Todo el año es navidad, por Marcos Vieytes

1. Al principio, Todo el año es navidad (2018) es otra película. No sólo porque las primeras imágenes en blanco y negro que vemos son las de una de 1960, sino porque hasta el título es idéntico al de la película de Viñoly Barreto en la que Dios manda al Papá Noel de Raúl Rossi a nuestro país cuando se le antoja porque «todo el año es Navidad». Primer punto: la película de Frenkel ensancha la mirada porque cada dos por tres nos lleva a otras, como Martín el gaucho (Way of a Gaucho, Jacques Tourneur, 1952) en Amateur, sin contar las innumerables imágenes caseras de las que se convierte en difusor. Estas últimas ya estaban en Construcción de una ciudad, que también incluía el archivo propagandístico de gobiernos militares. Así que un valor agregado de su cine consiste en ver de qué maneras aparecen todas esas imágenes que ya existen y cómo las interviene a través de la selección, el montaje, el sonido o la música (la inicial parece sacada de una banda sonora de Danny Elfman para Tim Burton y uno se relame saboreando de antemano el corazón de “bicarbonato” que sazonará el Fizz de Frenkel).

El gran Néstor se pone a jugar con el primero de los muchos que se ganan la vida disfrazados de Papá Noel y que aparecen en la película para contarnos su experiencia, tipos grandes que viven de eso pero que así también mantienen o recuperan algo que es fácil perder. Más de una vez los vamos a ver caminando sobre el fondo de la ciudad, virada al blanco y negro para que el rojo furioso del traje se distinga en el plano como un adorno, por el puro placer visual del contraste. En uno de esos planos coinciden Papá Noel y un cartonero, pero a los shoppings, que es donde esta gente labura desde los noventa entra solamente el disfrazado. Un Papá Noel del Partido Obrero dice una de las varias buenas frases de la película: “Si tenés una perspectiva que supera las contradicciones, ¿cuál es el problema de las contradicciones?” Van otras tres: “Hay sectores que son jóvenes, pero piensan como viejos” / “Yo jamás me afeite en la vida” / “La belleza duele”.

vlcsnap-2018-10-24-00h40m04s159Los tipos que trabajan de Papá Noel son una galería de seres maravillosos a los que Frenkel trata como se merecen (el suyo es un cine desfile -casting para carnaval que muestra la vida como espectáculo- del que se excluyen solos aquellos que se suponen dueños de la verdad o esos otros que tienen algo que esconder). Acá no hay nadie que la pase incómodo porque ninguno de estos personajes aparenta ser otra cosa que lo que son: tipos que se disfrazan de Papá Noel a los que la máscara -exactamente lo opuesto a lo que nosotros solemos llamar careta- no sólo ha liberado del temor al ridículo, como la nariz al payaso, sino que es aquello que permite la diversión y el orgullo de jugar a ser otro sin cagar a nadie. Son tipos que nos cuentan sus sueños de volar, que creen en los duendes, se saben reencarnaciones de caballeros andantes y reivindican la ilusión. Con esta película amorosa como pocas Frenkel confirma dos cosas: que es un maestro del plano apaisado, y que para reconocer a un boludo sólo hace falta saber si alguna vez se ofendió con una de sus películas (con dos o más ya es uno importante).

2. Antes de ser película, Todo el año es navidad (1960) fue un programa de televisión exitoso que duró cuatro o cinco años. Y antes de eso, un episodio de otro programa de televisión emitido a fines del 55. Su autor, Horacio Meyrialle, fue colaborador en Rico Tipo, guionista y autor teatral. La película de Cavallotti empieza con dos chicos jugando en un jardín. Al fondo del plano se ve la cúpula de una iglesia. La nena mira hacia arriba y dice ver a un par de tipos conversando en las nubes. El nene, igual que la cámara al principio, no ve nada. “¿Así que no creés? ¿Así que no creés?”, repite enojada la nena mientras se levanta y se va gritando a viva voz una consigna cinéfila como pocas: “¡Entonces no te miro más!”.

vlcsnap-2018-10-24-00h57m02s59Poco después el arcángel Miguel le pide moderación a Santa Claus, que en general se llamará Klaus, cuando empiece a repartir milagros con una irresponsabilidad digna de mejor causa (el arte o el entretenimiento, sin ir más lejos). La paradoja es alucinante: Dios como defensor del realismo. «Te cambiaste demasiado rápido», le dirá apuntando al verosímil de la elipsis, o «Pará de repartir dólares». Porque el primer milagro de la película consiste en cambar los treinta pesos que el dueño de una casa de empeños le da a un pobre tipo a cambio de una bolsa de ropa que venderá a ochocientos por treinta dólares. A Perón y su nacionalismo económico lo habían derrocado cinco años antes, pero quienes festejaron la caída ya estaban sufriendo las consecuencias (cualquier similitud con la actualidad no es pura coincidencia).

