seguros. El problema es que no es mucho lo que queda para el cine cuando lo que se aprecia de una película es su capacidad para ilustrar unas ideas y ser ilustrada a su vez por las ideas de las que nace. Es el problema de las obras de tesis convencionales: están en función de reflexiones elaboradas en otra parte y carecen de la sensualidad suficiente como para independizarse de ellas. Son innecesarias o divulgativas. Un comentario dentro del comentario. Chaplin va a la fábrica y vuelve con Tiempos modernos. Hay que decir que como crítica del fordismo no es la más sofisticada, y que para quien no quiere melodrama es sencillamente inaceptable. Pero la cuestión principal pasa por un hecho difícil de olvidar: lo que Chaplin tiene para dar es un personaje y un movimiento que no existen fuera del cine. No es un tipo analítico. No es marxista ni heideggeriano. Es un payaso genial que descubrió algo que no tenía lugar antes, una mímica propia del cine, un arte que no se podía ver en el circo aunque de ahí venía. Entonces, para seguir con Farocki, si no viste Creía ver prisioneros o Imágenes de prisión podés leer Vigilar y castigar sin que nada falte. Pero solo en Tiempos modernos encontrarás lo que hay en Tiempos modernos. Conclusión. Vos pensás que hay cine ahí donde hay Historia. Yo pienso que hay cine ahí donde aparece lo que no puedo encontrar en otro lado. Quedate con Farocki. Yo me quedo con Chaplin. Fin del comentario dentro del comentario. Fin del comentario. No necesitamos el cine que vos querés, Prividera. Lo que necesitamos es un cine que nos la pare y que nos la moje. Y si tiene que ofender a los buenos que los ofenda. Tendremos cine cuando volvamos a ponerlo adelante de todo. Cuando pensemos con amor en el deleznable Matisse pintando una genialidad detrás de otra mientras su familia peleaba contra los nazis. Cuando tengamos el coraje de no ser buenos. Cuando escuchemos por fin a San Kerouac. Y cuando a la pregunta de por qué filmar y escribir contestemos Porque no podemos hacer otra cosa en lugar de Para indagar en el universo de los signos que constituyen nuestro magma identitario o alguna otra grosería. Tendremos cine cuando los que necesitan redenciones nos pidan motivos y nosotros contestemos lo único digno de contestar: Porque es mejor que coger.
José:
Está claro que los apuntes que conforman esta nota salieron, como los de Vieytes, desde lo más profundo. La podrías haber titulado «miccionando», directamente.
Pero aun si la forma en que te dirigís a mí fuera respetuosa, y no confundiera una vez más el estilo con el hombre, de todos modos no hay nada que agregar que no haya sido dicho en las notas que suscitaron estas reacciones. Aquí solo te limitás a sumar más paja a la falacia del mismo nombre…
No hace falta que afirme mi amor por Ferreri, Oshima i Ruiz ante tus inquisiciones, ni que discuta con quien solo pretende (¿no? «ser de los buenos» y solo «recuerda» sus propios apuntes para pelear con sus propios fantasmas y sombras, conversiones y odios. No se de donde «viene tu paranoia», pero se ve que los 50 y Giusti (al que no tengo el disgusto de conocer) son tu espantajo quintinesco. «Pasolini los cagaría a palos», sí. Suerte con eso
Lo que no quisiera dejar pasar es tu mención a Llinás, visto que te la «soba». Yo jamás le diría a nadie «facho o pederasta», solo discuto las obras y las ideas. Incluso con el mismo Llinás, que entiende perfectamente la diferencia y es (si me lo permite Vieytes) un caballero: Con enemigos así, quien necesita amigos.
Hasta la vista.
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Ah, y esa conclusión final de que «es mejor que coger» puede parecer contradictoria después de tanta defensa del vitalismo, pero es consistente con la cinefilia boba. Ni hacer cine es mejor que coger, muchachos, pero encima hablamos de gente que se calienta escribiendo, en todo sentido… Tal vez esa necesidad de paja hace que, como dice Oscar Cuervo, “curiosamente un blog que alardea continuamente de un estado de felicidad y alegría por el cine solo puede excretar bilis, hiel y resentimiento”.
Al menos ya encontraron su línea editorial.
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[…] quiere paranoica, de Llinás como continuador de Borges y de Bioy. Y advierte en las películas de Prividera, al menos en lo que a Sarmiento refiere, una inversión especular del de […]
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[…] Frente al poema […]
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Mi respuesta completa en:
http://www.conlosojosabiertos.com/perros-de-paja/
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