Claro que la realidad parecería ser lo de menos en una película como esta, que uno puede suponer destinada a los chicos. O el público infantil era muy avispado, o los adultos muy ingenuos, o a los autores les venían bien las convenciones para ir más allá de ellas (o sea, más acá de la fantasía): las tres posibilidades no se excluyen entre sí y siguen estando vigentes para los mejores directores de cine industriales. Lo cierto es que si agarráramos a la película por la cola, que no es trailer si no el final, nos encontraríamos con el dueño de una carpintería quejándose («Todos comunistas los profesores») y pidiendo una guerra civil, con el ejército tomando las calles, un ejemplar de las Bases de Alberdi arrojado al fuego, represión, tortura y ejecuciones sumarias. A cinco años del bombardeo de la Plaza de Mayo y de los fusilamientos de José León Suárez. Dieciseis años antes de la última dictadura.

Si bien la iglesia aparece como punto de partida y recinto final, es sobre todo un lugar que funciona como referencia simbólica de conciliación. En lo que se supone que es una misa no vemos al cura ni escuchamos el oficio. Papá Noel se la pasa hablando con Dios o con uno de sus representantes, pero el tono -ligeramente pícaro aunque familiar- no deja de ser irreverente para un escenario como el de nuestro país hace sesenta años. Santa Claus corrige a su interlocutor celestial sin ser castigado por ello y al menos una vez lo deja hablando solo, amén de que el Señor es capaz de manifestarse a través de estatuas que tanto pueden ser de santos como esos angelotes esculpidos en las fuentes de las plazas, en una estampita lo mismo que en una mancha de humedad (no tan santa variante del Sudario). Hay un capítulo en el que los hombres se salvan sin necesidad de intervención milagrosa alguna y otro donde, a la hora de la moraleja declamada, en vez de la palabrita mágica «Amor» escuchamos: «Los jóvenes necesitan justicia». La primera aparición de Klaus, un descenso que funciona como reverso del ascenso cristiano, le hace preguntarse a una pareja si no se trata de una propaganda.

vlcsnap-2018-10-24-00h40m39s222El asunto es que la película se vuelve progresivamente más sombría y sus temas cada vez menos accesibles para los pibes, que inmediatamente después del principio desaparecen para dejar lugar a un rebelde sin causa multiplicado por dos (Favio -¡y su mellizo!- a bordo de un jeep, como los jóvenes viejos de Kuhn pero sin aburrimiento ni escrúpulos gorilas) que aparece casi en bolas delante de la vieja (“Vos también jugás sola, mamá, ¿por qué no te casás?” le dice uno de los dos Favios un rato antes de que el otro sea besado en la boca por ella), un proto Minguito prepotente que acosa a compañero de laburo, un matrimonio que no puede tener hijos ni se pone de acuerdo para adoptarlos, una pareja burguesa en crisis, y un pequeñoburgués al que la fantasía se le convierte en pesadilla. Este último episodio anticipa el del facho en Al filo de la realidad (Twilight Zone: The Movie, 1983) dirigido por Landis, al que supongo heredero de series como Dimensión desconocida, tal vez no tan desconocida para Meyrialle, que había hecho publicidades en Estados Unidos, y puede que sea la primera ficción influida por la recién publicada El eternauta.

*

La yapa: Proliferación de plumas en el cine nacional. En orden cronológico inverso mi descubrimiento empieza con la picardía de Edgardo Suárez en Juan Moreira (Leonardo Favio, 1973): «La felicito… por los patitos», le dice el Cuerudo a una china mientras la mira con ganas y se muerde el labio. Después apareció la Coca Sarli jugando con los pollitos de La tentación desnuda (Armando Bo, 1966) un rato antes de tentar al místico Armando, retirado a una isla del Tigre, que no quiere otra cosa que seguir tocando el arpa sin que nadie le rompa las bolas. Confesión (Luis Moglia Barth,1940) me regaló el plano de un tipo acariciando el ganso y este glorioso parlamento de Manzi, Mac Dougall, Amadori o Discépolo: «Debe ser muy triste que a uno se le muera una gallina que baila». Ahora Todo el año es navidad, no tan pródiga en milagros como cabría suponer con tan católico título, obra el de la resurrección de las gallinas atropelladas por Favio.

 

 

 

 

 

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